Por Marcelo Paz Soldán
En 2017, cuando leí por primera vez Los días de la peste [Malpaso Ediciones (España)/Editorial Nuevo Milenio (Bolivia), 2017] de Edmundo, me pareció la descripción de un micromundo complejo, distópico, con treinta y dos voces narrativas que se enfrentaban a una peste que asolaba La Casona –la cárcel de la ciudad–, y la necesidad que tenían los reclusos de creer en su diosa, la Innombrable. Todo esto se entremezclaba con la lucha de poder entre el Gobernador de la cárcel con los líderes políticos de la ciudad, cada uno con su agenda en relación con la Innombrable. Es una novela “tremendista”: explora mundos marginales extremos, habitados por personajes que viven en las fronteras de lo humano y frecuentan formas de oralidad extrañas (jergas, dialectos, hasta idiolectos).
El protagonista invisible de Los días de la peste, sin embargo, era los murciélagos que usaban los techos de la cárcel de refugio; ellos llevaban el virus consigo y hacían que los reclusos que adquirían la enfermedad muriesen. La novela me enganchó pero la vi como una ficción exagerada: encontraba poco probable que algo similar a los hechos narrados sucediera. Según Jorge Volpi en Leer la mente, uno de los principios fundamentales de la narrativa es que aquello que se narra, más allá del género, debe ser verosímil en la mente del lector. ¿Podría unos cuantos murciélagos ser capaces ellos solos de armar tremendo desmadre? Estaba el Ébola como antecedente –los murciélagos también son portadores de éste; como con ese virus, la mayoría de los contagiados de La casona vomitan sangre y mueren–, pero que ocurriera en una ciudad latinoamericana debía ser sólo fruto de la imaginación de su autor.
Las primeras reacciones de los lectores bolivianos fueron tímidas. Unos años después, a finales del 2019, se inició la pandemia en Wuhan, China, y de pronto la realidad actualizó a Los días de la peste: De alguna forma, La Casona descrita en Los días de la peste se había reproducido en el mundo entero. Los lectores comenzaron a interesarse por la novela y la leyeron tratando de ver qué decía esta sobre el virus y sus consecuencias. Edmundo había escrito una novela en tiempo “futuro”, es decir, había acertado en algunas de sus predicciones sobre el efecto que podría tener un virus en el microcosmos de la cárcel (trasunto de la sociedad entera). Por supuesto, una novela no debe depender de lo que ocurre o no en la realidad para mostrar su calidad, pero, gracias a su exploración de subjetividades y hechos posibles en la sociedad, el género novelesco nos puede permitir acercarnos a la realidad y ayudarnos a articular una mirada crítica sobre dicha realidad.
Los días de la peste ha sido traducida al serbio-croata y al francés. En Francia ha sido publicada por la prestigiosa editorial Gallimard con el título La Vierge du Mal –La virgen del mal –, dándole a la virgen de La Casona el rol protagónico.
A finales del 2020, cuando la humanidad ya conocía los efectos devastadores del coronavirus, me llegó el manuscrito de Allá afuera hay monstruos [Editorial Nuevo Milenio, 2021]. La novela narra, en la voz de una niña de doce años –el punto de partida es Cartucho, de la mexicana Nellie Campobello– la insurrección de un grupo de rebeldes liderados por Elsa Acosta quien se opone al gobierno de Carrasco; en esta lucha de poder la ciudad de La Estrella es asolada por un virus que mata a varios de sus pobladores. La novela cuenta de las muertes que se van sucediendo: es una especie de diario de la pandemia, en el que van apareciendo ciertos hechos que, si bien ficcionalizados, tienen clara inspiración en la realidad de los primeros meses de la crisis: los pacientes rechazados por los hospitales, las ciudades con muertos en las calles, los hospitales sobrepasados, la politización de la salud pública, etc.
No es mi intención especular en torno al porqué de la obsesión de Edmundo con los virus: aparte de estas dos novelas tiene un par de cuentos sobre el tema (“Doctor An”, en Las visiones, y “La fiebre del loro”, inédito). Los autores tienen sus temas, en todo caso lo que a mí me interesa es ver cómo una obsesión puede provocar tratamientos muy distintos. Así, si Los días de la peste es excesiva y sombría, Allá afuera hay monstruos tiene algo más poético y vulnerable gracias al punto de vista elegido; también se podría pensar que el tiempo narrativo de la novela de Allá afuera hay monstruos es en “presente”, a diferencia de Los días la peste que es –por lo menos en mi lectura– en “futuro”. Como se menciona en un fragmento: “En la tele Carrasco hablaba de un país que no existía. Nunca pudo asumir que no tenía controlada la situación ni hizo caso a las recomendaciones de los científicos: su cara sin barbijo lo decía todo. El bicho no estaba vencido, se instaló con fuerza en el departamento y se extendió por amplias zonas del país. Nuestra región se rebeló”.
La primera edición de Allá afuera hay monstruos [Ediciones de la Mujer Rota, 2021]salió en Santiago de Chile, a cargo de Claudia Aplablaza. En la tapa se ven árboles, que representan al bosque que está contiguo al pueblo de donde se supone ha salido el virus y que habita uno de sus más extraños personajes, Tomichá (el jefe de una secta que llama a aceptar el “bicho” y convivir con él sin resistencias). Para la edición boliviana las primeras propuestas de portada utilizaron este mismo elemento, pero, nos dimos cuenta que, si bien era muy lindo el concepto, debía tener cambios sustanciales. Fue así que decidimos buscar alternativas en la obra de artistas nacionales. Conocíamos el trabajo de Daniela Rico, así que fuimos viendo opciones de xilografías y encontramos la que hemos utilizado de tapa, donde se puede ver a una mujer que al hablar expulsa por su boca el virus o –quizá es lo mismo– monstruos. Queríamos que la portada reflejara de manera simbólica lo que el lector iba a encontrar en la novela y eso, creo, es lo que consigue la xilografía de Daniela.
También queríamos que nuestra contratapa sea diferente a la de la edición chilena, así que le pedimos unas líneas a la genial Albita Balderrama. Su texto es una maravilla y le da mucha fuerza al libro, y rescata a los dos gatos de la novela: Onix y Zircon, que acompañan a la narradora, así como a su hermano menor, Vicente, que va contando lo que sucede a través de memes.
El proceso de corrección de la edición boliviana tuvo como base la edición chilena; solo se hicieron cambios menores. La edición chilena y la boliviana están emparentadas pero son distintas; cada una de ellas tiene su propia personalidad. La impresión se hizo en Editorial Canelas y los resultados han sido excelentes. La calidad es óptima: en Bolivia hemos mejorado mucho en temas de impresión de libros. Se hizo un tiraje inicial de 500 ejemplares y el libro está circulando por las principales librerías del país (ya está en Tarija, Sucre, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz).
Nuevo Milenio se inició como editorial en 1996 (¡25 años atrás!) publicando la segunda edición de Las máscaras de la nada, el primer libro de cuentos de Edmundo. Como editor, me alegra que Nuevo Milenio haya acompañado a Edmundo a lo largo de toda su carrera y que estemos publicando este nuevo libro suyo pese a todos los desafíos que significa editar en medio de la pandemia. Es, me parece, la mejor manera de iniciar la celebración de un aniversario tan significativo como el de los 25 años: con nuestro autor más representativo y con una novela que nos invite a reimaginar y reflexionar sobre esta crisis tan dolorosa. Quien sabe, de por ahí la siguiente novela de Edmundo nos narre de los efectos que ha dejado el virus en la sociedad y sea escrita en tiempo “pasado”, donde el protagonista rememore lo sucedido y los efectos de la pandemia en nosotros. Por lo pronto, tenemos este “presente”.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio