Por Santiago Espinoza
Para el escritor chileno Bartolomé Leal la RAMONA solo puede tener palabras de gratitud. Comenzó a escribir en este suplemento desde su nacimiento, hace más de 15 años, y se mantuvo como el más duradero de sus columnistas. Fue autor de una columna sobre cuentos y cuentistas, y de otra dedicada a memorialistas y viajeros, en las que sus lectores descubrimos escritores y títulos que ignorábamos hasta entonces.
Traigo a colación esta remembranza porque, aunque Leal ya no escribe desde hace algún tiempo para estas páginas, no ha cortado sus lazos con Bolivia. Los viene manteniendo como mejor sabe: escribiendo. Ha reunido sus columnas en volúmenes publicados por la editorial boliviana Nuevo Milenio y, de forma felizmente sorpresiva, en meses pasados lanzó una nueva novela policial, el género al que se ha consagrado como autor. Se trata de La venganza del aparapita, también editada por Nuevo Milenio, en la que vuelve a la saga de Isidoro Melgarejo Daza (una mescolanza de presidentes para nada accidental), el mismo protagonista de su premiada novela Morir en La Paz, un imprentero y detective que persigue crímenes en los submundos nocturnos de la urbe paceña.
Desde la modestia que le es natural y con la que asume la narrativa policial, Leal construye una historia rocambolesca, en la que conviven narcos, travestis, prostitutas, bailarinas del Gran Poder y, obviamente, aparapitas, esos habitantes de la marginalidad paceña dignificados en la obra de Jaime Saenz, a cuya literatura evoca el narrador chileno, aunque con una mordacidad más dicharachera que turbia, que le permite jugar con la trama, pero también con el lenguaje (sobre todo en sus diálogos).
Con La venganza del aparapita, Bartolomé Leal sigue descubriéndonos mundos en apariencia más próximos a sus lectores bolivianos, y sin un ápice de soberbia, nos enseña a leer(nos), en el sentido amplio del verbo. Cómo no seguirle agradeciendo.
Fuente: La Ramona