“La desaparición del paisaje” y “Una casa en llamas”, de Maximiliano Barrientos
Por: Martín Caamaño
De los seis cuentos que integran Una casa en llamas del boliviano Maximiliano Barrientos, cuatro comienzan con alguna alusión al dolor físico –un “rostro destrozado”, un golpe en la cabeza, un vómito en el baño de un bar, un tatuaje en los muslos– y en los dos que restan abundan escenas en las que la violencia opera sobre los cuerpos: la golpiza que reciben dos hermanos, el cadáver cosido por las balas de uno de ellos; las fotografías de una niña violada, acuchillada y degollada por un hombre que luego de hacerlo se disfraza de mujer. Por otra parte, en su novela La desaparición del paisaje también encontramos descripciones precisas de cicatrices, moretones, muelas flojas, cuellos rotos. En contraposición, Barrientos suele recurrir a la imagen de manos hurgando entre los cabellos femeninos y descripciones del aroma a shampoo de las mujeres como epifanías de belleza. Si tenemos la posibilidad de encontrar rasgos comunes tan nítidos en la poética de un narrador más o menos joven –Barrientos tiene treinta y siete años– y prácticamente desconocido en nuestro país, se debe a que hace poco se publicaron casi en simultáneo estos dos libros suyos: la novela por la editorial española Periférica y el volumen de cuentos por la local Eterna Cadencia.
Las narraciones de Barrientos transcurren en la ciudad de Santa Cruz y hacen foco en la clase media alta boliviana. El único relato de Una casa en llamas que se aleja de esa geografía es el que abre el libro y que narra la historia del agónico y alucinado retiro de un luchador de MMA, hijo de una mujer que emigró de Bolivia a California en los 70. Ese puente entre los Estados Unidos y Bolivia reaparece –de modo inverso– en La desaparición del paisaje, novela de regreso que se inicia con la vuelta repentina de Vitor a Santa Cruz luego de pasar varios años en Chicago. En Una casa en llamas hay, por lo menos, dos cuentos perfectos. Uno es “Sara”, la historia de una venganza a lo “Emma Zunz”, en la cual la premeditación calculada es sustituida por el azar y el impulso, y “Gringo”, centrado en la llegada inesperada de unas fotografías que resignifican el pasado y tensionan el presente de una familia.
Al igual que ocurre en todos los relatos, también en La desaparición del paisaje los hechos del pasado vuelven a incidir en el presente y hacen sentir su peso, su vigencia: la muerte del padre, la violación de una compañera de colegio en una fiesta y la interrupción de un noviazgo intenso no son sucesos cerrados sino heridas que, con solo volver a la ciudad natal, se reactualizan a cada minuto y hay que cauterizar por más que hayan pasado muchos años. Hay un instante que está narrado dos veces: la madrugada en la que padre e hijo son testigos de la aparición de un ovni en el jardín de su casa. Tal vez ese sea el centro de irradiación de toda la novela además de una muestra fiel de la potencia que anida en la escritura de Barrientos. Barrientos pertenece al club de autores, como Carver, como el Coetzee de Desgracia, como las primeras novelas de Iosi Havilio, que persiguen la narración pura y sin más nos arrastran en el devenir de sus historias. Estos dos libros son la posibilidad perfecta para la revelación de un mundo.
Fuente: www.losinrocks.com/