La cosmopolita ilustrada
Por: Kurmi Soto
En un artículo anterior, en el cual hablaba sobre la cultura letrada de la Santa Cruz decimonónica, me extendí largamente en el magnífico Cosmopolita Ilustrado (1887-1889), referencia ineludible para los estudios hemerográficos de la época y, en esta ocasión, quisiera continuar explorando sus páginas a la luz de otro debate que hizo correr mucha tinta en la ciudad oriental.
Hace ya algunas semanas, en varios medios de comunicación, se comenzó a reflexionar sobre prácticas sociales muy arraigadas en la cultura cruceña y cómo estas desplazan voluntariamente a la mujer. Aunque, como siempre, no haré referencia a los hechos recientes, me gustaría retomar la cuestión para volver a un motivo que disfruto mucho explorando y que considero (paradójicamente) de actualidad: la figura de la mujer en el siglo XIX.
Este tema fue parte fundamental de las inquietudes románticas, a diferencia de las generaciones que los sucederían (verbigracia, los modernistas). Sin embargo, no se debe malinterpretar esta afirmación y, antes que nada, resulta necesario matizarla, pues este movimiento tuvo sus luces y sombras. En efecto, sería errado pensar que los hombres de letras de aquel entonces le dieron, sin más, un lugar privilegiado a las plumas femeninas, cuando al contrario, estas tuvieron que abrirse paso entre medio de violentas críticas, empleando justamente las herramientas estéticas del romanticismo para subvertirlas, conquistando, de esta manera, un lugar a medio camino entre lo público y lo privado.
Es así que ciertos espacios letrados (en particular los salones), así como algunos leitmotivs de la época les permitieron explorar su voz como nunca antes lo habían hecho y mujeres como Madame de Staël (1776-1817) se constituyeron en verdaderas figuras de proa de toda una generación.
El impacto europeo de este movimiento no se dejó esperar y, muy pronto, estas prácticas eran emuladas en grandes capitales latinoamericanas como Lima y Buenos Aires, ambas ciudades muy conocidas por sus prolíficas escritoras decimonónicas, entre las cuales podemos citar a Juana Manuela Gorriti y Carolina Freyre. Al mismo tiempo, en Bolivia, los círculos letrados comenzaban a aceptar (aunque a regañadientes) la presencia femenina en sus filas. Es, entonces, a lo largo de estos años, que muchos autores como el tarijeño Tomás O’Connord’Arlach, con su Mistura para el bello sexo (1873), defendieron con ahínco la participación de las mujeres en los periódicos, ya no solo como lectoras pasivas, sino también como escritoras comprometidas.
En este contexto, El Cosmopolita Ilustrado no fue la excepción y en su número 17, del 9 de enero de 1888, le dedicó una columna a la “influencia de la mujer en la política de las naciones”, una cuestión por demás espinosa que también agitaría las páginas del Álbum de Sucre unos años después. Este texto, firmado por el respetado historiador potosino Modesto Omiste y originalmente leído en una velada literaria de finales de 1887, se despliega a lo largo de varias semanas, hasta el 3 de marzo de aquel año.
En estos fragmentos, el autor reflexiona sobre el rol de la mujer en la historia y, en particular, el papel que jugaron las heroínas de las independencias americanas, entre las cuales destaca por supuesto Juana Azurduy de Padilla, pero también otras que no gozaron de la misma fama, como las chuquisaqueñas Teresa Lemoine y Merceditas Tapia o las potosinas Juliana Arias y las hermanas Bartolina y Francisca Barrera.
A través de estos retratos de figuras olvidadas y dejadas de lado por la historia, Omiste pretende insistir en la función social que cumple la mujer y, finalmente, en la necesidad de educarla, pues es con esta consideración que el potosino termina su breve panorama; una inquietud que continuaría ocupando las páginas de El Cosmopolita, cuya redacción también se dirigió al público exclusivamente femenino en más de una ocasión. Los diversos artículos destinados al “bello sexo” prueban, a su vez, la compleja situación de la mujer decimonónica.
Pues, en efecto, ella estaba destinada a jugar el papel de “ángel del hogar” en las sociedades latinoamericanas recién emancipadas. Es así que las independencias fueron de la mano con la reconfiguración de la presencia femenina y, a diferencia de las tapadas coloniales, por ejemplo, la burguesa del siglo XIX tuvo que hacer prueba de recato, buen gusto y humildad.
Por ello, no es de extrañar que los directores de El Cosmopolita llamen la atención sobre los peligros de la coquetería, llegando a dedicarle un grabado de página entera titulado Transformaciones de la moda, en el que se burlan de los caprichos vestimentarios de aquel entonces.
Por ello, su educación también debía estar estrictamente mediada por los valores preconizados por las flamantes repúblicas. Es así que en los artículos que el periódico cruceño destina al tema, los autores se guardan bien en señalar esta profunda necesidad, fieles también al espíritu que animaba al Cosmopolita.
Aun así, la heteronormatividad reinante dejó los suficientes resquicios como para que surgieran importantes plumas femeninas que practicaron diversos géneros, como la poesía, la novela y el cuento.
Por eso, y con todo, este período constituyó un momento singular para la presencia femenina dentro de los círculos artísticos en el más amplio sentido. Y aunque tal vez este fenómeno haya tenido algo que ver con el famoso esprit du temps, lo cierto es que bien que mal las mujeres irrumpieron en la esfera pública para quedarse.
Fuente: Página Siete