“Una obra imprescindible para entender el cine boliviano de los últimos 30 años”
Por: Carlos D. Mesa Gisbert (*)
Es un privilegio que dos jóvenes que escriben sobre el cine en el tiempo que es exactamente el de sus propias vidas, hayan considerado interesante que alguien que trabajó en el pasado en crítica cinematográfica y en historia de cine, pueda hacer un comentario sobre una obra que muestra ya una saga, porque en realidad es el segundo libro de los autores (el primero también con título referido a una película, El cine de la Nación Clandestina y ahora Una Cuestión de fe), que marca una continuidad que realmente, como primer elemento, nos debe congratular a todos. Desde que en 1983 Alfonso Gumucio Dagron escribió un libro extraordinario (Historia del cine en Bolivia), integral, sobre historia del cine boliviano, y del aporte que hice con el libro La aventura del cine boliviano fundamentado en el periodo 1952-85, habíamos tenido un vacío que no construía un puente, hasta el surgimiento de estas obras. No son las únicas, pero, sin ninguna duda, son las más significativas de los trabajos que han hecho las nuevas generaciones.
Comenzaré por decir que yo cambiaría el orden de las palabras (del subtítulo). Yo no llamaría al libro “Historia y crítica del cine boliviano”, sino “Crítica e historia del cine boliviano”. Porque el libro es mucho más significativo como crítica de cine que como historia de cine. He dicho mucho más significativo, lo que no quiere decir que no haya una valoración de la naturaleza histórica de esos años 1980-2010, sino que el enfoque es más analítico que lo que tradicionalmente se puede definir como una mirada histórica. Las introducciones de los tres periodos en los que los autores han decidido establecer las diferencias cronológicas de nuestro cine, tienen más una valoración del momento, del contexto en el que el cine boliviano se desarrolla.
Tanto Santiago como Andrés han nacido precisamente en la década de los años ochenta, y no de manera gratuita, lo que marca una visión ideológica de las cosas tienen a bien titular cada uno de esos momentos. Primero, la décadas de los ochenta, “La década perdida”, que fue uno de los conceptos que se estableció para marcar esa contradicción entre la conquista de la democracia y la hecatombe económica y social que se vivió paralelamente, no solamente en Bolivia sino en América Latina. En el segundo capítulo, el dedicado a la década de los años noventa, hay una interpelación a la famosa tesis de Fukuyama sobre “el fin de la historia”, una tesis desmentida categóricamente por los hechos. Y en el tercer momento, el de la primera década del nuevo milenio, que ocupa en realidad más del 60 por ciento del total del libro, escogen el título “Apocalípticos e Integrados”, en alusión a una clásica obra de Umberto Eco de fines de los años 70, que me parece interesante porque creo es una reflexión de la complejidad y de la paradoja de la década que ha terminado y que todavía no está resuelta.
Por otro lado, los autores escogen, en mi perspectiva, y creo es muy evidente en sus textos, tres películas para representar cada uno de esos tres momentos. Ellos definen las películas emblemáticas de cada uno de esos momentos. Y esas películas son, en criterio de Santiago y Andrés, en la década de los años ochenta: La nación clandestina de Jorge Sanjinés; en la década de los noventa: Cuestión de fe de Marcos Loayza y en la década pasada: Zona Sur de Juan Carlos Valdivia. Y a partir de esta definición, de algún modo, uno puede acercarse a qué representa cada uno de esos momentos a partir de esas películas emblemáticas, sin que esto quiera decir, en absoluto, que lo autores no hagan valoraciones muy significativas de otras películas. Para poner un ejemplo, Mi socio de la década de los años ochenta, o para referirse Dependencia Sexual, en los comienzos de la década pasada, como el surgimiento de un cine diferente.
Está claro que lo que vemos es un momento de transformación. Si uno analizara los equivalentes de las referencias de la década de los años setenta, se podría discutir, y de algún modo se planteó la discusión en esa década, sobre dos películas. Sobre El coraje del pueblo de Jorge Sanjinés y Chuquiago de Antonio Eguino. Yo creo que el tiempo ha decantado claramente las cosas. Creo que Chuquiago es la película más importante de la década de los años setenta y El coraje del pueblo, en la distancia, se ha encontrado con sus propios límites, que son los límites de la acción de, no diré panfleto porque sería absolutamente injusto, pero sí de un cine de compromiso político que es una bandera, una bandera que se agota en el momento en que ese proceso histórico es superado. Chuquiago, en cambio, queda como un referente indispensable para la reconstitución de la mirada de nuestra ciudad y probablemente de nuestra sociedad. Chuquiago es una película que no envejeció. El coraje del pueblo es una película, en mi opinión, que sí envejeció.
Con esto qué quiero decir: que las referencias son todavía provisionales. Yo creo que los autores son conscientes de ello. Lo que me parece importante es que, en este momento, ellos encuentran esos tres puntos de referencia como una manera de acercarse a las películas que explican mejor o totalizan mejor esos procesos históricos.
Aunque yo todavía tengo mi discusión personal, para la mayoría de los críticos y especialistas, la película La nación clandestina de Sanjinés, tanto por su construcción, su narrativa, como su planteamiento conceptual, es su mejor película. Yo sigo pensando que Ukamau y Yawar Mallku son referentes que pueden competir perfectamente con La nación clandestina y, a mi gusto, estéticamente son películas que logran, de una forma más tradicional, lo que Sanjinés plantea de una forma más teórica a partir de su libro Teoría y práctica de un cine junto al pueblo. Pero Sanjinés es el referente fundamental de lo que fue un momento fundacional en el cine boliviano y de lo que se llamó el Nuevo Cine Latinoamericano. Y está claro que Marcos Loayza, a partir de Cuestión de fe, va a ir en un camino de transformación, que es muy importante porque no es un camino de ruptura y negación. Nadie puede discutir los elementos de influencia de Mi socio, o de la tradición del cine boliviano de Antonio Eguino, Paolo Agazzi, y Jorge Sanjinés en un cine que, sin embargo, se reencuentra a partir de una temática determinada y a partir de una forma de hacer las cosas que insertan el elemento de la comedia, que insertan el elemento de lo individual y lo colectivo combinados, y que son capaces de hacer una road movie (permítanme hacer la expresión americana) quizás con elementos más interesantes que los de la película Mi socio.
En el caso de Zona Sur, nos encontramos con otra propuesta conceptual extraordinariamente significativa. Juan Carlos Valdivia, al igual que Sanjinés, en planteamiento de Teoría y práctica de un cine junto al pueblo, combina en su película el momento de transición que todavía estamos viviendo. Ese momento del fin de un mundo y el comienzo de otro a partir de una historia aparentemente intimista, pero sobre una propuesta narrativa y sobre una propuesta conceptual de manejo de cámara y de construcción de espacios igual a la de Sanjinés en La nación clandestina.
¿Es lo único que vemos en este libro? En absoluto, éste es un libro totalizador, éste es un libro que prácticamente no prescinde de ninguna de las películas que se han realizado, independientes de su contenido. En algunos casos incluso a películas como La chirola, que no es, en puridad, un largometraje. Porque aquí lo que habría que mencionar es que Una cuestión de fe es un libro sobre el largometraje boliviano, más que sobre el cine y el video bolivianos en su conjunto. Más del 90 por ciento del trabajo está referido a los largometrajes bolivianos. Y hay un “Lado B”, como lo llaman ellos, en el que hacen una serie de consideraciones de carácter teórico sobre su aproximación al cine. Una relectura, por ejemplo, de La nación clandestina; una visión de lo que ha significado el cine de Alfredo Ovando y Liliana de la Quintana, a partir de un cine educativo; una visión de recuperación de la crítica cinematográfica como un elemento central que es complementario e inherente al propio hecho cinematográfico.
Mela Márquez, en la introducción (del acto de presentación), decía que el título es pertinente, merecedor de objeto, el homenaje a la película, merecidísimo, y la referencia a lo difícil que es hacer cine. Yo tengo mis dudas. Creo que hoy en día los cineastas tienen que empezar a preguntarse seriamente qué cine estamos haciendo. Creo que aquí, Santiago y Andrés, que son muy precisos, incisivos y críticos, en el mejor sentido, con muchos largometrajes debatibles porque tienen rasgos de calidad que ameritan la discusión, son un poquito más condescendientes con el cine que, en este momento, ha llegado a tocar fondo en el nivel de la calidad. Discúlpenme si alguno de los aquí presentes es parte de la producción de largometrajes que hoy día, yo me pregunto, cómo pueden ser estrenados y hacerle daño al cine boliviano por la terrible falta de calidad. Cuando tu llegas a plantearte la discusión si la fotografía es buena, el sonido está bien logrado y si lo colores que tú ves en la pantalla se dejan y aceptablemente los puedes ver, es que algo grave está pasando. Parto del principio que un libro tiene que tener las hojas bien impresas para que yo pueda leerlo adecuadamente. Asumo que, cuando haces cine, si no eres capaz de presentar una fotografía mínimamente decente, para ponerlo en términos populares, no puedes hablar de lo básico. Por lo tanto, si empezamos a discutir si la fotografía es más o menos buena, y si el montaje más o menos te explica una narración, es que el fondo no está bien.
Yo creo que el debate hoy sobre el cine del año 2011 y del año 2012, no está referido solamente a las grandes películas bolivianas, que las hay pero que son las menos, sino a por qué estamos haciendo un cine de tan baja calidad. ¿El hecho de que el cine sea más accesible nos permite hacer cualquier cosa? Por supuesto que sí. La pregunta del millón es si hay un nivel de consciencia de los propios realizadores de si eso se puede y debe exhibir o no. En principio, por razones democráticas, todo se puede exhibir. Yo puedo escribir muchos poemas en vida y tengo derecho hacerlo. La pregunta es si tengo el pudor suficiente para entender que hay ciertas cosas que más vale no publicarlas porque mi calidad no está a la altura de lo que se exige, si yo me respeto a mí mismo. Y permítanme que sea lo suficientemente duro porque es tiempo de enfrentar y plantear las cosas como deben ser. Y quizás, resiento un poco en Santiago y en Andrés, que, si bien hacen críticas precisas, como les ha pasado a todos los críticos -no solamente a estos dos jóvenes críticos, que creo que ya están en el rango de críticos del más alto nivel de nuestro país, sino a nuestros críticos consagrados, como Mauricio (Souza) o Pedro (Susz)-, a la hora de tener que encarar la crítica de una película boliviana -y me pregunto si no me pasaría lo mismo si yo hiciera críticas– , pueden o no ser lo suficiente y lo necesariamente duros que deben ser.
Pero bien, termino mi reflexión, indicando, primero, que Santiago y Andrés garantizan la continuidad de una tradición vinculada a historiar nuestro cine. Segundo, que este es un libro imprescindible. Uno no puede comprender lo que ha pasado en los últimos 30 años en el cine boliviano, si no lee este libro. Tercero, que El cine de la nación clandestina y Una cuestión de fe son dos obras complementarias. Creo que en El cine de la nación clandestina el tema historia o la palabra historia está por delante de la palabra crítica, mientras que aquí la palabra crítica está por delante de la palabra historia. Como es obvio, los lectores encontrarán y confrontarán, si han visto las películas, su propia opinión, que es de lo que se trata. El crítico te plantea una mirada. Muchas veces te ayuda en miradas que tú no habías reparado. Otras tantas contrastan tu opinión, te desafían, te provocan. No compartes con él la visión que tienes sobre una determinada película. Te parece demasiado duro o demasiado blando, de eso se trata. Pero no hay, en ningún caso, aun en aquellas críticas que tienen que aceptarse a películas cuya banalidad a veces no da demasiado juego, en el que ellos no hayan intentado hacer una lectura seria.
A veces me da la impresión, y eso me pasaba a mí también cuando hacía crítica, que eres mucho más duro y mucho más exigente con el cine que merece ser discutido que con aquél por el que tú tienes que hacer simplemente la hora de trabajo. Es decir, no te queda otro remedio que ver la película y hablar sobre ella. Y en ese caso, como la película no es tan importante, eres más condescendiente o eres menos crudo. Y en algún momento, creo que en la lectura hay mucha dureza para/con algunas películas que con el tiempo yo he ido revalorizando. En otros casos, vuelvo sobre el tema inicial, hay películas que envejecerán y la distancia nos permitirá una relectura. Lo que nosotros escribimos sobre el cine de los años cincuenta, tiene ya el tiempo suficientemente aceptado como para prácticamente marcar líneas donde el debate es menos complejo que cuando estás metido en el ámbito.
Este es un libro que tiene pasión, es un libro que retrata además una mirada distinta. Son críticos que tienen la treintena y que, por lo tanto, escriben en la lógica de una mirada mucho más metida en el lenguaje de la imagen que la que teníamos nosotros que tuvimos que ir aprendiendo un lenguaje de la imagen, que quizás por momentos, nos ha superado. Pero lo que sí creo es que aquí hay calidad. Porque hay una reflexión intelectual, hay un domino de los instrumentos sobre los que se trabaja y, en consecuencia, hay la capacidad para abrir un debate. El desafío que, creo yo, plantea este libro es la necesidad indispensable y urgente de un debate en profundidad desde el cine, desde los cineastas y desde la crítica, o con la crítica y más la crítica, para plantearnos preguntas de fondo.
Termino diciendo: dentro de las artes en los años sesenta y setenta podíamos decir que el cine era el elemento de referencia de la máxima calidad por encima de la literatura, por encima de la plástica, o en igualdad de condiciones. Hoy día, yo creo que el cine boliviano, de las artes, está en la peor circunstancia y en el peor momento. Hay excepciones de altísima calidad mencionadas. Puedo mencionar también por supuesto, a Martín Bulocq, por poner un nombre, hemos mencionado ya a Juan Carlos Valdivia, Marcos Loayza. Por supuesto, están también los realizadores clásicos que todavía están haciendo cine, como Jorge Sanjinés, que va a estrenar una película dentro de pocos meses y eventualmente supongo que Antonio Eguino y Paolo Agazzi se animarán a seguir haciendo cine, aunque harán una película cada diez años, esperamos siempre con gran entusiasmo esa película que va a llegar. Pero hay que hacerse preguntas aquí. No podemos seguir soslayando la realidad de que la calidad de nuestro cine está en entredicho.
Quiero felicitar a Santiago Espinoza, a Andrés Laguna; agradecer a Coni (Rosángela Conitzer) que me haya permitido hacer la presentación de Una cuestión de fe en esta ocasión y asumir que ambos (autores) han estado de acuerdo en que yo sea el presentador del libro.
Muchas gracias.
* Transcripción de las palabras vertidas por el autor en ocasión de la presentación del libro en la Cinemateca Boliviana, el pasado 31 de agosto.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio / La Ramona