Por Christian Jiménez Kanahuaty
Establecer un proyecto narrativo como el de Gonzalo Lema no es tarea fácil, no sólo por la cantidad de novelas acumuladas a lo largo de distintas décadas de trabajo, sino porque se establecen distintas líneas argumentales en todas ellas que implican pensarlas a veces por separado, y en otras ocasiones, como parte de un gran mosaico que se conforma a través de la suma total y que logra comunicarse entre sí.
Son novelas que piensan el país. En principio desde una mirada risueña, melancólica y literaria como en el caso de El país de la alegría, quizá la novela más literaria de Lema, porque ahí rinde homenaje a sus influencias y debates internos, para luego argumentar en procura de un mundo que no debe ser entendido ni vivido sin las reglas del arte. Después se hace presente una forma de la novela histórica en clave biográfica, como si todo lo que el narrador pusiera frente al lector funcionará de forma visual, pero también como testimonio de un tiempo que no se repetirá, pero que sus esquirlas estarán presentes de forma definitiva en el futuro. Lo que quiere decir que es biografía, pero también fabulación emocional. Así, La huella es el olvido, se constituye en un ejercicio narrativo de gran valor por la voz que Lema construye y que no se limita a contar los hechos como sucedieron, sino que hay un momento en la novela en el que se abordan las dudas y las interrogantes desde una dimensión más humana y menos heroica. Y por ello, aquí, realidad y fantasía, verdad y ficción se enlazan para hacer de la historia un relato más profundo y crítico con la realidad histórica.
La preocupación que desencadena toda la trama de La huella es el olvido, tiene que ver con la guerra y sus consecuencias. La guerra de independencia constituye un telón de fondo en una exploración en la que el autor se preguntará sobre el rumbo de la libertad y las acciones que día a día, prefiguran el mañana sobre los restos del presente. Es sobre este mismo tema que en una variable contemporánea se narra Ahora que es entonces. Una novela que también explora las consecuencias de la guerra, pero que, en este caso, piensa y coloca las relaciones afectivas y emocionales en primer plano, y ya no como resultado de una acción, sino más bien como unidas a cualquier tipo de acción, como si cada una de las acciones que hiciera el hombre en su paso por el mundo, fuera el resultado de la unión entre una emoción y una necesidad.
Lema escribe sobre un país en permanente descomposición. Como si sobre sus escombros pudiera emerger una realidad nueva que no siempre es la que se buscó construir. Vive esa nueva realidad en permanente contradicción y quizá en ese espacio radica su belleza. Es, por ello, un gesto de desaliento, que se convierte a través de la ficción, en una manera de entender y adentrarse en un mundo que se presupone desconocido.
Y este rasgo del punto de vista narrativo es el que lleva a Lema a escribir La vida me duele sin vos. Una novela en la que las preguntas abundan porque el autor no desea bajar línea ni sentar las bases para un análisis sociológico del país. Lo que hace es más bien obtener un gusto por la narración, por el humor, la ironía y cierta mirada descreída del mundo y no es que haya estado escrita bajo el influjo de El fin de la historia y el último hombre de Fukuyama, sino que, en su intento por comprender un país, la narrativa de Lema en esta novela, se acerca demasiado a la coyuntura de un cambio de época para desmontar los mitos y las narraciones de origen que construyen una razón de estado y un espacio democrático.
Porque como otros escritores de su generación, piensa Bolivia como un laboratorio de ficciones verdaderas. Esto quiere decir que todo cuanto se hace desde la narrativa tiene un reflejo en lo real y todo lo que sucede en el terreno de lo real, se refleja y repercute en la narrativa. Lo que significa que la lectura de la realidad implica una interpretación y una selección de los materiales con los cuales se narrará el destino de un personaje que no tiene sino sobre sí la labor de seguir sus propios impulsos porque la historia de la ficción al interior de la novela así lo demandan. Pero esa resolución nos presenta una lectura de la realidad que acompaña los debates que los lectores sostienen a diario consigo mimos y con otras personas.
Y esto es importante porque la renovación de la literatura boliviana pasa por ese gesto en el que la historia nacional sigue siendo importante, pero no se trata de hacer una crónica de ella, como fue la pretensión de la generación anterior a Lema, y que se profundiza en escritores como G. Rivero, Paz Soldán, Rocha Monroy y W. Montes, entre otros. Esta ruptura hace que la narrativa de estos escritores transite por un proceso de cuestionamiento de la realidad, pero limpiando la herramienta del lenguaje y su modo de tratar y entender la ficción.
Es así que Lema llega a Yo, su última novela, en la que la historia y las dualidades de la personalidad de sus personajes se hace más radical. Las historias cruzadas, las miradas desconfiadas sobre la identidad del otro, la lectura de la realidad política del país y los sueños de transformación social, cambio y ascenso económico se subliman para entender unas vidas que se cruzan y se imaginan, pero que no necesariamente se conocen ni conviven.
Esto habla de la fragmentación del país, habla de la difícil convivencia y de la nutrida capa de miedos, prejuicios y rencores que se guardan en cada persona. La prosa de Lema en esta novela convierte la narración en algo ágil, pero meditado. Es un tratamiento del tiempo narrativo distinto al de sus anteriores novelas porque aquí todo va más lento en el momento en que se describen, explican y muestran acciones, pensamientos y condiciones de vida; pero no por ello la novela pasa por ser un manifiesto etnográfico, más al contrario, es como una historia oral y coral que se va descubriendo conforme pasan los capítulos.
Por tanto, los libros de Lema conforman una topografía que construye un discurso y un modo de ver el país, pero dentro del país, los habitantes tienen un lugar protagónico, porque cada uno de ellos, logra conformar en sí mismo una patria, y un modo de estar en el mundo que disputa su lugar a los demás. Y mientras lo hace se encuentra con que la vida misma lo arroja al descubrimiento de su verdadera identidad y necesidad. Y es por ello, que Yo, de Lema, es una síntesis de sus programas narrativos hasta el momento, porque la violencia social también impregna estas páginas, pero hay un doblez que se da cuando los diálogos se convierten en reflexivos y empieza a dibujarse la otredad en su dimensión más concreta. Lo cual implica que el lector adquiere un compromiso renovado con la prosa del autor porque se ve partícipe de lo que se cuenta.
Fuente: Letra Siete