08/08/2017 por Marcelo Paz Soldan
Jóvenes que toman la palabra

Jóvenes que toman la palabra

Esperanza Yujra y Rodrigo Urquiola

Jóvenes que toman la palabra
Enhorabuena
Ariel Pérez

La 44 versión del Concurso Municipal de Literatura Franz Tamayo ha dejado en evidencia que la creación poética en Bolivia sigue viva y vital. Soy un convencido de que el poeta solo puede escribir desde lo que es y desde su propio mundo de vida, utilizando para ello su cuerpo como instrumento. Soy un convencido, también, de que el acto de la lectura opera de un modo distinto. La lectura presupone un acto de interpretación y diálogo entre la episteme del lector y el yo poético del texto, es decir, la voz del poema; no la del poeta. Es en ese acto signado por la interpretación y el diálogo donde se concreta la obra de arte: la poesía.
Así, cuando leo poesía o cualquier otro texto no trato de encontrarme con el poeta ni mucho menos lograr una comunión con él; sino más bien quiero dejarme interpelar por el texto y esa voz propia y singular que escucho cuando la leo. No busco nada a priori, nada a cambio, sino simplemente dejarme sorprender por lo que tiene que decirme. Si esa voz no me interpela, sin no me dice nada o me dice muy poco, el texto puede llegar a no interesarme, por muy bien escrito que esté, por mucha estructura que presente e, incluso, por la exquisitez formal en el uso del lenguaje que exista en él.
Por el contrario, la aparición de voces que digan algo nuevo —utilizando para ello un lenguaje distinto o poco ortodoxo— nos permite adentrarnos a nuevos campos de significación y a nuevas realidades, a nuevos modos de decir, en suma. Es esta contradicción permanente o encuentro simultáneo —según como se quiera interpretar— lo que le da vitalidad a la literatura.
La nómada, de Esperanza Yujra Gómez, y Sarcoma, de Édgar Soliz Guzmán, ganadores del primero y segundo lugar, respectivamente del Franz Tamayo de poesía, han materializado, una vez más, esta contradicción-encuentro en el ámbito de este concurso literario.
Lejos de pensar la polaridad como negativa, habrá que reconocer que ésta siempre estará presente en la creación poética. Ahora queda esperar la publicación conjunta de ambas propuestas, para que los amantes de la poesía formen su propio criterio. Enhorabuena.
El devorador de historias
Erick Ortega

En Oruro la vida es duro”, dice El Papirri, y el Rodrigo Urquiola sonríe chuecamente, como solo él sabe hacerlo. El Rodri es pues el típico mago que agarra los chuños secos y los convierte en manjares. Es sensible, pero no con la connotación enclencle y sensiblera de la palabra, es sensible porque capta y entiende su entorno. Todo ve y todo escucha para escribir su siguiente cuento o novela. Y si no la escribe no importa, él mismo es una suma de anécdotas sobre dos pies.
Para este bolivarista a morir que coqueteó —¿coquetea?— con el periodismo no existe el género de la noticia. Todo es crónica para él. Tiene una mirada extraordinaria de lo que lo rodea, un realismo mágico chasquipampeño que le ha permitido nutrirse de historias para plasmarlas en libros. Ya lleva dos de cuentos, dos novelas y una obra de teatro.
La política, los temas sociales y esas vainas no forman parte de su narrativa. Escribe de soledades, malas compañías, tristezas, familias rotas, animales endemoniados, de cosas que realmente conmueven.
Como sus obras son parte de cómo es él y para demostrar que es un todoterreno veamos parte de su currículo: embolsador en dos supermercados, duró tres días atendiendo en unos Gyros y otras dos semanas trabajó en un laboratorio. “Hacía aspirinas o algo así”, comenta al recordar sus años vestido de blanco. Vendió libros en ferias del libro de La Paz, Cochabamba y Tarija. También fue transcriptor, editor de libros, atendía una librería… “Mi único trabajo decente fue el de La Razón”, aclara. Se metió a tres carreras universitarias y dejó las tres. Nunca le hizo falta el cartón académico. Es literato sin acabar su carrera y periodista sin tener el título. En ambas canchas ha demostrado solvencia.
Pero que nadie crea que es inconstante. Al contrario, lleva una década detrás del premio Franz Tamayo y recién lo consiguió… y va por más.
Porque, después de todo, su verdadera razón (después del Bolívar) es la palabra. Y si de palabras se trata hay una que lo obsesiona y lo pinta de cuerpo entero… una ambivalente porque tiene solo dos letras, una consonante ubicada en el extremo final del abecedario y la vocal en el comienzo… es el resumen de sus ambivalencias: “wa”.
Fuente: Tendencias