La pertenencia en Seúl, São Paulo
Por: Willy Camacho
Sin lugar a dudas, Gabriel Mamani es un escritor profesional, es decir, ha decidido dedicar su vida a la escritura, vivir para y de la escritura. Y en pocos años ha conseguido logros importantes, desde los premios, que son lo más visible (Adela Zamudio de Cuento, Premio Nacional de Novela Infantil, Premio nacional de Novela Juvenil, Franz Tamayo de Cuento y Nacional de Novela, entre otros), hasta la consolidación de un proyecto literario que apunta a un lenguaje propio.
Con Seúl, São Paulo, Mamani ofrece una lectura entretenida, ágil (que no es lo mismo que fácil), con mucho humor y, al mismo tiempo, abordando temas “serios”, como la migración, identidad, discriminación, relaciones familiares, por citar algunos, a través de un fragmento de la vida de dos adolescentes, los primos Pacsi.
El protagonista narrador es un muchacho que está conflictuado con su mundo, en todos los sentidos. Básicamente, en él se percibe la falta de pertenencia, que podría ser común a todos los adolescentes. El problema con Pacsi (lo llamaremos por su apellido) es que él, a diferencia del adolescente típico, no hace muchos esfuerzos por pertenecer a nada. De hecho, no tiene un grupo de amigos; sus camaradas de la premilitar son apenas conocidos que ve una vez por semana; deja de asistir al colegio y nadie lo extraña; y en su familia parece que solo es importante para su padre, y el sentimiento es recíproco, porque Pacsi no quiere defraudar a su padre, aunque termina haciéndolo.
El primo de Pacsi, Tayson, es un muchacho nacido en Brasil de padres bolivianos. Toda su familia retorna a Bolivia y eso supone un choque para él, no solo espacial, sino cultural. Claro, él es y se siente muy brasileño (aunque en Brasil lo hacían sentir muy boliviano), y le cuesta acostumbrarse a su nueva realidad. Pero lo logra, halla en el K-Pop la manera de pertenecer a un grupo, halla, a través del amor, el ancla a una tierra que no es suya. Ese muchacho que al llegar a Bolivia creía que la capital era La Paz, que la Guerra del Pacífico había sido contra Paraguay y que el vicepresidente se llamaba Hugo Chávez, que extrañaba el calor de São Paulo, decide quedarse en esta tierra cuando su familia vuelve a Brasil. Es que él, al formar la suya, ha formado también lazos de pertenencia con el país.
Quizá ese es el punto: que la pertenencia viene ligada a la familia. Los Pacsi conforman una familia grande, la mayoría migrantes que vuelven al terruño de cuando en cuando. El padre del protagonista se siente orgulloso de ser el único que se ha quedado en Bolivia, pero también es al que peor le ha ido económicamente. El protagonista, al no tener esos lazos profundos con la patria (con nada en realidad), decide irse de Bolivia y, en cierto modo, traiciona al padre. Se puede pensar que es la ausencia total de pertenencia, ya que es una especie de renuncia a la familia, pero Pacsi se va con sus tíos. Es decir, la familia sigue siendo su ámbito de acción, su núcleo existencial.
Al final, el hastío que demuestra Pacsi a lo largo de la novela no se resuelve con el escape, con su distanciamiento de todo, ya que mantiene un vínculo con lo familiar, aunque sea por conveniencia. La pertenencia a su familia es, al principio, una suerte de condena, pero también, al final, un salvavidas que le permite alejarse de su mundo sin perderse de sí mismo.
Entre Seúl y São Paulo está Bolivia, el recuerdo de Bolivia, un recuerdo fragmentando, con puntos suspensivos, como el que debe experimentar todo migrante, y es ahí donde, finalmente, también se puede hacer patente la pertenencia, porque esta también es inherente a la memoria. Y esto abre otra veta de lectura, de tantas que ofrece la flamante novela de Gabriel Mamani. Disfrútenla.
Fuente: Periódico Bolivia