La delicia de saberse efímero; la pesadilla de sentirse eterno. Respuestas de Claudio Ferrufino-Coqueugniot a Fadrique Iglesias Mendizábal
– Cuando escribiste el Exilio, y probablemente Virginianos, te refieres a DC como un lugar hosco, peligroso, ciudad de putas y pendenciera. ¿Cómo era esa convivencia a pocas cuadras de la Casa Blanca?
Viví dos DC. Por un lado, de noche, trabajaba en el mercado de abasto descargando camiones, en medio de negros, salvadoreños escapados de la guerra civil, coreanos empresarios y mafiosos, verduras y frutas de todo el mundo, sexo y droga. Un panal de abejas, aquello, y nido de víboras. Y de día, o en mi noche libre, la de sábado, andaba por el Smithsonian, en Hispania Books, Common Grounds, que era una cafetería chic con libros y café, de las primeras en Dupont Circle. Y salía, por un tiempo, con una mujer que entonces era presidenta de la asociación de antropólogos norteamericanos, PhD con tesis en Teresina, Brasil. Nada más dispar, pero que me permitía un amplio espectro de aprendizaje, sufrimiento y gozo. Era joven, fuerte, casi no dormía, y lleno de interrogantes acerca de un mundo nuevo, en extremo diverso.
– ¿Cómo veías la movida cultural de la ciudad? Hoy en día yo la veo dividida entre la cultura afroamericana, los hispanos emergentes, los yuppies burócratas y algunos virginianos blancos y conservadores que viven por aquí. ¿Cuál es tu impresión?
Era riquísima. Conciertos del surgente rock alternativo, mezclados con asistencias a ver Rubén Blades y Son del solar. Impresionantes exhibiciones de arte: Malevich, Matisse, Rembrandt, entre las que más recuerdo. Salía solo, llevando una vida de completa independencia. Veía a amigos bolivianos, pero no tanto como querían ellos. La cultura de ghetto nunca me interesó, la de asociarte con los “tuyos”. Yo entraba al mundo de los “otros” y me desenvolvía con soltura. Mientras mis amigos jugaban fútbol los sábados, con las consabidas cervezas nuestras que vienen detrás, yo andaba en el Mall, el centro de los museos de la ciudad, flirteando con hermosas muchachas anglosajonas y escribiendo mis Virginianos en papelitos, debajo de fotos de Lee Miller o de Man Ray. Culturalmente fue para mí un mundo insólito y exuberante. Lo recuerdo bien, dichoso.
Por otro lado, en el mundo paralelo, visitaba las casas de mis amigos negros en el North East y South East, un mundo prohibido para blancos o gente como yo (nunca nos han considerado blancos, ni siquiera a los españoles). Fumaderos de crack, muchachas negras que abrían las piernas con facilidad; deliciosas y viciosas. Sexo en autos, borrachera en las calles, recostados contra la pared, bebiendo Cisco, un licor de variadas frutas y colores que luego sacaron de circulación por ser letal. Detestábamos la cerveza normal; bebíamos licor malteado, con mayor grado de alcohol: Colt 45 y otros. Iba de ayudante de los choferes negros en los camiones de la empresa. Repartíamos productos a los hoteles y restaurantes de DC, Virginia y Maryland. Al terminar el día, antes de regresar al warehouse, alcohol y droga, sexo y droga. E historias inverosímiles que me contaban como a un hermano. He sido afortunado en oírlas y recordarlas. Y en sobrevivir también.
– Viviste en la década siguiente a los 70, explosión psicotrópica. ¿Circulaba mucha mandanga por el underground? ¿Había drogas por el mundo en el que te movías?
Mucha, excesiva, demasiada. Esta empresa de produce en la que trabajaba era la mayor del mercado, dirigida por tres hermanos de origen irlandés. El mundo de ellos era la marihuana, que compartían en los gigantescos refrigeradores con algunos cargadores negros, que eran, a su vez, proveedores. Crack, hachís con profusión. La labor nocturna era febril, con camiones de 21 metros trayendo cosas desde California, México, cangrejos vivos desde Maine, frambuesas y moras desde Chile. Cualquier instante de descanso: droga. Dos, diez veces por noche. Cuando el día terminaba, ya casi a mediodía, los managers se encerraban en uno de los autos y… droga. Sin parar, seis días por semana. Yo no era afecto a ella, pero no evitaba compartirla de cuando en cuando. Me sorprendía que tipos muy ricos, duros trabajadores tengo que reconocer, no deseaban volver a sus mansiones, a sus hermosas mujeres que a veces visitaban el warehouse y deslumbraban a los miserables estibadores. Preferían quedarse a hablar mierda, con las ventanas cerradas, en el mundillo de la droga. Los imagino llegando al hogar, tirándose en la cama, recuperando unas horas para volver a aquel frenesí. No tenían más de 30 años y confesaban que tenían sexo con sus mujeres una o dos veces al mes. White boys, decían los negros con desprecio.
– Pregunta típica: ¿Qué guion de cine te hubiese gustado escribir? ¿Y qué actriz hubieses sugerido para el papel protagónico?
Vivía como filmando, a decir verdad. Y como fotógrafo. Imaginaba exhibiciones de fotografías sobre el universo de las frutas y las verduras. Increíbles colores, escenas, depósitos llenos de naranjas de distintos tonos, el contraste entre las papas de Idaho y las verdes paltas, aguacates californianos. Los tomates ni qué decir, que eran la élite de los productos, con una sección especial de empaque por tamaños y colores. En esa gran bodega de DC, de noche, negros borrachos y perdidos, algún turco, algún latino, manipulaban lo que se serviría en las reuniones de embajadores, del jet set, de la CIA en Langley, a donde llevábamos cargamentos sin que jamás nos pidiesen identificación. Eran otros tiempos. ¿Qué filme? Uno de David Lynch, algo similar. ¿Actriz? Alguna de las de Fassbinder al que idolatraba entonces (y hoy, pero en un escenario ya lleno de muchos otros).
– ¿Eres de cafés o lo haces en el comedor? ¿Eres más de hacerlo por la noche o por el día? Me refiero a escribir. En qué contextos te sientes más a gusto.
Siempre escribí, y todavía lo hago, cuando podía y dónde podía. Nunca han sido importantes las condiciones externas, el ambiente, para sentarme a escribir. A solas, claro, prefiero, pero lo puedo hacer con música fuerte, una fiesta al lado, el televisor encendido, etcétera. Las flores amarillas necesarias para Gabo, o cosas así, me parecen pajas que les sirven a unos. No a mí.
– ¿Cómo llevas, en un país en el que el comercio es la base de la cultura, el saber que tu oficio de escritor muy probablemente no te de fortuna?
Jamás he pensado hacer dinero con lo que escribo. Es más, como columnista, nunca he cobrado ni demandado un centavo. Puedo, con orgullo –y tal vez con estupidez- decir que mis textos no fueron vendidos. Malo, porque en un mundo estupidizado por el consumo y el comercio, eso va en contra tuya; suelen no tomarte con seriedad. No me interesa. Con el par de premios que gané tuve viajes y una veintena de miles de dólares extra que no cayeron mal, pero vivo de mi trabajo, de mis manos u otras condiciones, pero no de la literatura.
– ¿Acudes al alcohol para que te ayude a inspirarte en la escritura, como lo dicta el mito del poeta maldito boliviano? ¿Cuál es tu relación con el alcohol?
Nunca. Las “ayudas” no me parecen urgentes, ni inventarte un mundo ficticio, falso quizá. La maldición de algunos poetas está en su escritura y no en sus catalizadores. Maurice Utrillo, el pintor, importa por sus colores de París más que por sus tragedias de beodo. Hacer de algo así el punto de partida de una leyenda, tu leyenda, a no ser que suceda inevitable por las circunstancias, es un paso en falso.
– ¿Cómo ha sido tu adaptación al american way of life? ¿Sales con gringos? ¿Eres un tipo de noche?
Casi no salgo. Y en realidad no salí mucho a bares ni en mi juventud acá. Soy más casero y bastante privado. Bebía en las calles con mis amigos negros, pero ninguno de ellos supo jamás dónde y con quién vivía. Lo mismo las mujeres. De pronto, en algún momento, retornaba a la caverna y desaparecía sin rastro. Simple.
Tengo amigos gringos y latinos de varios orígenes. Amigos rusos bastantes. En casa, una vez cada dos o tres meses, hacemos una comilona con bebida abundante para una veintena de ellos. Bailamos cumbia y escuchamos kaluyos antiguos. O canciones revolucionarias del Ejército Republicano Irlandés, clásicos rusos: Kalinka, Ojos negros; tangos y corridos norteños y rancheras. En casa se come y se bebe bien. Eso casi diría que te impide salir.
– Pregunta topiquísima: ¿qué piensas de la reforma migratoria?
Me parece tan estúpido que los gringos pierdan el potencial de los hijos de inmigrantes latinos e importen trabajadores calificados de Pakistán, India, China, sobre todo. A unos les impiden proseguir sus estudios, mientras que a otros, que se irán de vuelta a sus países con la tecnología aprendida, les abren las puertas. Ceguera, mucha, sabiendo que es irreversible la latinización de este país. Los hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos son estadounidenses. Este es su país y un porcentaje ínfimo quisiera ir a un México que desconoce, con la propaganda de violencia y pobreza que lo precede. Es negarle ciudadanía a un hijo tuyo. Obligar a esos jóvenes a prostituirse en míseros trabajos es como dispararse en el propio pie. Leo sus razones, pero no entiendo su estupidez.
– ¿Te identificas más con los republicanos o demócratas? ¿Eres más anarcocapitalista, anarquista a secas o liberal?
Soy un librepensador que bebió en fuentes como Bakunin, Kropotkin y Malatesta. Pero detesto ser orgánico o gregario. Soy demasiado individualista para pertenecer a ningún núcleo, social, político, literario… No podría asociarme con los republicanos, ni siquiera en simpatía. Con muchos peros, prefiero a los demócratas.
– ¿Me puedes citar algún político gringo que respetes intelectualmente?
Me gusta, o gustaba Kucinich. Pero siempre ha sido minoritario, una voz perdida en el tumulto. Un par de senadoras mujeres de California. Pocos.
– ¿Qué opinas de la academia norteamericana? ¿Es márketing o es nomás cierto que de las 100 mejores universidades del mundo, 60 estarán acá?
Las dos cosas. Mucho marketing pero también notables individualidades. Creo que es normal para un espectro cultural, académico, tan amplio. He conocido profesores universitarios gloriosos, que eran a su vez personas muy simples y normales. Eso es algo que admiro de los académicos gringos, creo que sin generalizar, su modestia. Debe haber pavos reales, pero a diferencia de Latinoamérica, no son mayoría.
– ¿Cuando llegaste a EEUU, imagino que no pensabas quedarte. Casi 30 años después, qué piensas?
Al salir le dije a mi padre: vuelvo en un año. Han pasado veinticuatro. Me he casado dos veces, tengo dos hermosas hijas, Emily y Aly, que resumen el crisol de culturas de EUA. Sé, lo pienso mucho, que terminaré mi vida en Bolivia, espero que en Cochabamba, pero ni es ni fue motivo de sufrimiento. Mi capacidad de añorar no es del tipo quejumbroso. Vivo feliz en dónde esté. No implica que no putee en mil idiomas contra aquí y contra allá. Por ahora seguimos en Colorado. En unos años no sé. Mis hijas ya crecieron, son casi independientes, y ese es un nexo que no se ha cortado pero sí relajado. La responsabilidad de estar presente, sí o sí, ya no existe.
– ¿Me puedes precisar la fecha en la que llegaste a EEUU? ¿He leído la crónica del taxista de Miami, ¿me puedes contar cuál era tu plan? Entraste con visa de turista… ¿cómo te hiciste residente? ¿Eres ciudadano gringo?
Me gustaba entonces viajar. Ya no. Y Estados Unidos fue una posibilidad que se me abrió por azar. No vine a ganar dinero, o porque ya no podía estar en Bolivia. No había esa necesidad. La pasaba muy bien allí, demasiado bien. Pero o me construía a mí mismo como hombre o me quedaba en un estadio de desarrollo inútil. Obtuve mi residencia un año después de casarme. A instancias de mi mujer nuyorquina. No fue el motivo para hacerlo. No me importaba. Pero ya ante el hecho concreto, lo tomé.
– ¿He leído por ahí en una crónica tuya que abriste un boliche, el New West Café y que acabaste a las piñas con el socio? ¿Me puedes contar un poco más acerca de ese despute? ¿Era de buena lid el tipo o te denunció por partirle el hocico?
Creo que por su lado la marihuana lo desquició. El tipo no vivía en el mundo real sino en un éxtasis que no era ni siquiera feliz sino nervioso. Chocó con la férrea voluntad y responsabilidad que con los años desarrollé en USA. Discrepábamos en tantas cosas. Y exploté porque a pesar de la mesura que uno adquiere sigo siendo un individuo belicoso. Estaba todo tendido para el escenario que vino después: la ruptura, la pérdida, la detención, dormir entre rejas, asegurar a la sociedad que te comportarías acorde con las reglas. El estado policial y sus recursos.
– ¿Cómo fue que abriste el boliche ese? ¿Había comida boliviana? ¿Tus clientes cowboys pedían platos raros para ellos como el chupe de maní? Cuenta un poquito más acerca de tu relación con esos cowboys… ¿hablaban el mismo “idioma”?
Sabes, y eso es algo que he encontrado en los gringos y todavía me sorprende. Pueden ser reaccionarios, conservadores, racistas, pero si logras penetrar en su mundo, conversar en términos iguales con ellos, todo lo anterior se pierde. En ese pueblito de las montañas de Colorado, ya te imaginarás todavía en el siglo XIX, los cowboys andaban en los saloons, igualitos a los de las películas, con pistola al cinto. Un mexicano, como nos califican a todos, en un ambiente así, huele a víctima. Pero me senté con ellos y, a partir de sus apellidos, hablamos de sus orígenes: alemán, irlandés, galés, etc., abriendo un espacio que podíamos compartir. La mayoría era de tipos rudos, ignorantes, no con un esquema ideológico sólido, llenos de lugares comunes, maleables. Terminaban abrazándote y secando vaso tras vaso de cerveza contigo. ¿Don de gentes que tengo? Tal vez, pero ha sido mi experiencia.
En ese café hacía, en 1992, sopa de quinua, chaque o como se escriba, y ají de fideos, fideos uchu, y los vendía a más no poder. El uchu estaba listado como Latinamerican stew, y gustaba.
– Tu literatura, y sobre todo tus artículos son broncos, provocas. ¿Eras así en el colegio? ¿Te has piñao muchas veces de chango? ¿De mayor? ¿Fuiste a colegio público o ¿privado? ¿En Cocha?
Mi hermano Armando y yo fuimos muy peleadores en la escuela. “Nos vemos a la salida” fue parte de nuestro crecimiento. Dimos palizas y nos las dieron. Muchas, muchísimas. Eso paró luego de los tres primeros años aquí. Volvemos al estado policial. Aquí no se podía hacer lo mismo y lo acepté. Aunque de boca todavía me peleo mucho cuando conduzco.
Hay que provocar cuando se debe provocar, como es el caso ahora con el gobierno Morales, como fue el caso con el gobierno de “W” Bush. Un hombre tiene que decir lo que piensa, le duela a quien le duela. Y si es contra el poder, mejor.
Fui a colegio privado, en Cochabamba.
– Me dice Miguel Sánchez-Ostiz que comparte contigo afición por escritores como Pierre Mac Orlan por ejemplo…Céline, London, Stevenson, Cendrars. ¿Qué ves en esos autores?
Hemos hablado, las pocas veces que hemos estado juntos con Miguel, de ellos. Se los lee poco ahora, creo. Gran literatura, distintos unos de otros, pero evocando un mundo de aventura, de rebelión, de huevos, sin ánimo machista.
– ¿Qué literatura les recomiendas a tus hijas? ¿cómo es tu relación con ellas? ¿con tu mujer o exmujer?
A mis hijas les recomendé mis lecturas. Pero ellas hicieron sus propias elecciones. Hay una diferencia abismal entre el acceso que yo tenía a los libros en mi niñez y el de ellas. Nosotros apenas conseguíamos algunos en el mísero mercado boliviano. Estábamos destinados a los grandes nombres: Dostoievski, Dickens… Mis hijas crecieron con una literatura mundial, y en particular norteamericana, de miles de nombres y corrientes. Es difícil leer a los clásicos en un medio de un gran dinamismo social, cultural. Hay tanto para leer y tantos autores que elegir se torna complicado, y volver a las fuentes, más aún.
Nuestra relación es muy estrecha. Con mi primera esposa, distante, pero no enemistosa. Y con mi mujer actual, me parece atractiva, interesante, pausada.
– ¿Tienes referentes literarios hispanos?
Borges, César Vallejo, Carpentier, Güiraldes, Arlt, Rulfo. Leí de niño a Ciro Alegría, de joven a Manuel Scorza y a José María Arguedas. ¿Referentes? No. Gustos. Placeres.
– ¿Cómo se construye tu identidad a partir de tus raíces criollas, mestizas, de familiares inmigrantes de Argentina y Francia?, y si a ello le sumas los viajes que hiciste más lo que has leído en tu vida, ¿cómo queda esa mezcolanza?
Todo híbrido es rico. Y creo que he sabido aprovechar mi hibridez para enriquecer el conocimiento. Participar de la mayor cantidad de universo posibles, no puede ser malo, muy por el contrario. No me siento francés, soy muy boliviano, pero participo de la cultura argentina, o de la vasca o de la indígena con fervor. Todas las sangres. Eso vale.
– El rock está construido alrededor de la testosterona y el grito de cambio adolescente, creo yo, por eso me chirría un poco ver a Paul Macca o a Jagger todavía cantando. ¿Cómo te ves tú a los 70 años, cuando se te vaya acabando la testosterona?
Si sucede, como algo natural. También me molesta ver a Mick Jagger o a Bob Dylan todavía cantando. Pero creo que lo que en el caso de los músicos es hasta lamentable, no lo es en el de los escritores. El decantamiento, en literatura, suele ser más productivo que el de los cantantes de rock. No asociamos al escritor, como en el caso de Elvis, a un movimiento de pelvis.
– Por ahí he leído que lees pocas novedades del mundo literario. ¿Es eso cierto? Si fuera así, ¿por qué?
Hay tanto para leer que es muy difícil abarcar todo. Todavía estoy en los años cincuenta, si no en el siglo XIX. Claro que de cuando en cuando leo otra cosa. No voy detrás de la moda de un Murakami o cualquier otro. Cuando los lea podré opinar. Pero si me dan a elegir entre Bolaño y Cendrars, escogeré a Cendrars. Cuestión de gustos y de libertad de elección. No me gusta, y no lo digo disminuyendo a nadie, que el mercado dicte mis pasos. Pasa con los libros, pasa con el cine, con la comida y la vestimenta.
– Por último, me gustaría saber un poco más sobre tu idea de Bolivia. No te imagino como el más optimista. ¿Crees que somos un pueblo enfermo? ¿Ves a Bolivia en 2040 fuera de la pobreza? ¿Crees que es un asunto de falta de evolución?
No comparto ese lugar común del pueblo enfermo. Que somos uno llorón y malacostumbrado sí. Es más sencillo dejarse guiar que decidirse por un camino. Y a eso apuntan los populistas, a hacerte confortable en su medida la existencia, coartar tu capacidad de reacción, de crítica. Doran la píldora como el retorno a los orígenes y huevadas similares. Manipulación de mentes y conciencias, revitalizar el espíritu de recua del ser humano. Inconcebible, por ejemplo, que el pueblo argentino no pueda deshacerse de esa lacra del peronismo. No se puede con los regímenes que nos tocan. No hay énfasis en la libertad individual, en la capacidad individual. Así no se avanza.
– Te he leído textos tuyos muy feroces “los jerarcas se orinaban a puertas cerradas… reminiscencias de los imberbes caudillos aymaras de quienes es muy difícil, a simple vista, encontrar el género por falta de vello y de contornos diferenciales… sus caciques, de abarca y poncho, o pantalón y aretes, no dejan de ser pedigüeños que no miran más allá de la jeta, rastreros, corruptos, ladrones, malandrines, marxistas de tres por cuatro, medios hombres, payasos, bufones, eterna corte de Milagros… Y si hay sangre, que corra sangre…”
Feroces y ciertos. Y no los escribo desde una perspectiva racista o elitista sino a partir de lo que soy, de mi sangre. Me entiendo y comprendo a mi gente y sé bien cómo de pelotudos y cobardes somos, y cómo de sufridos y valientes también. Y al poder, a los jerarcas de cualquier tendencia o color, no les hago el juego, nunca. No orino delgado por el poder ni las charreteras; seguro que no.
– Textos que inclusive te han costado el cuello en periódicos como Página Siete. ¿Reafirmas lo que exponías en ese texto específicamente?
¿Por qué no? Pero hay lecturas sesgadas, a propósito. No van al meollo, se quedan en la ferocidad de las palabras. Con este texto en cuestión, el tipejo, viceministro que me acusó, nunca tuvo argumentos para debatir al respecto conmigo, de quién era racista y quién no, como propuse en una entrevista televisiva que me hizo Sandro Velarde entonces. Mi vida y mis escritos muestran quién soy y cómo pienso. Que boludos de tres por cuatro quieran interpretarlos de otro modo, allá ellos. Vale también para cobardes como los de Página Siete y otros, lambiscones del caudillo a pesar de aparentar disidencias, o de maricas como Stefanoni y un lameculo, Fortún, que chillaron como primerizas, sin motivo, porque la verga no se la metí a ellos.
– ¿A propósito de ello, cómo ves la prensa boliviana? ¿Y dónde ves las mentes más creativas en Bolivia en 2025, en El Alto, Santa Cruz quizás?
Dos polos con gran capacidad y mejor potencial. Tanto en El Alto como en Santa Cruz, la movida cultural es muy interesante. Habrá que esperar unos años para que se asiente como una base sólida. Sobre la prensa, hay tanta gente valiente, talentosa, que no me canso de leer los diarios del país cada día, apenas regreso a casa del trabajo nocturno. Y, creo que es normal, están los otros, los que viven de agachar la cerviz. Pero esa es su condición particular, privada, cada cual decide lo que va a hacer o decir. No me meto con ellos ni trato de inculcar mis ideas a nadie. Opino porque es mi derecho, y que me lea quien quiera.
– Si tuvieras que volver a Bolivia, ¿dónde vivirías?
Supongo que en Cochabamba. Me siento en casa como en ningún otro lado.
– Me dicen que estuviste en el psiquiátrico de Sumumpaya compartiendo habitación con el Ojo de Vidrio… ¿qué hay de cierto en eso?
Siempre nos acordamos de eso con Ramón. Un día o dos, alcoholes y sentimentalismos. No jugábamos a la “maldición privilegiada”, no. Sucedió porque creo que ambos somos apasionados con lo nuestro. Yo tenía una hermosa chica inglesa entonces, que me visitó una tarde, y Ramón, al verla, puso lo mejor que tenía de su acento inglés para flirtear con ella. Divertidas memorias hoy. Tristes entonces.
– ¿Cada cuánto vuelves de vacaciones a Bolivia?
Todos los años. Si puedo un par de veces, mejor.
– Cuando alguien te pregunta por Bolivia, un extranjero, ¿a qué obra/película/novela/grupo musical recurres para ilustrarle?
Hablo de la gente, de lo amistosos que somos los bolivianos, de la calidez humana, de la comida, de la fiesta. No recomiendo autores, cineastas. Cuento del país como yo lo recuerdo, de su historia. Cuando alguien desconoce un lugar lo asocia a lo más propagandístico que tiene. Ahora es Evo Morales, pero reducir el país a un personaje es tremendo. Allí me pongo a hablar de la herencia india, del mestizaje, de la diversidad y ambigüedad que encantó a mi madre, extranjera, por ejemplo, de los tejidos andinos, que colecciono y que muestran un mundo mucho más profundo que un par de nombres.
– ¿Cuál es tu opinión de los “bohemios” y “culturetas” (así los llaman en España)? ¿Cómo te desenvuelves en el mundillo literario boliviano?
Nunca he pertenecido a él. Mis amigos cercanos nada tienen que ver con la literatura. Hay gente que quiero y respeto en ese gremio, pero no comparto sesiones ni acontecimientos, de ser posible. No los juzgo tampoco.
– ¿Cómo llevas los ataques de los simpatizantes del Gobierno?
Como de quien vienen.
– Tu literatura es violenta… ¿qué te obsesiona de la violencia? ¿Te consideras un tipo violento?
Le pregunté a Ligia, mi esposa, ¿crees que soy un tipo violento? Respondió con una carcajada. Habrá que analizarlo. Al meterme en un mundo que por nacimiento no me pertenecía, en Bolivia, en Argentina, en España, en Francia, en Estados Unidos, observé y compartí la peor violencia que existe, que es la de ser pobre. Una violencia que se dirige y esgrime desde arriba con saña contra los de abajo. Eso me irrita y me hace reaccionar con mayor violencia. Por eso soy vehemente y feroz cuando escribo de asuntos sociales o políticos. Sin aliento y sin concesiones.
– Tratas la muerte en varios de tus textos… ¿Cómo la afrontas? ¿Qué te inspira la muerte? ¿Cómo te enfrentas a ella?
La muerte es un hermoso destino. Siendo así, querida y cercana, la tomo como es, presente. Ahora, hay muertes y muertes. Me refiero en esto a la delicia de saberse efímero, en contraposición a la pesadilla de sentirse eterno.
_____
(A partir de estas preguntas Fadrique Iglesias Mendizábal escribió una crónica para Frontera D (Gallo de hierro, gallo bronco. Claudio Ferrufino, narrador boliviano).
Fuente: lecoqenfer.blogspot.com/