La ficcionalidad de Rodrigo Hasbún
Por: Adolfo Cáceres Romero
“¿Por qué no intentar poner fin o atenuar
la ola de estupidez que recorre el mundo(…)?
Juan Carlos Onetti
A un amigo escritor le pareció desconcertante lo que escribía Rodrigo Hasbún; es más, no podía concebir que sus cuentos pudieran gustar a alguien, sobre todo a mí. No dicen nada, argumentaba. Si no dicen nada, pensé, ¿llegó a lo que Flaubert buscaba: la ficcionalidad sin tema? También recordé que Mario Vargas Llosa, al leer mi “Mansión de los elegidos”, en 1969 me desplazó al segundo lugar en el Premio Guttentag, diciendo: “El día que este lector de Cortázar encuentre un tema dará que hablar” (me había presentado con el seudónimo de Bebé Rocamadur). ¡Albricias! No estaba solo, pues también Edmundo Paz Soldán elogiaba a Hasbún. Pero aquí cabe una pregunta: ¿El tema lo es todo?
En cada obra, lo que resalta es el tratamiento del tema, pero no el tema en sí. El tema de “Ana Karenina” es la infidelidad; que se repite en miles y miles de obras. Y si la humanidad continúa leyendo esa novela de Tolstoy, no es por su tema. Tolstoy no es su tema, como tampoco lo es Flaubert en su “Madame Bovary”. Tolstoy es Tolstoy y Falubert es Flaubert por la forma cómo tratan los temas de sus obras. Y eso se advierte en todos los grandes, a partir del **Quijote**. A menudo, críticos y lectores confunden tema con trama. Cuando se elogia una obra, lo primero que preguntan es de qué trata. Lo importante no está en el qué, sino en el cómo; no en lo que dice la obra, sino en lo que es en sí, como creación estética.
Volviendo a la obra de Rodrigo Hasbún, acabo de leer su novela El lugar del cuerpo. Tremenda satisfacción la que me provocó. Tiene tantas virtudes, que sus defectos no cuentan. No en vano ganó el Premio Nacional de Literatura 2007, en Santa Cruz de la Sierra. Nos conduce a una singular experiencia para hacernos entender que el lugar del cuerpo está en la tierra. Siempre lo ha estado. Y es el lugar donde su heroína es vejada de niña, de joven y anciana, a pesar de los homenajes que recibe al final de su vida. Tal vez su peor verdugo no es el hombre. Hasbún nos muestra mucho más. Si bien sabemos que el tiempo no perdona, nos conmueve su evidencia en el retorno, frente al espejo y a sus familiares. Ahí sufre y también goza, su cuerpo. Como todo cuerpo, en su lugar. Si al cabo de todas esas vicisitudes algo la redime a Elena es la palabra. Su diario y la novela que escribe; aunque también reniega de ella y la lanza a las aguas de un río, pero ¡oh, fortuna!, vuelve con una nueva obra, porque sólo así podrá sellar su soledad y lanzarse más allá del vacío; sólo así podrá reconciliarse consigo misma.
En esta obra, Rodrigo nos plantea la insuficiencia de las abstracciones para alcanzar el absoluto dominio del ser razón de algo, teniendo en cuenta que la realidad viviente se halla enterrada bajo una gran masa de experiencias y conceptos. El engaño y el deseo son la constante de una búsqueda sin fin. Y es ahí donde Elena tropieza con todo, inclusive con lo perdurable que para ella es poco. En su diario, nos habla de “una mesa redonda estúpida con gente estúpida”. Es muy frecuente confundir espacios. El cuerpo se deteriora y muere porque es finito, pero el espíritu no; por lo tanto siempre está, sin lugar ni tiempo, gracias a la palabra. Es lo que finalmente retiene a Elena, en su lugar de origen. Esta novela es más que una revelación. Su autor da un paso que significa mucho más. Esperemos sus frutos.
Fuente: www.opinion.com.bo