02/02/2009 por Marcelo Paz Soldan
La nueva novela de Paz Soldán: Los vivos y los muertos

La nueva novela de Paz Soldán: Los vivos y los muertos

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Los vivos y los muertos
Edmundo Paz Soldán

Los jóvenes habitantes de Madison viven en un mundo en el que sus aspiraciones se truncan de manera constante, secretos inconfesables y pasiones desatadas. En un breve espacio de tiempo las muertes de varios adolescentes convertirán la aparente armonía del pueblo en algo cercano a una maldición. A partir de estos hechos reales, Edmundo Paz Soldán escribe una novela en extremo psicológica, un retrato descarnado de la violencia en una sociedad que se creía triunfadora. Cruda, directa y desprovista de artificios. La narración nos va conduciendo, de la mano de sus protagonistas, por un camino sin retorno al lado más oscuro del ser humano.
Capítulo I
La luz del semáforo está en rojo. El cielo gris, encapotado, opresivo, parece a punto de deshacerse sobre nuestras cabezas. El frío llegó hace un par de días a Madison y no se irá hasta dentro de seis meses. Ocurre cada año, la segunda semana de octubre, el sol que de pronto desaparece, el aire sombrío que se instala en el pueblo, las calles que se vacían, la escarcha en la madrugada. Uno debe, ahora, buscar calor donde pueda.
Amanda dijo que quería mostrarme algo. Qué, le pregunté. Y ella se rió con esa risa que invita a pensar en montañas rusas. Ven, dijo, estoy sola, y colgó.
Me metí dos Starbursts a la boca. Eran las tres y cuarto de la tarde. La noche anterior había prometido no volver a hacerlo. Pero en ese instante, sin darme cuenta, con el celular en la mano, creyendo que todavía no sabía si iría, que era capaz de tomar decisiones contrarias a las que Amanda había tomado por mí, me dirigí hacia el cuarto de Jeremy, a cerciorarme de que estaba distraído, de que no saldría detrás de mí, no me seguiría.
Mi hermano se encontraba frente a la computadora, guiando a su avatar en uno de los mundos de Linaje. Una valkiria caminaba por la pantalla, la espada en la mano, toda píxel y convicción. Siempre me había parecido extraño que, a la hora de elegir otra identidad con la cual pasar un par de horas en la pantalla, Jeremy eligiera a una mujer. Me pregunté qué dirían nuestros compañeros en el equipo. Un poco raro, quizás, pero nada del otro mundo ya que su hombría estaba bien probada: Jeremy era el que más hablaba de mujeres y sexo en los vestuarios, el de la colección de revistas y DVD porno, el de las interminables conquistas. Más extraño e imposible de justificar hubiera sido encontrarme con fotos de Jem vestido con ropa interior de mujer (como las fotos de papá que descubrí y rompí años atrás).
La luz del semáforo ha cambiado al verde; continúo mi camino, acelero. Algunas hojas otoñales se posan en la ventana delantera del Corolla. Por la acera caminan en fi la india los niños de una guardería, uno agarrado de la mano del otro. Los hay rubios, latinos, negros, de rasgos asiáticos: podrían servir para un afi che de Benetton. Hay incluso uno retardado, conmovedora la forma en que camina, como si la pierna izquierda no supiera lo que hace la derecha ni tampoco le interesara. Las dos señoras que los acompañan están excedidas de peso. Se me cruza por la mente la imagen de Jenny, regordeta, sonriente, en esa casa invadida por termitas que fue mi primera guardería. Jenny tenía siempre el televisor encendido y dejaba que sus sobrinos, mayores que nosotros, nos enseñaran juegos violentos en su Nintendo y con sus Power Rangers. Por eso todos los niños la que ríamos; por eso nuestros padres no la toleraban más de lo necesario.
Fuente: el boomeran