05/16/2025 por Sergio León

Las malas ideas del perro (Reseña del libro El perro en el año del perro de Alejandro Suárez)

Por Humberto Pinto

Malas Ideas Center es el lugar donde Gustavo toma el trabajo con su suegro y exdocente para iniciar una vida que no desea ni requiere, como si el nombre de la agencia publicitaria, es decir, del lugar de su trabajo, nos despojara inmediatamente el augurio grotesco al que nuestro personaje intenta jugar con desaire y al borde del precipicio. Pero, ¿son tan malas ideas las decisiones de Gustavo? El perro en el año del perro, del autor cubano-boliviano Alejandro Suárez, maneja una prosa ágil, con un humor corrosivo y lleno de similitudes con la juventud contemporánea, desligaciones emocionales y el nulo apego laboral (o por lo menos de trabajos de ocho horas), un libro que sugiere una evolución del personaje a lo largo de sus páginas.

La novela es un drama existencial, un bildungsroman, es decir, una novela de aprendizaje o de formación. Nuestro amigo y protagonista, Gustavo, un joven con dudas sobre el futuro, es un vive rápido, muere joven, que solo quiere tener amigos de farra, despilfarro, diversión, mujeres, gringas, holandesas, para él todo esto significa la vida; al contrario, pensar en consolidar una familia, o siquiera el preámbulo de ello, significa un fracaso total para Gustavo.

A lo largo de la novela vemos referencias a la cultura pop, a la música de los años noventa e inicios de los dos mil, películas, directores de cine y demás; es el plus para que este libro tenga un acercamiento al cine clásico-contemporáneo, es por ello que al momento de leer cada párrafo es imposible no imaginar una película boliviana basada en la Santa Cruz contemporánea, o por lo menos de los alrededores del 2006, con la colorimetría adecuada e iluminación digna para algún certamen fílmico.

Imaginen, el perro, de nombre Gustavo, deambulando por las calles de Santa Cruz: desayunando por el mercado de las Siete Calles junto Kirsten, su amante holandesa, a Gustavo buscando el hostal Babilón cerca del parque urbano en un fin de semana invernal, justamente para cuando vuelva sur. Estas imágenes mentales vienen marcadas por escenas, planos, secuencias y transiciones fieles al estilo del cine latinoamericano, con dramas personales y existenciales de la juventud, marcada por el limbo entre ser o no ser alguien más.

Pero ya. Basta de párrafos con información previa, vamos a los que nos compete. El análisis de El perro en el año del perro.

La historia de Gustavo inicia cuando su novia Florencia le propone formalizar su relación, disyuntiva a la que el protagonista encuentra su súper objetivo (vamos a usar tecnicismos de un análisis fílmico, ¿ok?), el súper objetivo —para ponerlos en contexto— es el objeto de deseo, la misión, el objetivo que tiene nuestro protagonista por delante y aquí es el de encontrar su propósito de vida, pues él no quiere —es más, le aterra siquiera asimilar— contemplar su vida junto a Florencia, en un trabajo de ocho horas, comprar una casa y tener hijos. Ella, al más estilo Hollywoodense, le propone a su padre (un catedrático que maneja una agencia publicitaria, ubicada en Equipetrol Norte) que le dé trabajo a Gustavo con la esperanza de que reaccione, se estabilice y que, en un futuro próximo, pueda dirigir junto a su suegro, Leonardo Planell, la agencia publicitaria Malas Ideas Center, logrando así, una estabilidad financiera y una estabilidad familiar y social.

El cine se hace presente aquí, pues Trainspotting, del director británico Danny Boyle, nos dicta el siguiente preámbulo dentro de la novela de Suárez: “elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia…”. Familia, ese término que Gustavo no logra identificar ni reconocerse junto a Florencia, sin embargo, sí se siente capaz de viajar miles de kilómetros en las fantasías eróticas dentro del hostal Trotamundos, ubicado en las Siete Calles, junto a la holandesa, vegetariana y medioambientalista Kirsten, de quien se enamora perdidamente y por quien está dispuesto a cambiar su vida, por ella y por la libertad sexual que Gustavo piensa tener junto a ella pensando que las europeas son más liberales que las latinoamericanas.

¿Cuál es el súper objetivo de nuestro antagonista? Las limitaciones personales de Gustavo, las que no lo dejan pensar claramente, la vida, la noche, la juerga, la fiesta, el trago, la inestabilidad emocional, el in-out, la vida al límite, el límite y sus alrededores. “Gustavo, no mires mucho tiempo el abismo”, pensaba mientras llevaba tres cuartos del libro, “sino el abismo te mirará, te comerá y al parecer no tendrás ninguna secuela que podamos disfrutar”.

Esto nos remite a la pregunta del millón: ¿los antagonistas no necesariamente deben ser personas? El análisis fílmico-literato nos puede decir que los antagonistas pueden ser humanos, no-humanos y limitaciones personales. Y este es el caso en El perro en el año del perro: las limitaciones y obstáculos personales que tiene Gustavo son los antagonistas supremos en esta historia, algo que, en paralelismo con la actualidad, puede que sea, en muchos casos, aquello que limita a la juventud.

Mientras revisamos la novela, encontramos paisajes de Santa Cruz, algunos momentos claves que rememoran la identidad cruceña, tanto diurna como nocturna, y que se ven a través de los ojos de Gustavo; como el filólogo y docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Alfredo Grieco y Bavio, propone en el texto de contratapa: “Gustavo es perezoso y es culto y es muy lector; contagia su pasión, infectada e infecciosa, inflamada e inflamatoria, por una ciudad que nadie vio antes, o eso llegamos a creer, con unos ojos como los suyos”. Y sí, aparte de todo, muy aparte, es un joven inteligente y con cierto hábito de lectura, incluso menciona cierto tipo de vergüenza sobre el libro Padre rico, padre pobre. Si para Lucas García, personaje de Alberto Fuguet, está claro que es un extra en su propia vida, para Gustavo, de Alejandro Suárez, ser un extra ni siquiera le es importante; no vale, no tiene ningún espacio en su vida. Para él, solo son él y sus propias circunstancias, lo que sugiere una responsabilidad superior que hace dudar a Gustavo de cómo seguir enfrentando la vida.

Ok. Si nos vamos unos párrafos más arriba, escribo una fecha importante, el 2006, pero por qué se menciona esa fecha, pues es un truquito que tiene Suárez para invocar al año del perro en el horóscopo chino, pero también porque nuestro protagonista nació en el año del perro, eso me lleva a mirar el calendario y determinar que, por su juventud, para el año 2006 Gustavo debe haber tenido la edad de 24 años y haber nacido en 1982. Prosigo con el siguiente diálogo entre Florencia y Gustavo, cuando Florencia lee lo que el horóscopo chino depara precisamente sobre el amor: “Es tiempo de que te ocupes de tu propia vida, no sigas salvando a los demás mientras descuidas tu intimidad. Este año se siembran las semillas del futuro, el amor se consolida, hay reencuentros y reconciliaciones. Los hijos cobran gran importancia, la familia crece y el amor también. Estás en el tiempo de la implacable verdad, exige y ofrece lealtad incondicional, este año te sonríe sutilmente la felicidad”. El perro navega dentro de esta predicción y navega en el año del perro tratando de entender y validar este mensaje que corroe hasta el último poro de su trágico cuerpo, aunque aún él no lo sepa.

Ahora bien, hago mucho análisis de la historia, de Gustavo, de Florencia, de Kirsten, incluso por ahí algo de Planell, y, sin embargo, nada de análisis de los amigos que tiene Gustavo, ni de Agustina, la disque novia de Renzo, entre otros. Creo que ellos son un motor aparte que mueve la historia, es un mundo completo, vital, pero que los puedo agrupar para mencionar puntos clave, pues algunos comienzan a ordenar sus vidas, otros a vender sus inmuebles, unos se van del país en busca de mejores condiciones, otros se van a las provincias por lo mismo. Sin embargo, es una recreación de que la alegría y la fiesta son un momento importante dentro de nuestras vidas, pero no hay que olvidarse jamás que solo son un momento de libertad sin responsabilidades, porque en un momento hay que tomarlas, ya que pueden augurar un buen lugar, una comodidad tanto interna como externa, es ese el trabajo de los personajes secundarios: guiar a Gustavo de manera implícita.

“Elige la vida… pero, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elijo no elegir la vida: yo elijo otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones”, dice el narrador de Trainspotting y yo pienso que, posiblemente, Gustavo sí que tenía razones. No tomar responsabilidades familiares es una decisión, es decir, una razón válida para su propia persona, lo que pienso que no es válido es querer simular ser un adolescente sin ningún tipo de compromisos ni responsabilidades de por vida.

Para ir cerrando, comparto las palabras de Claudio Ferrufino-Coqueugniot que dio sobre el autor Alejandro Suárez en el periódico Página Siete: “Suárez hace gala de una dinámica y un lenguaje que exudan vitalidad, aparte del magnífico humor casi desconocido por nosotros”, pero hay que sumar también que esa prosa ágil, sin redundancias, directa, sin tanta coma ni punto ni pausas que entorpecen la lectura, es un trabajo monumental que el autor ha logrado. No es fácil tener una historia en mente, redactar y escribir pensando directamente en la lectura.

Fuente: Revista 88 grados