La comodidad del sillón orejero
Por Brayan Mamani Magne
Leer a Joyce en un minibús es igual a no leerlo. Lo mismo ocurre con Marcel Proust, Elizabeth Smart y Lezama Lima. Para disfrutar sus obras se hace necesario un contexto, un ambiente —manifestado en un parque, una celda, la habitación de una casa en las montañas—, que sea capaz de propiciar las mismas dosis de concentración y energía que fueron requeridas al escribir la obra. En la música, la trompeta de Miles Davis y el saxofón de Cannonball Adderley no sonarían como suenan sin un vaso de whisky en los labios y el humo de varios cigarrillos impregnándose en las solapas del saco. Y en el cine, ‘El árbol de la vida’ —la gran película de Terrence Malick— no sería más que una secuencia de imágenes y sonidos abrumadores y más cercanos a un documental que a una película de ficción si no la hubiésemos visto en una pantalla de sesenta pulgadas, a oscuras —solos, naturalmente— y sin ninguna bolsa de pipocas o papas fritas a la mano para matar el hambre.
En el mundo del cómic sucede algo parecido: existen obras que alcanzan un nivel casi literario y envuelven al lector en un mundo alucinante que no deja de conmover y/o perturbar con cada frase y viñeta. Obras de gran calidad, que sólo son disfrutables en la comodidad de un mullido sillón orejero.
Tomando como referencia este tipo de obras, la editorial bilbaína Astiberri ha creado la colección denominada “Sillón Orejero”, un repertorio de novelas gráficas caracterizadas por alejarse de los estándares establecidos por los emporios Marvel y DC Comics y ofrecer una propuesta delicatessen en un arte marcado por el mercantilismo.
Obras memorables, la colección tiene muchas. Pero las que resaltan por su cuota de sinceridad y sincronía de diseño y argumento son tres: Blankets, de Craig Thompson, El viaje, de Edmond Baudoin y Píldoras azules, de Frederik Peeters. Tres obras importantes, reconocidas —de hecho, la revista Time incluyó a Blankets en su lista de las diez mejores novelas gráficas de la historia— y portadoras de una honestidad demoledora que nos hace cuestionar el sentido de la existencia misma.
Blankets es la novela gráfica escrita y dibujada por Craig Thompson. En líneas generales, se trata de la autobiografía del propio Thompson, enmarcada dentro de lo febril del primer amor y la dolorosa metamorfosis que implica crecer. La historia es simple: la vida de un adolescente de clase media en un pueblito frío ubicado en la parte central de los Estados Unidos, apabullada por la aparición de una adolescente agraciada y con problemas familiares, y condimentada por el constante temor a ser adulto (“¿Por qué todo el mundo parecía crecer menos yo?”) y la presencia de una fe que contamina como un germen todas las esferas de la vida. Con un relato conmovedor y unas viñetas saturadas de detalle y poesía, el autor construye un relato atiborrado de sensaciones y vivencias que se proyectan más allá del simple hecho de contar y la anécdota: Blankets es la confesión de una generación que se ha negado a crecer, una generación atrapada en un periodo acaso demasiado detestable pero al mismo tiempo menos peligroso que el que se avecina. Desde cualquier punto de vista, se trata de una obra ambiciosa, magistralmente contada y sincera. No por nada, Alan Moore le ha dado su visto bueno y Neil Gaiman la ha considerado como “conmovedora, tierna, bellamente dibujada, dolorosamente honesta y probablemente la novela gráfica más importante desde Jimmy Corrigan”.
Por su parte, El viaje fue escrita por el francés Edmond Baudoin y, al igual que Blankets, es la respuesta autobiográfica a uno de esos tantos aspectos de la vida que muchos desearían cambiar a toda costa. La novela gráfica de Baudoin narra la historia de Simón, un oficinista “tipo” que un día decide dejarlo todo y andar por el mundo dejándose llevar por el mero instinto. De resabios kafkianos, El viaje desarrolla un argumento bastante explotado pero no por ello menos intenso: la inconformidad con los caminos que alguien —Dios, nuestra familia, nosotros mismos— nos ha obligado a recorrer. De hecho, El viaje —al igual que gran parte de la obra de Baoudoin— no es más que un desdoblamiento de la propia vida del autor, quien, dicho sea de paso, optó por seguir su pasión luego de haber trabajado como contable en la oficina de su padre mientras su hermano y primer compañero de dibujo, Piero —de quien el francés habla en su novela gráfica del mismo nombre—, estudiaba arte. El viaje, como su mismo nombre lo indica, es una exploración a esa vida que nunca escogimos, poblada de vagabundos, títeres, calaveras, mujeres que se confunden con el mar y la arena y ancianas que se hacen jóvenes de repente, transformada en una novela gráfica de categoría que, entre sus tantos atributos, procura un trazo simple y soberbio al mismo tiempo y reproduce —en la mejor parte de la obra— aquel deseo que tantos artistas han plasmado en sus obras y llevado a cabo en la vida real: escapar.
Por último, tenemos a Píldoras azules, del ginebrino ganador del premio Jules Töpffer y otros galardones Frederik Peeters. El argumento de esta novela gráfica gira en torno al SIDA, su impacto en las relaciones de pareja y la ignorancia con la que la sociedad maneja el tema. Peeters cuenta su relación con Cati, una mujer seropositiva y madre de un hijo también seropositivo, haciendo constante mención a la presencia de la enfermedad en las relaciones de pareja —en especial en el manejo de la sexualidad— y la forma en la que aquella influye en las emociones de los afectados directa o indirectamente. La prosa de Peeters es eficaz, despojada de artificios e invita a una lectura amena, sin complicaciones. A diferencia de Thompson y Baudoin, el suizo afronta la adversidad —en este caso, la presencia del SIDA— desde un punto de vista menos autocompasivo y, por tanto, exento de tapujos y victimismos, cargando su narración de una intimidad genuina, conmovedora y, a ratos, “demasiado informativa”. La obra también hace un uso espléndido de las metáforas (a más de uno ha de llegarle al alma la viñeta que es utilizada para la portada: la imagen de dos amigos conversando pasiblemente en un sofá, mientras la gente se vuelve “invisible y muda” y el mundo se convierte, literalmente, en un mar ubicado vaya uno a saber dónde), y el trazo a mano alzada y el detalle de cada recuadro hacen que sea una delicia leerla. Algo para tener en cuenta: la obra general de Peeters bascula entre el policial y la ciencia ficción atípica, lo cual revela el talento de un autor todoterreno y su capacidad para imprimir su marca personal(ista) en cualquier género. Un verdadero artista.
Si bien “admitir la existencia de una historieta liberada de sus tópicos y de su imagen vulgar e infantil” —como alguna vez lo propuso Jean-Christophe Menu, uno de los fundadores del colectivo L’Association, en contra de la línea editorial establecida por las fórmulas de Tintín y Spirou—, es una pretensión arrogante e innecesaria, no estaría demás echarles una ojeada a las obras de los mencionados Peeters, Baudoin y Thompson, y de otros autores emblemáticos de la misma colección, como Alex Robinson, Jason, Dave Mckean o Paco Roca. Quién sabe: a lo mejor la comodidad del sillón orejero nos arrastra a un mundo ficcional en el que los protagonistas no son muertos que viven, fenómenos con superpoderes o enmascarados multimillonarios. Sólo seres humanos*.
* Las novelas gráficas Blankets, de Craig Thompson y El Viaje, de Edmond Baudoin pueden ser encontradas en la sala de lectura del C+C Simón Patiño de la ciudad de La Paz.
Fuente: Ecdótica