Julio Barriga, poeta de Camboya
Por: Ricardo Bajo
Julio Barriga es de uno de esos escritores en extinción que todavía andan con sus escritos fotocopiados bajo el brazo. La última vez que un literato me regaló un cuento o un pequeño ensayo fue hace muchos años, cuando el bueno de Víctor Hugo Viscarra me cambiaba relatos inéditos en fotocopias truchas por billetes de diez pesos mientras caminábamos por Villa Fátima.
Barriga me regala ahora su último poemario, Luciérnaga sangrante (2013), dedicado a la memoria de su queridísima Amy Winehouse. Está invitado a leer su poesía en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz. Unos cuates de Tarija lo han traído en camioneta, pero se han hecho pepa y lo han dejado casi sin plata en un hostalito cerca de la plaza principal.
Los “poetristes” (como los llama el colega Pablo Ortiz) leen su obra frente a una veintena de personas que esperan a que el hombre de blanco reparta el vino tinto y el rosado. Barriga está camuflado en una de las últimas sillas. Al final, uno de los organizadores lo ve y lo invita a la mesa. El chapaco nacido en Sucre (en un pueblito llamado San Lucas) acepta a regañadientes: su polera hippie todavía está limpia. Dice no creer en ferias del libro, ni en actos donde se recita poesía pomposa y seria. Pero lee. “Una frazada de parroquiano / abandonada a la intemperie y los organismos / donde ha dormido la tempestad / y se ha revolcado el torrente / lavada sin asco y con paciencia / para yacer en ella como en algo propio / Caiga el olvido sobre las cosas encontradas /cartonosa además en su textura / que se niega a abandonar una última forma / si esta frazada hablara / que no diría con la voz del río / un mundo en la corriente de lodo e insectos / y raíces y piedras y reptiles…/ Y ahora está callada bajo mi / proyecto de esqueleto / que se niega a dormir / y no se duerme”.
Hay tímidos aplausos, luego lee un par de poemas más, se pone su gorro de lana (hay surazo en la ciudad) y se va. Entonces hojeo el libro regalado y su dedicatoria. “Con afectuoso saludo de Julio, Camboya, 30 de mayo de 2014”. En la solapa, Barriga se dice badulaque y todavía tiene harto pelo en la cabeza. Es una foto de cuando salió bachiller. En uno de los cuentos que me ha obsequiado (“Hace tanto y aquí cerca”) se acuerda de esos años cuando en “su dorada infancia rural del entonces candoroso pueblito de Méndez” masticaba tortas de maíz horneadas sin llegar a tragar para exprimir el bocado y luego dejar secar al sol para obtener la materia prima de la dorada bebida, la chicha. Lo único que le queda al poeta de Camboya en el futuro es su pasado. Está de vuelta y por eso también se acuerda de su thojpa paceña: Campero, Cárdenas, García, Vladivostok, Benavente, Sánchez… y del mentor y ayatollah Humberto Quino. Días de vino de cartón, por aquel entonces, novedad; noches de furia por la ciudad; tardes de revistas de literatura como Vidrio Molido o Camarada Mauser.
En septiembre Barriga verá editado su poemario (de la mano del sello El Cuervo) y estrenado un documental (La última Navidad de Julius) que ha hecho Edmundo Bejarano, un boliviano que vive en Alemania .
Cuando los incontables cadáveres dejen de mirar, al bueno de Julio todavía podremos verlo bailar con el torso desnudo un rythm and blues; habrá tiempo para escucharlo leer: “Amy canta tosiendo / Amy canta chupando / Amy canta llorando / y mientras canta encanta / Se cae, se levanta / Ves llorar los ojos más hermosos del mundo / y los míos se extravían en la quieta llanura / donde ella es la lluvia / la exhalación perfecta / buscando nueva vida tan cerca de la muerte”.
Dicen que en septiembre van a ir a Buenos Aires hartos escritores bolivianos al Festival Internacional de Literatura (Filba). Somos el país invitado. Si alguien encuentra este mensaje en esta botella, háganme caso: lleven a los chicos de la thojpa y al poeta de Camboya.
Fuente: La Razón