Por Juan José Podestá
Hay poemarios que marcan un tono, un estado de ánimo; sugestivos a más no poder, dejan en el lector la sensación que se experimenta luego de haber estado en un lugar extraño, lejano si se quiere, ni cómodo ni hostil, sino espacio extraviado, entre lejano y cercano a la vez.
Esta es la fuerza que reside en Casa impropia (Editorial Electrodependiente, 2022), del poeta Rodrigo Figueroa (Cochabamba, Bolivia, 1990): el texto toma como punto de partida el hogar-casa familiar (personal, material, etc.), para construir sobre él una serie de poemas que, de manera tenue, delicada, sutil, se inmiscuyen esa zona tan cara que es nuestro vínculo con lo que nos rodea. Ese vínculo y la inevitable desaparición de estos, la abrumadora certeza de que todo acaba por sucumbir, marca el tono del libro, como la pátina de polvo que el visitante descubre en el pestillo frío de la vieja puerta de la casa familia. Casa que repele y seduce, por supuesto: “Parece novedad / la violencia con que cae / el tiempo sobre las cosas”.
Figueroa escribe poemas que se detienen en los detalles, en la materia con la que se erigen los hogares. Poemas que ensayan un tono que va y viene de la nostalgia, la decepción, el amor por la observación: “Bajo la lluvia / todas las casas tienen / una música diferente / calaminas tejados / terrazas / o el cascabeleo de los dientes / de aquellos que no tienen techo”.
Este ir y venir entre tonos que comparten una mirada desencantada, pero furiosamente afincada en un hogar otro, dota de inusitado vigor a Casa impropia. Hay un matiz teilleriano, refrendado en algunos epígrafes del libro, pero también una especie de contigüidad con esos hermosos pero desoladores poemas de Gabriela Mistral, en donde ella se solaza en los objetos de su casa, o el entorno que la cerca, pero la tristeza es la vela conductora.
Empero, en los poemas de Figueroa la vela que dirige es la pérdida, la desilusión y el desencantamiento. Existe algo profundamente roto en la visión del hogar, la casa, la familia que posee el hablante del texto, y esa herida (que marca con una línea parte del título) inquieta, repele pero acerca. La simultánea repulsa y amor por la casa, es el vigor y la razón de este poemario. Es lo que marca el tono hondamente desgarrado de sus versos.
Juan Luis Martínez escribió un poema mayor en “La desaparición de una familia”. Metáfora de la tragedia que fue la dictadura para muchas familias, constatación de cómo el lenguaje se nos hace ajeno y brutal evidencia de lo perecedero de toda construcción humana, encontramos similar mirada en Casa impropia.
Una visión se alzó en mi imaginación mientras leía el libro de Rodrigo Figueroa: la de unas imágenes proyectadas sobre la superficie de una laguna; superficie apenas movida por un viento que ingresa por la copa de los árboles. Y esa imagen es casi clara, casi prístina, sin embargo, la vibración que el viento genera deja que nada se fije, que nada sea claro en forma definitiva. Ahí están las visiones, pero nunca del todo claras, siempre definiéndose de nuevo, tiritando, desapareciendo y volviéndose a formar. Como una casa que una vez construida, se demoliera, para volver a edificarse, y así.
Casa impropia posee una singular cualidad: te lleva de la mano a lugares hermosos y terribles a la vez.
Fuente: La Ramona