Un nuevo número de La Mariposa Mundial
Por: Randal Machaca
Toda revista rompe el solipsismo en el que suele encerrarse la literatura de un país. De ahí que una edad de oro hemerográfica sea ese momento en que imaginación e innovación avancen en sabroso desparpajo y empuje hacia algo que muchas veces suele desconocerse.
La historia o historias de una revista son cosa compleja y al mismo tiempo cosa apasionante. Decía Panbière: “las revistas son trenes. Sistema de cruzamientos y alternativas, salidas y llegadas, que comprimen la historia de la literatura y hasta la suplantan”. Pero no sólo eso, las revistas están ahí para llenar los intersticios entre los libros, como veía Alfonso Reyes. Y no se crea que solamente para llenar un vacío —esto suele suponerse mucho—, sino al contrario, muchas veces para vaciar un llenado, que es cuando se tornan adversas, incisivas y fundadoras de algo nuevo.
Una revista inventa su historia eslabonándose con ella misma (cada número dialoga con los anteriores, con los por venir) y también con otras revistas y libros y generaciones de escritores. Una revista es un acontecimiento y un surcado distinto en la forma. Como diría Sheridan, estos híbridos son nuestros preciados puentes de papel.
En Bolivia muy pocos pasean por estos puentes, aunque muchos se hayan dedicado a construirlos a lo largo del tiempo. Prueba de ello es la grata aparición del número 16/17 de la revista de literatura La Mariposa Mundial. Dicen que se la vio remontar hacia Cochabamba, luego a Lima, luego a Quito y más allá. Dicen que es un número que hay que leer de pe a pa y con decoro. Dicen que hay poco escritor boliviano, en buena hora, y que por sus páginas se mueven a sus anchas los escritos de Roger Munier, Simone Weil, Danielle Serréra, Djuna Barnes, Denisse Levertov, Bram van Velde, Eavan Boland, Celan, entre otros, y para colmo una no menos sugerente Separata sobre un cuaderno desconocido de James Joyce.
[Tomado de www: http://www.laprensa.com.bo/fondonegro]
09/27/2007 por Marcelo Paz Soldan