La guerra del papel
Por: Ivan Gutierrez M.
La guerra del papel es la novela ganadora del premio nacional de novela del año 2015, escrita por Osvaldo Calatayud Criales. Lo primero que surge cuando te enfrentas al libro por primera vez es la pregunta “¿qué es esto?” Porque no nos enfrentamos a un libro convencional, sino al contrario, estamos al frente de un artefacto hecho de papel. Debo decir de un curioso artefacto de papel. Es imposible no sentirse sorprendido por el primer impacto, hojear el libro genera sensaciones varias, que pasan desde la fascinación hasta el miedo. Lo último pasa por el obvio sentido de pereza que, en muchas ocasiones, invitan a sentir los libros de peso pesado. La guerra del papel es un artefacto que sorprende y que también asusta.
Voy a comenzar por la sorpresa del libro. La construcción arquitectónica es fascinante, si bien está compuesto por papeles ajenos al empastado y que si tienes un infantil uso del libro puedes llegar a perderlos o confundirlos, a la vez permiten que la historia se ramifique, haciendo que los contextos de “la realidad” cobren un peso punzante. A eso se suman unos cuadros cortados en la parte superior de las páginas que contienen pequeños relatos de una especie de diario del encargado de escribir las cartas que le dicta el narrador principal y que conforman el cuerpo central de la historia. Es decir que a través de estos pasajes o (ya que hablamos de artefacto) de estos circuitos, podemos recorrer tres dimensiones de la historia. De esta manera se logra que tanto el narrador principal, como el Nuncio (que es este escribidor), y el contexto de un futuro que conocemos a partir de recortes de periódico o de retazos de notas rápidas, se conviertan en algo que engrandecen el panorama de lectura.
¿Qué asusta del libro?
Pensar en la escritura como un método de salvación como respuesta del por qué se escribe es un lugar común y, a la vez, extraordinario. Pero siempre que respondemos de esa manera, estamos esquivando nuestra temporalidad, ya que lo necesario es la salvación. ¿De qué?; de la muerte, del pasado, del presente, del adiós, de la traición, del amor, del recordarte aún a pesar de que el papel demanda olvidar: Olvidarnos. Pero en el fondo nos condicionamos a la presión en tensión de lo otro que tanto daño nos hace, cuando el calor de las noches tienen el color eterno del infinito sin sueño. Escribir es un ejercicio de fe, por eso conjuga muy bien la idea de salvarse, salvarnos a través de eso que llamamos escribir; es un acto religioso. Nos hace crear una ficción del misterio para en ella cobijarnos del mal.
La guerra del papel, evidencia algo que en esas respuestas queda a veces desantendido y que cuando comenzamos a escribir y leer a veces oscurece. Qué pasa con el cuerpo, más allá de nuestras respuestas celestes. La novela de Oswaldo es sobre el cuerpo, sobre la vertiginosa caída del cuerpo en la bélica cancha de la fatalidad del tiempo. Alguna vez leí que no hay nada más triste que ver a aquellos hombres sufriendo la caída después de haber sido sobradamente iluminados por la dimensión de la fama y la gloria. Nada duele más que ver la vitalidad contraerse hasta quedar hecha tiras como un cristal endeble. Nada duele más que la pérdida del vigor; porque nos recuerda la diferencia entre la inmortalidad y la fragilidad.
La guerra del papel nos pone al centro de ese huracán, y lo más fuerte es que no solamente es la historia, sino que el libro en su materialidad conforma la complejidad del cuerpo que va disminuyendo. Y en ese decaimiento nos hacemos más complejos, más pesados, más laberinticos. El código epistolar del libro sintoniza con eso que pasa al escribir una carta, nos enfrentamos a esa autopsia de nuestra intimidad. Donde la urgencia por contarnos a ese otro es, en realidad, la búsqueda de la complicidad de haber ganado el día, bueno o malo, pero haberlo ganado al sobrevivirlo. Es en ese plano donde el libro asusta; porque te obliga a pensar en aquello.
K, el hombre que está muriendo por una enfermedad letal del futuro, escribe cartas a una mujer, de la cual casi no ha recibido respuesta nunca. Pero que al igual que el protagonista sufre de algún tipo de enfermedad degenerativa; ambos fueron deportistas profesionales. K relata hechos trágicos sobre deportistas de las olimpiadas que fueron pasando, en esos puntos el libro cobra la belleza que sólo es descifrable cuando de alguna manera has comprometido tu cuerpo al dolor de una hazaña. La deportiva es la más cercana a la de la guerra, cuando el cuerpo revitaliza y tangibiliza el sentido por el otro; porque no es la palabra anterior al rostro. Amamos la complicidad de lo ajeno cuando nos vinculamos ante el peligro evidente del morir. Ambos personajes (uno que existe y otro que en varios puntos de la novela parece inexistente) están cortados, fragmentados entre aquellos días de gloria, de movimiento, de vitalidad y entre lo que se convirtieron: meras fichas de experimentos para laboratorios médicos.
K, instalado en la férrea tarea de escribirle a pesar de saber que nunca tendrá una respuesta, asume el papel de la locura, de la tarea inútil. Y es en ese momento, donde el Nuncio se vuelve fascinante. Porque surge la complicidad de ambos; a pesar de que el Nuncio admite que es una tarea inútil sabe que es determinante, transformándose ante sus ojos el deforme enfermo en un cuerpo de admiración. K, tiene un cómplice, un amigo, alguien con quién librar las batallas inútiles de la vida, las que sólo el cuerpo las sufre; pero que tanto bien siembran en el alma. A partir de esa aceptación ambos personajes crecen.
La guerra del papel es una novela que trata sobre el cuerpo. Sobre la demanda de vivir a pesar de perder la vitalidad en el tiempo. Porque la añoranza del recordar nuestros mejores pasos, nuestros golpes, nuestros mejores abrazos, nuestros mejores besos, sólo fueron posibles por el cuerpo de ese otro, que con nosotros a la vez, se desgajaba en las batallas inútiles, que nos dejaron sin respuesta.
Leer está novela amerita exactamente lo que profesa: complicidad. Creer en su tarea inútil. De lo contrario, siempre existen mejores cosas por leer, siempre existirán mejores cuerpos por recorrer.
Fuente: La Ramona