Las Revoluciones de Alex Aillón
Por: Vadik Barrón
La revolución como concepto, como metáfora y como utopía está tan manoseada y vilipendiada que hemos dejado de creer en ella. Doble A (las iniciales de su nombre aluden también a la sobriedad ganada a pulso en los últimos años) intuye que en una revolución, cualquiera fuese su filiación, guerrilla cotidiana o épica popular, no hay medias tintas: toda revolución es absoluta. Por eso es tan fácil que se corrompa, que se resquebraje su anatomía hecha de naturaleza humana, de codicia y vicio de poder. Por eso es común que degenere en totalitarismos ciegos. Una revolución triunfante, por definición, no es relativa, no es autocrítica y aspira a prevalecer hasta las últimas consecuencias, hasta que un día cae en pedazos como las estatuas que la turba derriba cuando ya no puede más y ya nadie se acuerda de ellas ni de las libertades ganadas y perdidas. La revolución es entonces ingrata, como la vida, como las cosas rotundas que Aillón alude o indaga: el amor, el odio, la belleza, la vanidad, la memoria, el enigma de la feminidad, el mundo. La totalidad entendida desde lo mínimo, lo fragmentario, lo fugaz: “un deseo es el universo comprimido”.
Este libro reivindica una forma de revolución que comúnmente se asume como una paradoja en sí misma: la revolución como un acto individual, íntimo, acaso como un mecanismo o un proceso interno, casi fisiológico, natural pero invisible a los ojos de los demás. La revolución en su versión histórica, utópica y ortodoxa no le es ajena al autor (Alex es hijo del poeta y revolucionario Eliodoro Aillón) pero ésta es tamizada por el filtro de la percepción subjetiva, de la reminiscencia de la niñez, de la mitología de entrecasa. Esa revolución personal que subordinamos a una colectiva que se llena la boca con las palabras lucha, pueblo, democracia (que a propósito son términos que ni por san putas aparecen aquí), está presente en cada página de este libro. Circula un aire de diario íntimo y también de inventario de reveses que se conjuran por la propia obra y gracia de la palabra escrita, del ejercicio de un lenguaje nostálgico y liberador, relajado y directo.
El cantautor cubano Inti Santana dice en una canción que la revolución es “un hermoso verbo”, y Alex Aillón conjuga (con-juega) varias de sus posibilidades, personas y tiempos verbales con una curiosidad lúdica y sensible y con solvencia formal. El autor se rebela contra la infancia perdida, los amores inconstantes (no por ellos menos entrañados), el paso traicionero del tiempo, la cualidad efímera de la belleza: “Revolución” es también una denuncia de lo injusto, lo desacatado, lo malvado (“este mundo apesta”). Es un libro que pudiendo ser desencantado y dark (“ansioso, triste, solo, perdido, sin remedio”), prefiere ser enérgico y divertido (“los amantes odian más y mejor”). Una revolución que se hace por amor tiene todas las de perder, pero siempre valdrá la pena, después de todo “son batallas que hay que librar no para ganar ni perder, sino para saber que existimos”.
Fuente: Ecdótica