Por Sulma Montero
(Texto que la autora leyó en la presentación de Insectario (El Cuervo, 2022) en la Feria Internacional del Libro de La Paz.)
Estoy emocionada al presentar los poemas que componen Insectario, de Juan Pablo Piñeiro. Los percibí después de la noticia de su cercanía a través de un sueño en el cual una gran luz aguamarina nacía incólume, trastocando la noche de los tiempos. En la atmósfera flotaba el aroma inconfundible a tinta de imprenta. Agudicé la visión y advertí lo que presentía: era evidente que se fraguaba un libro y, como si el rumor de las hojas fuera el movimiento de las alas de un animal diminuto, me parecieron destinadas a consumar un fuego por el momento invisible.
De pronto, de la penumbra, emergieron grabados antiguos de insectos que despertaban para comunicarnos su estadía en la Tierra. Era la aparición cósmica de una voz que surgía en los entresijos de lo onírico y crecía, mágicamente, desde lo más pequeño, mediante un juego de líneas y letras que se metamorfoseaban al descollar en una conmovedora oración.
Me quedé pensativa, esperando el primer libro de poemas de mi amigo. Me llegó pasado un tiempo, por WhatsApp, con el sello de la editorial El Cuervo y dedicado a su madre. Maravillada por el claro color de la portada y las ilustraciones creadas, cual filigranas, por Mario Piñeiro para cada una de sus partes; admiré los collages donde se muestran, dueños de sí mismos y exponiendo su intimidad, los insectos, que nos invitaban a participar de un delicado y bizarro microcosmos en el infinito de la página.
Sumergida en la lectura de los 23 poemas vertidos en cinco partes: Larvas, Pupa, Subímago, Ímago e Invocación, agradecí el regalo de una espiral de numinosas emociones. Ingresando a Larvas, me detuve en la familia Odonato: Ashitsu /Nace del agua, /despliega sus alas, /la libélula.; haiku que inicia el canto del poeta etólogo.
Recordemos al científico austriaco Konrad Lorenz, cuando hablaba de una psique animal, de sus deseos, apetencias y miedos, situándonos ante el umbral del mundo de lo recóndito, donde comienzan a suceder las transformaciones. En Pupa, el poema “Paraísos artificiales”, expresa: He descubierto con dicha y espanto /que cada uno de nosotros /es el avatar de un insecto, /celda de miel, /estatua de cera fractal, adorado talismán de muchas lunas invocadas.
Nos vemos involucrados en una realidad profunda en la cual estar frente a un insecto cobra otra perspectiva y abre el acceso al estado de lo inefable, cuando remata: Todo está lleno de nosotros / menos nosotros, interiorizándonos para aceptar ser cómplices de su escritura. Luego, como una revelación, llega el poema “Abeja reina” con una pregunta que se resuelve en sí misma, llevándonos a atender un mensaje de unión con el otro ser, el que nos complementa, como la abeja reina o los demás insectos e insectas que habitan la Madre Tierra: ¿Acaso la vida no debería ser otra cosa?… /una aventura silenciosa /de un habitante del desierto /que ha decidido/no moverse de su sitio /hasta que, a sus pies, /crezca un árbol /y brille verde en el sol.
A partir de ese momento algo destella hacia adentro; los poemas parecen recordarnos que hay que saber mirar para reconocer el sendero bañado por una única y titánica luz.
Insectario nos enseña lo valioso de la vida como finalidad de la humildad, a retomar el viaje siendo parte de la armonía con la naturaleza, a respetarla, aprendiendo de los pueblos primitivos, quienes defendían la tierra como un ser primordial de la creación y se comunicaban de manera espontánea y amorosa con todo organismo vivo. A decir del poeta maliense Ismael Diaidé Haidara: Nos acercamos a lo humano por nuestros actos, pues existimos porque los demás existen, y los demás también son los insectos, esos seres que transitan por el libro como las letras que los escriben y transfiguran al lector, y que luego se instauran en el poema “Crisálida melancolía”, al consagrar una filosofía de vida que poco tiene que ver con los hombres y, sin embargo, cobra magnificencia.
La alquimia de lo esencial parece manifestarse en boca de estas criaturas y sus cualidades casi divinas, haciéndonos parte de ellas, pues en Ímago nos convertimos en ellas; invitados a encarnarlas, a descubrir su idioma, así como su forma de tocar y discernir el micro mundo.
“Idioma escarabajo” evidencia ese camino, el insecto o la insecta, ya camarada, nos habla de sus preferencias por los miradores bajitos, de los detalles ensanchados del corazón azul de los seres diminutos, y además…nos enseña a respirar como algunos espíritus y todas las plantas.
Imbuida en el poema “Zumbido” me pregunto: ¿de qué miradas infinitas hablamos si la estratósfera, la tropósfera y la exósfera son las células de una madre en gestación?, ¿si en la vida, como se escribe en los primeros versos de Insectario, un único segundo tiene pasado? Es un hecho que todos venimos a nacer y morir a este planeta,quizás debamos intentar amarlo.
Al final, el poeta se refiere al milagro de las transformaciones de su propia vida: agradece el estar aquí a su madre y a todos los insectos por medio de una “Invocación”, tránsito con el que corona el libro.
La poesía es el misterio del ciclo, de nuestro ciclo ya encendido. La llama que alimenta el fuego, se ha tornado visible. Todo ha sucedido porque debía suceder. Y somos parte de un diáfano paradigma, enriquecidos por una ética de vida, que nos convoca a escuchar y honrar a todos los habitantes de la naturaleza.
Juan Pablo, hermano de las cosas pequeñas y las miradas infinitas, bienvenidos sean los poemas de Insectario.
Fuente: elduendeoruro.com/