La literatura marginal en Bolivia
Por: Freddy Zárate
Quisiera empezar este breve artículo con un recuerdo personal. Algo que me ocurrió hace un par de meses. En una feria de libro improvisada, vi como algunos extranjeros (argentinos y chilenos) se extasiaban y se deleitaban con los textos de Jaime Saenz (1921-1986) y Víctor Hugo Viscarra (1958-2006). Me llamó la atención el culto retórico que vociferaban a boca llena estos turistas literarios al ver cada título de sus ídolos.
Hay una norma entre literatos según la cual los libros deben defenderse solos. Siguiendo esta pauta, terminé por revisar los enaltecidos textos de Saenz y Viscarra. Debo manifestar –desde mi percepción subjetiva y tal vez equivocada– que hay una sobrevaloración a estos autores y en particular a Viscarra. Personalmente creo que no hay nada nocivo que la literatura se nutra de ciertas vivencias existenciales para ser plasmadas en novelas, relatos y cuentos, pero llevar al extremo esta regla y tener que recurrir a toda la rutina individual de un personaje para reflejarnos una “gran literatura”, me parece equivocado.
Los textos de Viscarra en su integridad son sus escarmientos en vida. Es una constante repetición de lugares y hechos comunes. La obra monótona de Viscarra podría compendiarse en un solo relato que englobe la oscuridad de las calles, el lenguaje coba, las celdas policiales, los robos, los bares, las bebidas, las drogas y el sexo.
En la actualidad esta corriente literaria goza de un gran éxito no sólo en Bolivia, sino también en países latinoamericanos y europeos. Sus adeptos creen sentir en estos relatos marginales el humus de profundidad, misterio y curiosidad distante del submundo urbano.
Afirmar que la marginalidad es decisiva para cautivar a muchos espíritus incautos sobre esta temática no exonera al autor de su responsabilidad por lo que escribe. Pero el caso de Viscarra va más allá. Son los otros los que emanciparon los demonios subjetivos de Viscarra y convirtieron en historias “objetivas”. Sus amistades son los que hacen la labor propagandista en favor de Víctor Hugo.
Presumo que el artífice (in)directo y gran promotor de los textos de Viscarra es el poeta Manuel Vargas. Todos los textos fueron publicados por la editorial Correveidile (La Paz), que él dirige hasta el día de hoy.
El resultado es clarísimo. En la actualidad Viscarra goza de una amplia recepción literaria que trascendió ese éxito a la pantalla grande bajo el título El cementerio de elefantes, dirigida por el cineasta Tonchy Antezana.
Como apéndice los profesores de literatura del nivel secundario sienten la necesidad imperiosa de que sus alumnos circunstanciales conozcan a este “gran autor” en sus aulas.
Muchos partidarios de esta corriente literaria creen que Víctor Hugo Viscarra es el precursor de la llamada literatura marginal en Bolivia, pero haciendo una pequeña revisión de la historia de las letras se puede encontrar antecesores sobre este tópico.
A finales de la década de los 30 el escritor boliviano Claudio Cortez A. (1908-1954) nos presentó su novela titulada La tristeza del suburbio (Tipografía La Prensa, 1937). Cortez nos muestra a través de sus personajes las vivencias del sector marginal de la urbe paceña. Los borrachos consuetudinarios, el lenguaje coba, la prostitución, la pobreza de los barrios periféricos son la trama que nos relata el autor. La tristeza del suburbio es una narración que transcurre entre la adversidad, la desesperación, la desolación de la vida cotidiana del sector marginal. Con un final pesimista Cortez expresó: “Al fin la alegría y el dolor acaban. El tiempo lo borra todo. Quizá también dentro de algunas horas olvides este sencillo relato”.
Los dos nombres –Viscarra y Cortez– nos muestran que son los publicistas literarios de cada época que envilecen o embellecen a los libros. Los que olvidan arbitrariamente a unos y enaltecen injustamente a otros. Como toda percepción humana de las cosas puede ser artificial y hasta absurda en algunos casos. Es necesario despojarnos de ciertos convencionalismos literarios que se rigen por modas efímeras del momento y es necesario acentuar un espíritu crítico que cuestione lo sobreentendido y obvio.
Fuente: Ideas