Cochabamba y su literatura, bajo el sol y en torno a la mesa
Por:Martín Zelaya Sánchez
Cuatro autores cochabambinos ganadores del Premio Nacional de Novela hablan sobre la producción literaria de este suelo. Tres aceptan que el espíritu diurno y celebratorio de la comida y la fiesta influyen a la hora de escribir
“El cochabambino —dice Gonzalo Lema— es un hombre solar. Quizás narra más el día que la noche. Cochabamba es una ciudad entre el campo y el poder, y eso define un ritmo de vida. Nos gustan los bares y no las capillas de café. La convivencia gira alrededor de un plato de comida y cerveza. El mundo intelectual no se caracteriza (como en otros lugares) por su excentricidad”.
Hoy culmina la segunda Feria Internacional del Libro de Cochabamba, un evento aún novel y en proceso de afianzamiento lo que, empero, no quita que sea ya un articulador para la convergencia de autores, editores, libros y lectores. ¿Cómo se encuentra la literatura de la “Llajta” en esta coyuntura?, ¿Hay una identidad o caracterización específica de las letras y los escritores cochabambinos?
Trasladamos estas preguntas a autores nacidos o residentes en la capital del valle y además de sus reflexiones al respecto, plantean otros puntos inherentes al tema, como el entorno, las influencias y los más representativos narradores y títulos.
“En el mundo globalizado de hoy —advierte Adolfo Cáceres Romero—, hablar de identidades suena a desubicado y retrógrado; sin embargo, como dice Héctor Cossío Salinas: “Hilo de plata que hilvana la leyenda con la historia es la tradición”. Consecuentemente, cuando la temática de una obra sale de esas fuentes, de esos medios, podemos hablar de una obra con sabor al lugar que la inspira o genera, (en este caso) un sabor valluno”.
Al hablar de literatura paceña es inevitable pensar en Jaime Saenz, Arturo Borda o Víctor Hugo Viscarra, es decir, en marginalidad, bohemia, alcohol, muerte y misticismo, aunque la mayoría de los autores —según se vio en el número que Fondo Negro dedicó a La Paz para el 16 de julio— rechace los encasillamientos y estereotipos. Sucede lo mismo con Santa Cruz, cuyos jóvenes narradores reivindican lo urbano y el desarraigo de moldes y referencias como puntos comunes de sus obras, lejos del costumbrismo típico hasta los años 60 y 70.
“Estamos en las antípodas de La Paz —dice Ramón Rocha Monroy—. Los cochabambinos somos borrachos solares, y acá es imposible pensar en un demiurgo de la noche y la marginalidad como en La Paz”.
De los cuatro “cochalas” acá consultados —Rocha Monroy y Eduardo Scott Moreno, de nacimiento; Cáceres Romero y Gonzalo Lema, de “adopción”—, tres aceptan que, en cierta medida, el panorama literario en la “Llajta” se ve invadido por el ambiente de banquete, relajamiento y dispersión que predomina en las calles y praderas de Cochabamba, pero ninguno se anima a englobar todo esto como un absoluto y una constante que limite la producción literaria.
Scott Moreno, en desacuerdo con cualquier tipo de encasillamiento, dice: “Me niego a hablar de una literatura boliviana —y por ende también de cochabambina— por el hecho de que estoy convencido que literatura, así como el arte en general, hay una sola: la universal, la que representa, descifra y describe al ser humano y al mundo, su relación con éste; planteando visiones recónditas, secretas”.
“Así que no creo —continúa— que se pueda hablar de una identidad cochabambina, ni creo que existan ejes temáticos y estilos comunes. Si la hubiera sería horriblemente mediocre y provinciana; dedicándose a comentar las bondades de la chicha, por ejemplo. Los intereses profundos, los miedos, las esperanzas del hombre (entiéndase ser humano) son los mismos en todo el mundo y no han cambiado con el paso del tiempo. Somos ciudadados del mundo, nuestra heredad común”.
En cuanto a las temáticas más regulares en las plumas de estos autores, Lema dice: “Los componentes principales son la nostalgia, la melancolía, la historia y, quizás, el paisaje. Es una ventaja, adicional a su extraordinario clima, a su magnífica cocina, su equidistancia entre el poder (La Paz) y el campo (los pueblitos o ciudades pequeñas). Cochabamba es una suerte de paréntesis dentro del que es posible vivir con mucha calidad. No es menos importante la abundancia de tiempo”.
Si todo ello se ve reflejado en el estilo de vida cotidiano de la mayoría de las personas —reflexiona el autor de La vida me duele sin vos—, influye también de forma determinante en el modo de vida y, por consiguiente, en los intereses de los narradores y poetas.
Cáceres Romero, orureño radicado por muchos años en la capital del valle, sostiene que “si algo diferencia a los autores de la ‘Llajta’ no es la temática de su obra, ni que ésta tenga sabor a chicha; es más bien —en nuestro contexto nacional— ese afán de universalidad que se impusieron algunos de sus principales escritores como Nataniel Aguirre, Demetrio Canelas, Diómedes de Pereyra, Jesús Lara, Augusto Guzmán, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Edmundo Paz Soldán y otros”.
Representantes
Y ya que se dan nombres, hay que decir que varios de los más exitosos y conocidos literatos bolivianos de los últimos 20 años —para no ir más lejos— son de este suelo. Ramón Rocha Monroy, Edmundo Paz Soldán y Eduardo Mitre, por poner tres ejemplos de dos “cochalas” de cuna y otro, el último, un orureño que vivió gran parte de su vida en esta ciudad, que se formó literariamente en ésta y que ahora es uno de los poetas bolivianos vivos más reconocidos en Estados Unidos y Europa.
Otro dato. Cinco de los ganadores del Premio Nacional de Novela en sus diez ediciones —además de Rocha Monroy y Paz Soldán, lo hicieron Gonzalo Lema, Eduardo Scott Moreno y Tito Gutiérrez— son de Cochabamba.
Más allá está Rodrigo Hasbún, uno de los mayores referentes de la novísima generación de autores bolivianos. Con sólo un libro publicado —Cinco— fue seleccionado entre los 39 mejores autores latinoamericanos menores de 39 años, y ganó un concurso internacional con su cuento La Familia.
Rodrigo está a punto de ver editada su segunda obra, la novela El lugar del cuerpo —también galardonada en un concurso en Santa Cruz—, que será publicada en noviembre por Gente Común.
Ramón Rocha Monroy
Ramón Rocha Monroy (Cochabamba, Bolivia 1950 ) es un escritor, periodista, gastrónomo, diplomático e investigador. Fue Viceministro de Cultura en 1999. Docente universitario, licenciado en Derecho, pertenece a la nueva generación de narradores bolivianos.
Ha trabajado en el campo de las letras bolivianas por más de 30 años. Con el seudónimo de “Ojo de Vidrio” ha publicado numerosas columnas en diversos diarios nacionales durante varios años, constituyéndose en uno de los más reconocidos literatos de su generación.
Inició su carrera literaria recibiendo el Gran Premio Ensayo Sesquicentenario de la República en el Concurso Franz Tamayo por Pedagogía de la Liberación (1975). Posteriormente mereció el Premio Nacional de Novela Erich Guttentag en dos ocasiones, por sus obras El Run Run de la Calavera (1983) y Ando Volando Bajo (1996). Ganó el Premio de Novela Alfaguara, también en dos ocasiones, con sus novelas La Casilla Vacía (1997), Potosí 1600 (2002) y Qué solos se quedan los muertos! (2006).
Su prosa se caracteriza por tener un aire picaresco que logra capturar el espíritu sincrético y diverso del hombre americano, con especial énfasis en su más cercana encarnación boliviana. Testigo fiel de su realidad y su tiempo, es por medio de su obra un tributario inequívoco al narrador Juan Rulfo.
Edmundo Paz Soldán
Edmundo Paz Soldán nació en Cochabamba (Bolivia) en 1967. Es licenciado en Ciencias Políticas y obtuvo un doctorado en Lenguas y Literatura Hispana por la Universidad de Berkeley. En la actualidad es docente de la Universidad de Cornell. Ha sido ganador de varios premios literarios, entre los que se cuentan el Premio Erich Guttentag (Bolivia, 1992), por la novela Días de papel, y el Premio Juan Rulfo (1997), con su obra Dochera; dos años más tarde fue finalista del Premio Rómulo Gallegos con su novela Río fugitivo. Recientemente ha sido galardonado con el Premio Nacional de Novela 2002 de Bolivia, por la obra El delirio de Turing.
Paz Soldán pertenece a una nueva corriente narrativa latinoamericana, que registra en sus obras el impacto de los medios de comunicación masivos y las nuevas tecnologías en el paisaje urbano del continente. Ha formado parte de la antología McOndo (1996), señalada, junto al manifiesto del grupo mexicano del Crack, como clave para entender la propuesta estética de la nueva generación de narradores. También ha publicado la novela Días de papel (1992), y los libros de cuentos Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1998).
Coeditó la antología de cuentos Se habla español (2002). Sus obras han sido traducidas al inglés, alemán, finés, francés, danés, griego y ruso, y han aparecido en antologías en España, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Francia, Perú, Argentina y Bolivia.
La celebración del convivio
Ramón Rocha Monroy
— “En la literatura de Cochabamba no alcanza a deslindar una temática específica con la fuerza que, por ejemplo, lo hace la bohemia nocturna en La Paz. Pero sí se puede afirmar que poseemos ante todo un espíritu celebratorio que se refleja en el día, a la luz del sol”.
— “Y es que en las letras, como en cualquier otra actividad, hay una clara relación efecto-contexto, y los cochalas, borrachos solares, seguimos siendo una sociedad agraria que no se disipa ni con la acelerada urbanización de los últimos años. La bohemia, la tertulia, giran entorno al día, al sol y, ante todo, en torno a la comida, no tanto a la bebida”.
— “Y esto no quiere decir, porque no puedo hacerlo, que reduzca la producción de toda Cochabamba a mi propuesta, que es la celebración de la cocina y el vientre”.
— “En cuanto a referentes, Paz Soldán es el más visible y comentado en el ámbito nacional e internacional. Debo mencionar además a Rodrigo Hasbún y Gonzalo Lema y a alguien muy especial, Alfredo Medrano, cuentista pero sobre todo Cronista periodístico que, a mi entender, es quien más influyó en posicionar todas estas ideas (defensa del medio ambiente y la comida cochala como eje en la actividad literaria-cultural) fundamentales para entender a quienes viven (y lo que se hace) en el valle”.
* Transcripción de una charla telefónica con el autor
Ese río fugitivo en el corazón del país
Más allá de las novelas costumbristas plagadas de descripciones de paisajes, ambientaciones rebuscadas y personajes sobrecaracterizados que distinguieron a las letras cochabambinas, y bolivianas en general, hasta mediados del siglo pasado, un ineludible referente literario urbano de Cochabamba es el Río Fugitivo de Edmundo Paz Soldán.
Luego de su obra de ese nombre, a manera de Macondo, Comala o Santa María (de García Márquez, Rulfo y Onetti, respectivamente), pero no con la óptica mágica y sobrenatural, sino más bien mostrando una urbe en formación, una sociedad de masas iniciática, individualista y globalizada, el narrador recreó sus tramas en Río Fugitivo —heterónimo, sosías, emporio paralelo de la “Llajta”— en otras tres novelas.
Aunque no del todo redondeada ni consolidada, ésta se constituye en la primera saga con estas características en la literatura boliviana.
Para explicar mejor a la esencia de Río Fugitivo, Juan Gabriel Vásquez, en el prólogo de la edición española de la novela, dice: “En la ciudad boliviana de Cochabamba una clase de muchachos inicia su último curso en el Don Bosco, un colegio privado y católico al que asisten sobre todo hijos de familias acomodadas”.
“Las borracheras, los primeros escarceos con las drogas y el sexo, las fanfarronadas, y las continuas faltas de disciplina son algunos de los ritos de paso con que los alumnos intentan, sin saberlo, afirmar su individualidad y liquidar su adolescencia. Al fondo, ligeramente atenuada por los muros del colegio, aparece la realidad boliviana de los ochenta: huelgas, inestabilidad política, racismo, desigualdades sociales, etcétera. De todo ello va dando cuenta Roby, el narrador de la novela: aprendiz de escritor y cronista oficial del curso, autor de novelitas policiacas y fanzines subversivos que circulan de mano en mano. Cuando la muerte de una persona cercana le sorprende, las certidumbres en las que hasta entonces se apoyaba —familia, colegio, amigos— se tornan irreales; en su intento por resolver el enigma de la muerte, Roby buscará su camino hacia la madurez”.