Las malas palabras
Por: Paola Senseve
Conocí a Pablo Osorio en nuestro primer año de la universidad, cuando nuestras pretensiones no iban más allá de la poesía. Éramos jóvenes, muy jóvenes y no sólo en edad. Queríamos conquistar (o salvar) el mundo a punta de versos…
¡Ahora sabemos mejor, por suerte! Sin embargo, hay algo que Pablo tenía ya en esa época y que ha sabido mantener: la habilidad inherente para escribir el poema más cursi del mundo, el más irónico, el más duro, el más pajero, el más existencialista, el más fatalista, el más superficial. Pablo puede. Es un don. Es un experto del poema.
Es un lector de muy buen gusto, pero por encima de eso, es un gran escritor de oficio. En Yo gorda juega mucho con la imagen, la capacidad de revivir en el imaginario el sentimiento exacto que conlleva una situación.
Existe una unidad circular y perfecta en el libro, que logra que todos los poemas sean uno solo caracterizado por una combinación de partes que logran el asentamiento a la realidad, a lo moderno, lo urbano.
Las palabras que utiliza Pablo reflejan cotidianidad de una forma tan valiosa y tan entrañable que es difícil escaparse de ellas, por no decir imposible. Pueden intentarlo.
Hasta aquí hablo de un libro de la poesía de Pablo Osorio. Pero también quiero hablar de Yo gorda. Un libro escrito por un hombre…
La pregunta es: ¿lo logra? Y la respuesta es que sí, lo logra. Y lo hace porque no está forzado. Porque Pablo escribió desde su propia perspectiva y cambió todas las “o” por “a”, por decirlo de una manera simple. Después de leer el libro tengo la válida sensación de que en ningún momento se propuso escribir sobre los sentimientos de una mujer gorda. Eso hubiera sido, no sólo falso, sino tirano y nefasto.
Sin duda éste es un proyecto arriesgadísimo. Es un libro incómodo, feo. No les voy a mentir. No es fácil de leer y estoy segura de que Pablo desconoce los alcances de su obra.
En la Feria del Libro de Santa Cruz me divertía imaginando a las mujeres pasando frente al stand de Yo gorda, mirando el título, con la curiosidad carcomiéndoles las entrañas, pero con miedo de acercarse y admitir ese Yo gorda. Bajo la lógica de “si lo ignoro no existe”. Porque gorda es una mala palabra… es el gran insulto.
Si hablamos de malas palabras, si las analizamos, gorda llega a ser incluso peor insulto que puta. Ese gran peso de la sociedad machista, ese gran estigma que no sale con nada, que no se puede ocultar, que no se lava en el baño, que una vez más te impide como mujer que te disfrutes, que disfrutes de la vida.
“Cerrá la boca…”, alude a dos cosas que tenemos que hacer las mujeres: no comer y no hablar. Sin embargo, gordo no es una palabra mala, es incluso un apodo cariñoso. Al gordo, al gordito, se lo ama… a la gorda, a la gordita, se le tiene pena.
Y Pablo lo describe en el libro, lo dice todo. Habla del miedo, del dolor, de la dicotomía tan desgarradora, de sentirte dentro de un cuerpo que no te pertenece, que no es tuyo, porque no lo amas, porque nadie ama a un cuerpo así.
Las horas frente a la televisión, la inanición, la frustración constante, la ansiedad, las ganas de ser invisible y la rabia por ser invisible. Y lo dice con hábil ironía, de manera que es una denuncia, un gemido, un llanto doloroso.
Al principio, cuando Pablo me habló de los planes de Yo gorda, dudé, pensé que algo tan polémico como un hombre escribiendo de una mujer gorda (de esta tan mala palabra) podría quitarle el valor poético a la obra. Pero me equivoqué, sencillamente porque Yo gorda es un libro honesto y ésa, ésa es su más grande cualidad.
Fuente: Ideas