La autoedición como opción
Por: Daniel Averanga Montiel
Publicar en Bolivia requiere de una fuerte inversión de tiempo y de dinero para los autores que actúan ajenos a una casa editorial. Comprendo que también para las editoriales es un riesgo el apostar por un autor desconocido, no consolidado mediante premios o ascenso de trabajo profesional (como un abogado o un comunicador que socializan sus trabajos sobre ciertos temas de interés general); pero aceptémoslo: no se necesita ganar premios literarios para hacer “camino al andar”, ni tampoco se necesita publicar en Random House Mondadori o Tusquets para creer que lo que uno escribe está a salvo del olvido. Se necesita de terquedad (ser janiwa), para concretar un sueño que, según palabras de F.X. Toole: “…nadie ve, excepto uno mismo”.
Me imagino a José Millán Mauri, o mejor, a Jesús Urzagasti, rondando por editoriales para ser aceptado por alguna, desencantarse de ellas después (por esto de que, si uno quiere ganar al menos para el pasaje gracias a una publicación, venda su diez por ciento de manera productor-consumidor), y decidir publicar de manera independiente: ir a una imprenta, hacer el trabajo de diagramación, escoger una tapa linda, promocionarse y vender, por último, lo que le ha costado trabajar.
En mi caso, comencé mis primeros trabajos autoeditándome, haciendo tapas de cartón, de cartulina y de papel craft, aprendiendo a coser los lomos (gracias a Lucio T. por enseñarme) y trasnochándome para sacar al menos cuarenta ejemplares para la FIL del 2008. Saqué un libro de cuentos, pobre en ideas y excesivo en sangre, y vendí 36 ejemplares. ¡Era dinero ganado, me dije, y dinero es dinero!
En este sentido, he conocido a varios autores que se autoeditan, que invierten su dinerito para sacarse su ISBN, que van al Depósito Legal, que promocionan por sus blogs (primero) y por el facebook (después); he corregido (o leído) trabajos excelentes, dignos de una edición de lujo; trabajos que exponen la gran voluntad de estos autores por mostrar lo mejor, y que demuestran que, cuando ninguna editorial te apoya, puedes hacer mejor las cosas que cuando tienes un padrino o un mecenas editorial.
Es como dice Yerko Escobar sobre ciertos grupos de música under: cuando tienen apoyo se desinflan, pero cuando grababan sus primeros trabajos, en garajes y con déficit de plata, hacían joyas musicales.
Así, hay autores que se autoeditan y se crean sus nombres editoriales y van más allá de la mera pose. Áxcido Cómics, por ejemplo, que es producto del mismo Yerko (gran escritor, gran ilustrador, gran badass), ha sabido levantarse muy pero que muy bien en el aspecto de la historieta y la ilustración, mejorando siempre en cada publicación, y sacando la mugre a las juntuchas de ilustradores e pseudo-historietistas bolivianos que pretenden hacer bien las cosas en grupito, como si el oficio se transmitiera por ósmosis: Yerko autoeditó varias entregas de “In Nomine” y dos de “Corven cuenta”, su (gran) libro de cuentos “52” y la gran novela “Los desenlaces de Greta Aróstegui” (su alterego en femenino, otra badass, y con katana); paralelo, Rafaela aportó con gran carácter y talento a trabajos de Áxcido Cómics, como “Orgullosamente Freak” (hilarante y soberbia propuesta real de manga) o la más reciente: “En la guerra del Chaco” (excelente novela gráfica, en el mejor sentido de la expresión). Se nota el carácter de ambos al momento de emprender un trabajo profesional, y que requiere, más que de testosterona o furia, neuronas, y ambos, Yerko y Rafaela, tienen suficientes neuronas (y voluntad) como para muchas excelentes publicaciones más.
David Vildoso, quien ahora es autor de editorial “Kipus”, comenzó un camino en solitario con su primera novela, “El árbol que llora sangre”, y a pie, yendo a colegios y vendiendo este trabajo con paciencia y buena actitud, demostrando que la perseverancia es la mejor arma para poder emprender un oficio como el de la escritura. Y, soy sincero, sé que tiene mucho camino para recorrer, pues he leído dos libros inéditos de él, además de “El árbol…”, y está avanzando muy bien, a pasos agigantados.
Carla Angelo, con su libro titulado “Foris” (imagino que es una saga), ha sabido posicionarse muy bien en las redes sociales; sin embargo, en esta oportunidad me toca hablar de su libro de cuentos más reciente: “Quimérica realidad”, el cual es autoeditado, y que me ha sorprendido por su sencillez y su profundidad.
En la contratapa se dice que este libro de cuentos es una antología, y está en lo cierto; porque, a pesar no sobrepasar las 60 páginas, muestra una tremenda pericia al momento de plasmar historias que, al igual que Ryunosuke Akutagawa hiciera con sus relatos breves, creaban personajes entrañables, situaciones verosímiles y entusiasmo para con el lector. Puede ser uno de los mejores libros de cuentos que me ha tocado leer este año, sin exagerar: comencé a leer “Quimérica realidad” cuando subía en bus, y para cuando llegué a mi casa, en Cosmos 79, ya lo había leído gratamente junto a mi hijo, quien esa tarde estaba conmigo, escuchando los cuentos de Carla con tanto o más entusiasmo.
Podría decir que el mejor cuento (si no todos) de esta breve antología, se titula “Sueña Pablito” y que puede estar anotado para cualquier antología de narradores de esta generación, como mínimo. El alma del cuento, que trata sobre un niño de campo, que conoce la ciudad a través del trabajo de voceador, aparece desde la primera línea y acompaña al lector hasta su tierno y poético final.
Al igual que Carla, Gabriel Michel (con su saga de “El Arco de Artemisa”) y Fabricio Callapa (con su libro de cuentos: “Ahora que el espejo no recuerda mi forma”) han demostrado que la autoedición puede involucrar calidad y garantía de conciencia por parte de los productores, hacia los lectores.
No obstante, uno de los peligros de la autoedición está, precisamente, en la carencia de la opinión de un tercero para poder establecer un grado de objetividad en la publicación. La presencia de correctores de estilo o editores, como la excelente poeta Cecilia de Marchi Moyano, o la tremenda editora de 3600, Simona Di Noia, es indispensable, porque cuando uno escribe, no sabe si está en buen camino: el editor es aquél que ayuda a madurar un trabajo en particular, y un escritor requiere de humildad para admitir la presencia del editor; eso quizá falta, en gran medida, en la industria de la autoedición.
Quizá, con el pasar de los años, se fortalezca en Bolivia esta forma de publicar libros. Pero la sola existencia de libros autoeditados ya es un síntoma de buena salud literaria para nuestro país.
Fuente: Ecdótica