07/02/2015 por Marcelo Paz Soldan
La sensación de asfixia como una droga adormeciéndome o Asma, de Aldo Medinaceli

La sensación de asfixia como una droga adormeciéndome o Asma, de Aldo Medinaceli

ASMA


La sensación de asfixia como una droga adormeciéndome o Asma, de Aldo Medinaceli
Por: Alexis Argüello Sandoval

¿Qué motiva la escritura de esta reseña? Dar vueltas en la Feria 16 de Julio. Saber adónde irán todas esas cosas que se regalan con cariño, con apuro. La vida de las cosas y el ruido que producen al caer. Otra nota, sí, otra, sobre el libro citado en la oración anterior. La casa museo, esa que se llena de recuerdos materializados en cosas: libros sobre un estante oculto en el que puede hallarse o una reina de corazones o Asma de Aldo Medinaceli. ¿Qué decir, entonces, comenzado un texto como el presente? ¿Tomar una pausa? ¿Retroceder o ahogarme en el intento? Interrumpirme. Eso es lo que puedo hacer. Ceder. Medir lo ya dicho en una videoreseña sobre Asma. Recordar una de las visitas de Aldo Medinaceli: la visita que antecede lo hasta acá dicho.
“Alexis, fuera ya de Facebook y YouTube, ¿qué te pareció el libro?”.
No me mido. Le digo que tres cuentos me parecen prescindibles: “La pelea antes del fin”, “Construcción condena” y Samia”. ¿He perdido un amigo? Aún no. Aldo me dice que son los cuentos más viejos del libro. No sé si se justifica, pero me dice que “La pelea antes del fin” permitió el contacto entre él y Marcelo Paz Soldán, y que, durante la presentación del libro en Santa Cruz, Darwin Pinto leyó fragmentos de ese cuento. ¿Será que todavía hay quienes sienten lástima por los ilustradores?, me pregunto. Reconozco la importancia de los personajes secundarios que validan lo dicho o hecho por antagonistas y protagonistas, pero es que en ese cuento no hallo la importancia de ningún personaje. Reconozco también que me he dado importancia en demasía al traer esos dos nombres, el de Marcelo y el de Darwin, a este escenario; siendo que no me he tomado una copa con ellos como reseñista no cumplo más que un rol, recomendar o no textos, pero lo que quiero es invalidar lo dicho, lo no escuchado.
Hay cuentos que pueden resumirse en una oración. “La pelea antes del fin”, toda esa metamorfosis en la que, en el último párrafo, Trevor termina intuyendo o no que es la muerte. Todo. Hasta el encuentro entre esos dos seres, uno hecho de carne y otro de huesos, pueden resumirse en una oración: “Trevor sentía que sus huesos le estaban enviando un mensaje”. Robert Scarpit en el prólogo de El fabricante de nubes, libro que no recomiendo, por cierto, dice que un cuento fantástico en su intento por valerse de hipérboles puede convertirse en un cuento humorístico. ¡Pero ni siquiera eso con “La pelea antes del fin”! No es verosímil. Se vale de símbolos fáciles. Está escrito con poco tacto; ¡paradójicamente su narrador-personaje dice que sus “sentidos estaban más despiertos que nunca”! Me dice poco, por no decir que invita a no decir nada.
Pero.
Oh esta costumbre de comenzar hablando mal.
No pasa así con seis de los nueve cuentos de Asma. Los otros se valen de lo cotidiano, el fuerte, quizá, de Aldo: lo cotidiano y sus símbolos efímeros. Su dedicatoria es ya una declaración de intenciones: “A quienes fluyen”. Viajeros, migrantes, visitantes, qué se yo. Asma, más que una unidad en sí, es una recopilación de lo producido por Aldo Medinaceli desde 2006 hasta 2014; ¿cuántos cuentos quedan para el morbo de las ediciones póstumas o el olvido? Pertenencia, retención, pérdida, fluidez y (des)unión, quizá son esas las palabras que definen a Asma.
“El actor” se convierte en el público (en el satélite) de sí mismo, vacila a la hora de desprenderse de los lugares que ha ocupado; más que un cuento en este caso lo que uno halla es un perfil.
“Sangre voyeur” corre frente a ojos, no del lector, sino del espectador; ese producto del espectáculo. El narrador de este metarelato se confunde describiendo lo ausente y aparentemente inconcluso de escenarios que se suceden y sustituyen a los de la realidad.
“Casa museo” o, más bien, casa que entre digresiones se convierte en un museo que expone la culminación de una relación y el reinicio de otra. Jan, con la intención de convertirlo en espectador, quiere al narrador-personaje fuera de su casa museo. Johana quiere visitar museos ignorándose uno junto a los otros personajes. Jan hace de guía de turismo y describe lo acontecido en los lugares visitados y, a la vez, anuncia lo por acontecer implícitamente. Algo se rompe en la casa museo. ¿Casa museo? ¡¿Cuál casa?! Un cuento lineal en que las epifanías permiten que prestemos atención a la historia del narrador-personaje, pieza (rota) de museo al fin, y su relación con los otros, con la intimidad ajena. ¡Cuentazo!
“Inyecta”, imperativo de inyectar, solución, fluido. La Incertidumbre como sensación temporal frente a la Incertidumbre como condición del ser humano. Un laboratorio que todos abandonan para incorporarse a otro. Personajes que se reflejan parcialmente unos a otros amenazando con hacerlo de manera infinita. Imágenes que se superponen mientras el conjunto es contenido en un espacio, un lugar. Nadie, no sólo el narrador-personaje, puede asirse a un dogma por mucho tiempo. Aún así, acá, está el por qué del nombre del libro: “Mi cuerpo llenándose de más y más agua. Y la sensación de asfixia como una droga adormeciéndome. No sentí miedo, dejé que la ansiedad creciera como un orgasmo del que no quería despertar”.
“Reina de corazones” es un cuento que invita a mirarnos la nuca o la fracción de nuestro cuello debajo de ella. Una camisa a medio quitar termina siendo quitada por completo. Un pasado a nuestras espaldas, cuando no sobre nuestros hombros. Señales que se suceden: lo expuesto con el desarrollo de la trama como señal. La costumbre del juego, de hablar como se habla en otro país. “He perdido hasta mi propio lenguaje, me digo”. Pero acá nada se pierde, aunque Aldo nos diga que “todas las balas van al cielo”. ¡Cuentazo!
“Feria 16 de Julio” podría ser el título excusa de un cuento en que la unidad está establecida por la sensación de soledad. Cada personaje cuenta su historia por intermedio del narrador y el último de ellos se acerca a una fogata “para dejar de sentir frío”, eso, mientras la gente rodea al personaje de la primera historia contada, Anselmo, receptor de todas esas cosas que se regalan o se roban con cariño, con apuro. Anselmo que, como todos, dejará el puesto, recogiendo todo lo que en su momento no fue suyo para que media hora después otro vendedor ocupe el lugar vacío. Cada uno de los personajes visita la feria por intermedio de Maritza y Anselmo, igual, el lector, aquel que sostiene un objeto que posiblemente también termine allí. Cuento bien logrado.
¿Queda algo por decir?
Llama mi atención la presencia de los escaparates en el libro de Aldo Medinaceli. También la distancia que toma el escritor, la distancia que se duplica con la lectura del espectador transitorio. Pienso en libros como El sistema de los objetos de Jean Baudrillard, libros como La poética del espacio de Gastón Bachelard durante esa búsqueda de una casa o al menos un rincón al que aferrarse y del cual partir. Pienso en ese “medio de condiciones desiguales bajo límites que los artistas comparten con quienes no lo son” del que habla Néstor García Canclini en La sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia. Noto que, igualmente, en Asma, se repite la presencia confusa de los sueños y la “de los que niegan haber soñado siquiera”.
Hallo luces en Asma: la dubitación de un narrador que a ratos me recuerda a Beckett y la figura del boliviano cosmopolita que trató de reflejar Jorge M. Rico Vargas en Cuentos Internacionales.
Retrocedo en el marco de lo poco que puedo hacer: Invitarlos a leer el libro.
Fuente: La Ramona