08/20/2024 por Sergio León

Julio Barriga, nómada por cuenta propia

Por Marco Montellano

Poeta, escritor, performance, funcionario público y obrero. Nacido en San Lucas (departamento de Chuquisaca, Bolivia), el 17 de agosto de 1956. Hijo de Walter Barriga y Mercedes Cabezas, ambos maestros destinados, en fecha del nacimiento del poeta, a esa población rural. Es el segundo de los cuatro hijos de ese matrimonio. Sujeto a los cambios de destinos del magisterio de sus padres, vivió también en Entre Ríos (departamento de Tarija), entre 1957 y 1958; y en San Lorenzo, entre 1960 y 1965, población en la que cursaría la primaria.

Según relata Fernando Barrientos (2014), editor de casi la totalidad de su obra: “Vivirían en Entre Ríos y luego en San Lorenzo (a quince kilómetros de Tarija) donde Barriga suele situar la inauguración de su memoria: una infancia feliz y bucólica, la revelación de los signos a través de la lectura, un hogar humilde pero concurrido por el cariño y los relatos de sus mayores”.

Nómada después, por cuenta propia, el esquema de los lugares en los que vivió se completa de la siguiente manera: la ciudad de Tarija (1966-1969), Bermejo (departamento de Tarija, 1970-1971), nuevamente la capital sureña (1972-1979) y La Paz (Bolivia, 1980 a 1984). Residió, además, en Argentina, durante varios años; «yendo y viniendo» por motivos laborales, según comenta, entre las ciudades de Salta (1985-1993) y Mendoza, desde 1994 hasta el 2000, año en el que sufrió un accidente que lo mantuvo varios meses en el hospital. Tras el incidente volvió a Tarija, donde reside hasta la actualidad. Se casó dos veces: En 1982 con María Eugenia Iriarte, de cuya unión nació Alejandra (quien le dio tres nietos); y, en 1984, con Mirtza Medina, con quien tuvo a su segundo hijo, César.

De acuerdo a sus propias palabras (Montellano, 2024), en sus más de 60 años de intensa vida Julio Barriga fue: boy scout, aspirante a monaguillo, bachiller de un colegio nocturno, jipi, funcionario de la Caja Nacional de Seguridad Social, policía judicial, albañil, peón, jornalero agrícola y obrero en una gran variedad de facetas. Si bien todas estas experiencias dan cuenta de su personalidad, la experiencia más prolongada y determinante de todas es la de haber sido desde joven un lector voraz: pasión y modo de vida que lo convirtió en un verdadero erudito, y no solo en lo que a la literatura se refiere.

A la edad de 18 años sufrió la muerte de su madre, en marzo 1974, acontecimiento que lo marcó profundamente. Pocos años después, fue apresado, por tres meses, en 1979, por unas semillas de marihuana que le incautaron agentes de las dictaduras militares que se sucedían por entonces en Bolivia. Sobre este periodo, comenta Barrientos (2014): “Barriga, que ahora ve su reclusión como una feliz vacación de verano, siempre cuenta que el día que le otorgaron libertad se negó a salir porque un reo cumplía años y lo había invitado al festejo […]. Luego de la breve estadía en la cárcel, decidió marcharse hacia La Paz, sin un plan claro, como huyendo. Al día siguiente de su llegada, acompañó a un primo suyo para ayudar en la mudanza de un vocal de la Corte de Justicia con veleidades literarias, que le ofreció trabajar como policía judicial. […] De un día a otro había pasado de su pequeña ciudad a la capital, de ser infractor a guardián de la justicia”.

Fue inmediatamente bienvenido a la noche y bohemia artística paceña, entabló cercana amistad con varios escritores, entre los que sobresalen Humberto Quino, Jorge Campero y Adolfo Cárdenas, y participó de sus irreverentes y efímeros proyectos literarios, como las revistas Vidrio molido, Papel higiénico, Dador y Camarada Mauser, entre otras.  Sobre esta estadía, escribe Martín Zelaya (2016): «Su residencia en La Paz fue fundamental no solo por la experiencia per se de vivir en la ciudad más grande del país, sino porque gracias al grupo de amigos que frecuentó, consolidó su apego a los libros y su vena poética. “Marco Alandia, quien me salvó de morir de aburrimiento en Tarija, estaba esa temporada en La Paz y me presentó [además de a los mencionados Quino y Campero], al “Piscasso” y al “Zeque” Rosso, entre otros”». El ambiente lo impulsó a tomarse en serio la escritura y, en 1984 –año en el que falleció su padre–, publicaron poemas suyos en las revistas La Covacha (Antofagasta, Chile), y Ascensión de la lluvia (Río de Janeiro, Brasil).

A lo largo de las incontables conversaciones que mantuvimos desde que lo conocí (en los albores del siglo XXI), ante la pregunta de por qué alguien con su sobresaliente formación intelectual había decidido –como miles, antes y después de él– trabajar, básicamente como peón en el vecino país (como se mencionó, estuvo en Argentina entre 1985 y 2000), me respondió que “el único trabajo real era el físico, ese que cansa a la bestia”.  La noche del 31 de enero de 1999, Barriga fue embestido por un camión, mientras se dirigía en una malograda bicicleta hacia su casa, en Mendoza. Este episodio quedó registrado en el libro Diario de hospital (El Cuervo, 2019), publicado veinte años después, a partir de un manuscrito olvidado.

Luego de varios meses en el hospital retornó a Tarija, como indica Barrientos (2014): “Barriga decidió volver a Tarija en 2001 y cerrar el ciclo de los trabajos manuales. Entró a trabajar como corrector de estilo en el periódico Nuevo Sur, pero sólo resistió unos meses”. En este punto es conveniente apuntar que, en el año 1996, había dirigido en el periódico El País, también de Tarija, un suplemento literario que publicó 4 números y al cual llamó, con irónico realismo, Eventual. Entrado el siglo XXI donó uno de sus riñones a su hermano mayor. Después de la publicación de Versos Perversos, y en especial de sus siguientes libros –a cargo de la editorial El Cuervo–, alcanzó gran popularidad y difusión, algo inusual para un poeta en Bolivia.

Carismático y desopilante, su vena artística como performance motivó la producción de dos documentales basados en su vida y obra: La última navidad de Julius (2015); dirigido por Edmundo Bejarano y premiado en el Buenos Aires Festival de Cine Independiente (BAFICI); y Guía de cementerio, dirigido por Roberto Balderas (2023). Sobre su personalidad apunta Ricardo Bajo (2021): “Habla poco pero cuando lo hace es siempre con humor ácido, parco a ratos. Julio Barriga lanza frases cortas y luego vuelve al silencio, de repente. Es un boxeador al estilo de Muhammad Alí: vuela como una mariposa, pica como una abeja”. En los siguientes años alternó su estadía en la ciudad de Tarija con estancias prolongadas en el área rural (en especial en las localidades de Coimata y Santa Ana, ambas cercanas a la ciudad y propiedad de amigos), además de frecuentes viajes a La Paz –para visitar a sus nietos– Salta, Cochabamba y Santa Cruz, lugares en los que fue invitado a eventos culturales de todo tipo.

Publicó los poemarios: El fuego está cortado (1992), que vio la luz como separata del único número de la revista El cielo de las serpientes, elaborada por Jorge Campero y Rubén Vargas; Versos perversos (2004); Cuaderno de sombra (2008) –libro inaugural de la Editorial El Cuervo, en el que Barriga rinde un sentido homenaje a la memoria del también poeta tarijeño, Roberto Echazú–; Luciérnaga Sangrante (2013); y, en 2016, el volumen antológico Cosechar tempestades (poesía reunida), que incluyó un libro inédito: Pensamientos nublados. En prosa destacan sus libros: Aforismos desaforados (1994); Aforismos desafora2 (2002), El hombre que amaba a Amy Winehouse(2014) –que ganó el premio “Eduardo Abaroa” del Ministerio de Culturas de Bolivia, en la categoría ensayo literario/miscelánea–, y Aforismos + Diario de hospital (2019). Escribió, además, varios prólogos, artículos y comentarios en suplementos literarios periodísticos y revistas especializadas del país, como El Zorro Antonio, Presencia Literaria, Hormigón Armado y Siesta Nacional; además de en la mendocina Diógenes y la salteña El pájaro cultural.

Entre la abundante crítica en torno a la obra de Barriga –en gran parte más bien periodística, aunque con algunos estudios académicos– podemos mencionar las palabras de Benjamín Santiesteban (2016): “En casi cada página de esta obra reunida el autor evita osadamente a la enfermedad de la caricatura romántica. Debido a esta afección, que ataca incurablemente a muchos poetas locales, hablar de las cosas es una excusa fraudulenta para hablar de uno mismo: el asentamiento ególatra de la subjetividad. Barriga y sus ocasos, Barriga como ocasos constantes, se exhiben inmunizados. No propone una poesía simplemente objetiva, sino más bien el evento y desenlace de ir de lo subjetivo a lo objetivo”.

La crítica y escritora Virginia Ayllón analiza: “La soledad y el poeta constituyen el árbol de esta obra, todo ronda en torno a la construcción biológica, orgánica, y anímica, subjetiva de la soledad que instituye al poeta. Desde la nostalgia por la infancia traspapelada más que perdida, hasta la avenencia en la comunidad bohemia de poetas, todo remite a un lenguaje que devastando sistemática e inmutablemente toda energía edifica el poema y erige al poeta […] Barriga es un privilegiado poeta de la ciudad. Notoriamente cambia el registro cuando de ella se ocupa, dedicándole extensos versos en contraposición a su casi siempre breve poesía. […] Barriga no mira la ciudad. Barriga es la ciudad”.

El poeta y crítico Juan Carlos Ramiro Quiroga (2013), por su parte, señala: «Impresiona muchísimo su desmesurada imaginación que en detalle trata de abarcar todas las aglutinaciones sociales de la urbe. Igual que de Gregorio Reynolds, podría decirse de él que es un poeta urbano. Sin embargo, uno en el que ni el tedio ni el hastío han hecho mella de su espíritu. Al contrario, lo han iluminado. […] Nombra a través de un preciosismo o filigrana poéticos, enteramente marcados por el estilo de la deformación. […] Ahí que la frase suya “vivir poemas antes que escribirlos” no sólo genere connotaciones positivas extralingüísticas, sino que constituya una poética a la que se aferra fervorosamente Barriga».

Mención especial merece la devoción de Barriga por la cantante británica Amy Winehouse, en quien se inspira, proyecta y a quien dedica la mayoría de sus últimos libros. Al respecto, anota el poeta Hugo Amicone: «Luciérnaga que sangra luz o el amor sin destino por Amy Winehouse como una excusa, un acercamiento al amor en forma de luminosas referencias y citas de penumbras. Es literatura que Julio reconstruye desde otras literaturas: el poema mismo como una colección de referencias, que en la exactitud de su nuevo lugar encuentran su eficacia. Es su juego: versos que actúan por contraste, flores que se elevan desde el fango».

Precisas y adecuadas para cerrar este breve perfil, las palabras de Liliana Colanzi: «Leer a Julio Barriga es sobrecogedor. Estamos ante alguien que, como Rimbaud, hace su poética desde el desorden absoluto de todos los sentidos, desde la abyección y la locura y la cercanía con la muerte. Alguien que usa su cuerpo como terrible lugar de experimentación. Un “poetalbañil” que […] escribe desde la monstruosidad, desde la noche interminable, mientras baila furiosamente con sus demonios. ¿De dónde proviene tanta devastación?, una se pregunta, como si existiera una respuesta. ¿Por qué alguien termina con la vista fija en el abismo? Y, sobre todo, ¿cómo se sobrevive a la mirada de ese Ojo destructor con la pasmosa lucidez de Barriga?».

[1] Para esta versión se omitió las meticulosas bibliografías trabajadas por el autor, y para el título (el original es simplemente el nombre del poeta, como en todo índice bio-bibliográfico) se adecuó una frase incluida en el texto