Para que no la toque el olvido
Por: Germán Araúz Crespo
“Quiero que mi música y mi voz queden grabadas en todos los corazones de mi patria. Nunca me olviden. Nunca”, ese es el deseo vehemente que expresa doña Gladys Moreno al iniciar “La pascana de Gladys Moreno”, el libro multimedia de Luis H. Antezana y Marcelo Paz Soldán que editó el Centro de Estudios Superiores Universitarios, CESU, de la Universidad Mayor de San Simón. Un trabajo que constituye un perdurable testimonio de al arte de la gran cantante cruceña que, a dos años de su muerte y más allá de los homenajes póstumos, parece acosada por un olvido injusto y doloroso del que seguramente hay muchos responsables, desde algunas autoridades hasta los medios de comunicación.
Gladys Moreno es seguramente la gran intérprete que tuvo la canción boliviana. Más allá de una voz bella, profunda y llena de matices, cada interpretación suya tiene una carga expresiva muy personal. Aquel fraseo -que destaca mejor en el repertorio oriental- apoyado en una vocalización y respiración perfectas le permitían crear una atmósfera peculiar a cada canción; pese a no tener formación académica alguna, manejaba las técnicas del canto con una solvencia extraordinaria lo que le permitía transitar con fluidez desde registros muy agudos hasta tonos graves. Los autores de “La pascana…” afirman que cada interpretación suya no era otra cosa que un acto de recreación única de cada pieza. Para ilustrar tal acierto incluyen la pieza Summertime de George Gershwin, en versiones de Janis Joplin y Billie Holiday, quienes muestran en que medida un buen intérprete es capaz de impornerle un sello propio a la pieza que interpreta.
La tesis de “La pascana…” destaca la capacidad de Gladys Moreno para acercar y unir a través de su música las diversas culturas que habitan este país [Bolivia] y que sin embargo se ignoraban. En La Paz, gracias a sus dos discos grabados en Brasil en 1958 y 1959 -los más difundidos- muchos jóvenes recorríamos con la imaginación las calles flanqueadas por altos corredores de Santa Cruz cuando ésta era para nosotros apenas una lejana referencia, así aprendimos a amar esa región. Interpretaciones de cuecas como “Soledad” o “Sed de amor” hicieron que sintamos más nuestra aquella voz y aquel fraseo. No fueron pocos los bolivianos que, lejos del país, atenuaban sus nostalgias acompañados de sus discos. Aquello que expresa Eduardo Mitre en el poema “Contigo en la distancia” no es de ninguna manera un caso aislado.
Cuando Gladys Moreno Alcanzó la cima se su popularidad, la canción oriental transitaba su etapa más fecunda. Poetas y músicos excepcionales le habían dado al género una fuerza lírica excepcional. Es a través de ellos que folcloristas como el argentino Chango Rodríguez compusieron taquiraris que se difundieron en el continente años después. Esta misma fuerza sedujo a Alfredo Zitarrosa para incluir “El camba”, de Godofredo Núñez, en su repertorio. Hay en esos taquiraris una carga poética que trasciende el simple costumbrismo. A la sombra de esas creaciones, a fines de los años 40, en el oriente surgieron intérpretes de gran jerarquía. Doña Gladys no fue sino una consecuencia de aquel movimiento, como poco antes lo había sido Carlos “Trueno” Saucedo, extraordinario cantante beniano que, como ella, también interpretaba con maestría la música de cualquier región de Bolivia. La puesta en escena de “Los cuartos”, de Jaime Saenz, incluye la versión excepcional de “Nevando está” del cantante beniano. Creo que la omisión de ese nombre es una de las más sentidas en la obra de Antezana y Paz Soldán.
El título “La pascana de Gladys Moreno”, está inspirado en un verso de El carretero enamorado, “sos la pascana que quiero alcanzar”, un taquirari que siempre cautivo a Cachín Antezana. Tampoco hay que olvidar que Gladys inició su oficio de cantante en “La pascana”, un tradicional local que fuera un referente de la ciudad de Santa Cruz durante más de 40 años. La obra no sólo trae la biografía completa de la cantante, además de fotografías familiares y otras que muestras sus primeros años en los escenarios, también incluye testimonios de destacados músicos cruceños, además de las últimas entrevistas televisivas donde ella habla de los conceptos acuñados a lo largo de su carrera de la canción boliviana. También muestra la huella que dejaron en su memoria el contacto con la diversidad regional de Bolivia, todo sazonado con imágenes del documental “Un poquito de diversificación económica” de Jorge Ruiz o la hermosa pieza inédita de Alberto Villalpando que apoya imágenes del velorio y el entierro de la cantante. Una y otra vez, a lo largo de las entrevistas, Gladys expresa su amor y agradecimiento a ese pueblo que siguiera con devoción su canto.
Se incluyen otros datos, por ejemplo, las distinciones que obtuvo a lo largo de su carrera (es la única boliviana dedicada al arte que recibió el Cóndor de los Andes), se muestra toda su discografía, permitiendo que el lector acceda a algunas de ellas en forma de vídeo clips o con la simple imagen de la aguja de un tocadiscos que se posa sobre el vinilo. Hay verdaderas joyas, desde una versión de “El haragán”, donde una Gladys muy joven es acompañada por el dúo Larrea- Terán en una versión que seguramente data de principios de los años 50, hasta sus versiones de viejos pasillos como “Sombras” y “Mis flores negras”. Claro también incluyeron clásicos como “Alma cruceña”, vals por el que Gladys sentía gran cariño, “Soledad” o “El carretero enamorado”, este último en un vídeo clip que trae la imagen de una niña muy bonita que finge cantarlo, lo cual impresiona como un despropósito. Talvez sentí la ausencia de “En las playas del Beni”, de doña Lola Sierra de Méndez.
La composición de Villalpando nos parece un correcto cierre de la obra, una verdadera pascana para quienes deseamos un recuerdo perecedero de la gran trovadora cruceña; ojalá que este trabajo impulse otros homenajes (pienso en una reedición del cd de aquellos discos grabados en Brasil, por ejemplo) que tengan la virtud de renovar en la memoria de nuestro pueblo el recuerdo de la que sin duda es la gran cantante boliviana. Que nuestros jóvenes dejen de ver en ella una respetada aunque lejana imagen y que adopten sus canciones para compartirlas. Con la ayuda de los medios es posible hacerlo. ¡Ah!… y que el CESU de la Universidad San Simón, encuentre los senderos correctos para una fluida distribución de la obra, incluso un poco más allá de nuestras fronteras. Vale la pena.
08/13/2007 por Marcelo Paz Soldan