Por Giannina Machicado
“Para escribir, es necesario consumar un insectario”, dice Juan Pablo Piñeiro mientras arma este libro, su Insectario. En estos 23 poemas, el autor habla sobre los insectos, pero también escucha cuando éstos le hablan a él, o les presta su voz para que hablen con nosotros.
Y a pesar de que en esta ocasión prueba un registro diferente al de la narrativa y al guion, su voz sigue siendo reconocible porque es la misma de sus anteriores libros, impregnada tanto por lo cotidiano como por lo místico, y por lo mismo cercana a la poesía. Por eso algunos de sus versos pueden divertir, pero también dejan un aire de revelación en su conjunto. “Ante la mirada atenta de un bicho cualquiera, aparece la luz apolillada e intacta del universo”.
No es un poemario que se conforme con el asombro ante los insectos y se limite a describirlos; es un diálogo con esas formas de vida diminutas, a veces invisibles, que nos acompañan desde siempre. Son reflexiones que parten de una mirada atenta a experiencias iluminadoras, donde los insectos aparecen como espejos, pero también como maestros.
Al igual que los bichos crecen, cambiando de forma mientras avanzan en las diferentes etapas de su desarrollo, los poemas de Piñeiro van ganando extensión a medida que la lectura del libro avanza. Pasan de la larva que roza el haiku a la paciente pupa, pasan del subimago capaz de levantar vuelo al imago que ya ha alcanzado su madurez plena.
Y esos cambios se dan con naturalidad. La metamorfosis —en general— es un tema recurrente en la obra de Piñeiro desde su primera novela, Cuando Sara Chura despierte (2003), y los insectos —en particular— son una presencia importante en Manubiduyepe (2020). Y podría pensarse que fue durante sus múltiples estadías en la selva de Cobija, en Pando, mientras se gestaba esa novela, que Piñeiro empezó a mirar con más atención a los insectos —o estos a él—. Pero al leerlo también da la impresión de que su interés por los insectos es mucho más viejo.
Por eso en este libro tienen cabida desde la humilde pulga que atormenta a perros y hombres, pasando por la poderosa mantis, hasta el insecto que brilla con sus dos luces (verde en sus antenas, roja en el vientre), como una revelación en medio de la noche.
“Nosotros no estamos aquí para comunicarnos, no queremos que nos entiendas. Hazte cargo de tu mirada sin alas”, le dicen los insectos, porque no todos están aquí para ayudar ni enseñar, porque su existencia no gira en torno al ser humano. Por eso estos poemas marcan distancia y se alejan del antropocentrismo, optando por “los miradores bajitos, esos que enfocan los detalles ensanchados del corazón azul de los seres diminutos”.
Porque la vida de los insectos, en su aparente simpleza, quizás sea algo de lo que nuestra especie todavía tiene mucho que aprender: acaso el paraíso sea sentarse en una piedra mirando el río o echarse en la hierba para recibir el sol, y entender que eso también es existir.
“Desconfía del lugar donde no estemos para mirarte, apártate de cualquier dios que contradiga la verdad de las plantas, porque seguramente no será un dios, sino una idea”, dicen sus insectos, porque al final su presencia siempre es sinónimo de vida.
La colección de poesía de la Editorial El Cuervo empezó en 2008 con la publicación de Cuaderno de sombra de Julio Barriga, y siguió en 2016 con la antología Cosechar tempestades del mismo autor. Este año creció un poco más con Kirki qhañi. Petaca de las poéticas andinas de Elvira Espejo Ayca, y ahora Juan Pablo Piñeiro se suma a su catálogo con Insectario.
Fuente: La Razón