01/28/2025 por Marcelo Paz Soldan

La odisea subterránea de Diego Mattos

La odisea subterránea de Diego Mattos

Por Marcelo Paz Soldán

A mitad de la vida,

en una selva oscura me encontraba

por que mi ruta había extraviado

—Dante, Canto I, vv. 1-3

En Hasta que el río aclare [3600, 2024], Diego Mattos nos invita a un descenso literal y simbólico a las entrañas de La Paz. Su novela, dividida en dos partes que dialogan entre lo tangible y lo metafísico, sigue los pasos de Mauricio Antezana, un joven ingeniero encargado de inspeccionar los embovedados de los ríos paceños. Acompañado por tres trabajadores municipales, Raymundo Ayaviri, Melitón Pope y Wilson Laura, Mauricio se adentra en un submundo donde las aguas arrastran historias, leyendas y residuos de una sociedad en permanente tensión entre modernidad y tradición.

La obra de Mattos transita por una narrativa que oscila entre lo cotidiano y lo alegórico. La primera parte de la novela nos sumerge en una ciudad desbordante de vida, reflejada incluso en sus desechos. Los diálogos entre los personajes, marcados por referencias culturales locales como el rechazo inicial de Mauricio a pijchar coca, funcionan como una radiografía de la idiosincrasia boliviana. Los olores, las texturas y el bullicio de lo que ocurre bajo la ciudad son palpables. Pero no se trata sólo de una crónica urbana: las aguas contaminadas de los ríos paceños son un espejo que refleja las heridas abiertas de la historia y la complejidad de una identidad nacional.

Entre el mito y la denuncia

En su descenso al embovedado del Apumalla, Mauricio no sólo enfrenta el deterioro físico del lugar, sino también un universo simbólico. El “Tío”, figura tradicional de las minas, se convierte en un recordatorio de cómo las creencias y supersticiones están entrelazadas con la vida cotidiana. Estas referencias al pasado minero de Bolivia dan a la novela una profundidad que trasciende su trama inicial, evocando el peso de una historia de explotación y resistencia.

—¡Pero esto no es la mina, Pope! —exclamó Mauricio Antezana exigiendo claridad inútil—. Estamos en iun embovedado, ¿de qué galerías me estás hablando? (Pág. 135).

En este contexto, Mattos introduce personajes cuya experiencia contrasta con la de Mauricio. Los tres trabajadores, que han internalizado las duras condiciones del lugar, aportan un sentido de arraigo y pertenencia que desafía la desconexión cultural del joven ingeniero. La relación entre ellos evidencia un choque de mundos: el técnico, representado por Mauricio, y el ancestral, que encarnan Ayaviri, Pope y Laura.

En la segunda parte, la novela toma un giro alegórico que trasciende la narración lineal de un descenso físico. El encuentro de Mauricio con Casiano Colque, “el Loco”, y su viaje en la balsa por los ríos subterráneos, abre una dimensión simbólica que recuerda a dos grandes referentes de la cultura y la literatura occidental: La barca de los locos, descrita por Michel Foucault, y el descenso al infierno de Dante Alighieri en La Divina Comedia. Mattos, sin embargo, no se limita a replicar estos modelos, sino que los reinterpreta con un profundo arraigo en el contexto boliviano.

La barca de los locos y las doce monedas para el barquero

La figura de Casiano Colque y su embarcación evocan de inmediato la imagen del barquero que transporta a las almas errantes. En el pensamiento medieval, recogido por Foucault en su estudio sobre la locura, la barca era una metáfora del tránsito entre la razón y el caos, el orden y el absurdo. En la novela de Mattos, el río subterráneo se convierte en ese espacio liminal donde los ríos no sólo conectan diferentes puntos geográficos, sino también distintos estados de la conciencia y de la historia. Mauricio, quien comienza su viaje como un ingeniero técnico, va dejando atrás su racionalidad para adentrarse en un mundo de percepciones y símbolos donde la lógica del tiempo y el espacio pierde sentido.

El detalle de las doce monedas para el barquero añade una capa de significado mitológico y cultural. La referencia recuerda al pago que Caronte exige en la mitología griega para cruzar el río Estigia, un gesto que aquí se reinterpreta con un tinte más terrenal. Las monedas no sólo remiten al acto de cruzar un umbral, sino también a la transacción que define el sistema humano: el valor, el intercambio, el costo de avanzar. En el caso de Mauricio, el pago no es literal, pero su viaje exige un precio emocional y psicológico: abandonar sus certezas, enfrentar sus miedos y aceptar que los ríos de su travesía lo están llevando a un punto de transformación personal.

El infierno según Dante, reinterpretado bajo tierra

El Infiernillo, como lo nombra Mattos, es uno de los pasajes más impactantes de la novela, no sólo por su descripción visceral, sino por la profundidad de sus implicaciones simbólicas. Aquí, Mauricio y el lector atraviesan un espacio que recuerda a los círculos del Infierno dantesco, donde los castigos reflejan las culpas de los condenados. Las voces que resuenan en las paredes —políticos corruptos, opresores, asesinos— son un eco de los peores excesos de la humanidad, un recordatorio de los crímenes y pecados que han marcado la historia de Bolivia y de cualquier sociedad.

Estaba convencido de que a lo largo de la ribera observaba sombras de personas. (pág. 234).

Mattos no se queda en el castigo moral de Dante. En el Infiernillo, los ecos no sólo denuncian el pasado, sino que confrontan a Mauricio con el peso de una historia colectiva. Los ladridos y aullidos que emergen más adelante, transformando a las personas en criaturas de cuatro patas, son una representación grotesca de la degradación humana, pero también un espejo para el lector: ¿qué nos lleva a perder nuestra humanidad? ¿Qué queda cuando abandonamos toda ética y empatía?

El Infiernillo, más que un castigo eterno, es un espacio de tránsito. Es, como el resto del río, un paso necesario para llegar al Choqueyapu, ese río final donde Mauricio experimenta una claridad renovadora. Al igual que Dante, que al salir del Infierno contempla las estrellas, Mauricio encuentra un río cristalino, con aguas que no sólo limpian, sino que revelan, exponiendo incluso la vida en su interior: peces, movimiento, vitalidad.

Otro elemento notable en la travesía de Mauricio y Casiano es la conversación sobre las dos bifurcaciones del río. Casiano le dice que ambas llevan al Choqueyapu, pero que una es más larga que la otra, “depende del tiempo”. Este diálogo introduce una idea fundamental: el tiempo no es lineal en este universo subterráneo. En los ríos de Mattos, todo se mueve de forma relativa, como si las aguas fueran una metáfora del tiempo mismo. Esto recuerda al Purgatorio de Dante, donde los penitentes no son castigados eternamente, sino que avanzan según su proceso de purificación.

Le parecía que todo estaba construido de una piedra de otro tiempo, incluso le daba la sensación de que todos los tiempos habían confluido en ese preciso momento. (Pág. 271).

La elección de Mauricio por la bifurcación de la derecha, guiado por instinto más que por certeza, refuerza la idea de que el viaje es tan importante como el destino. En la balsa, Mauricio no sólo avanza en el espacio físico, sino que también navega por su propia memoria, sus miedos y sus deseos.

Diego Mattos logra tomar grandes referentes de la tradición literaria universal y reinterpretarlos en un contexto profundamente local. La figura de Casiano Colque y su embarcación, el simbolismo del Infiernillo y las bifurcaciones del río no son simples homenajes a Dante o Foucault, sino reinterpretaciones que dialogan con la historia, las leyendas y las problemáticas de Bolivia.

En Hasta que el río aclare, los ríos no sólo son canales de agua, sino vehículos de memoria, espacios de transición y espejos de la condición humana. Mattos nos recuerda que, como dice Casiano, “todos los ríos se mueven”.

El río te va a llevar a donde tengas que ir, ingeniero. Tienes que caminar con el río. (Pág. 290).

Fuente: Ecdótica