Por Jorge Saravia Chuquimia
En la tercera edición del libro Atrevámonos a ser bolivianos (2012) de Mariano Baptista Gumucio, existe el apartado “A José Enrique Viaña (1928-1937)”, capítulo que reúne un grupo maravilloso de epístolas escritas entre Carlos Medinaceli y Viaña. Conjunto donde Juan de Ega exclama “que le hacen un halo de misterio y poesía. Lo mejor, como ya ves, para un hombre, como yo, nostálgico y añorante” a Teodorico Raposo. En esta dirección, en el presente comentario pretendo considerar el aspecto del artista que se consume en melancolía es un feroz guerrero, expuesto por Julia Kristeva, como eje ordenador de cierta narrativa del autor potosino.
Frente a todo esto, dirigiré la mirada a tres textos del autor aludido: la novela Cuando vibraba la entraña de plata (1948); seguidamente el poemario En el telar del crepúsculo (1968) y el escrito introductorio Prólogo confeccionado para el libro póstumo, Chaupi p’unchaipi tutayarka (1978) de Carlos Medinaceli. Todas estas manifestaciones literarias tendrán una conexión inmediata con el epistolario y se entrecruzarán con la noción de Kristeva.
Es difícil arrancar este artículo sin mencionar brevemente algunos detalles biográficos del literato en cuestión. José Enrique Viaña (1898-1971) fue un escritor nacido en Oruro, sin embargo, vivió casi toda su vida en Potosí. Es parte fundamental del grupo vanguardista Gesta Bárbara, llegando a conformar la trilogía estructurante conjuntamente Churata y Medinaceli. También desempeñó funciones como maestro en colegios de la Villa Imperial de Potosí y La Paz.
Cuando Kristeva menciona que “El artista que se consume de melancolía es, a la vez, el más encarnizado guerrero cuando combate la renuncia simbólica que lo envuelve…” (Sol negro. Depresión y melancolía) atribuye innegable valor sentimental transitorio de desolación que adopta el escritor y esta forma puede generar crear narrativa vigorosa. La melancolía es un lugar común en la literatura y eso no limita para que Viaña pueda servirse de ella como recurso de inspiración y producir sensaciones múltiples (de interpretación) de sus escritos.
La aparición en 1948 de Cuando vibraba la entraña de plata (Crónica novelada del siglo XVII) constituye, en primer plano, la pintura histórico-novelado del Potosí colonial. Y tiene el mérito de ser americana y universal. Es decir, recrea el ambiente del siglo XVII de la ciudad más importante del mundo, la Villa Imperial de Potosí, gracias a su memoria prodigiosa. Así, el narrador funda un relato desde el aforo de la nostalgia por el tiempo pretérito.
Es la trama donde el potosino Nicolás Ludueña vive entre vicuñas y vascongados. Además, volatiliza el lenguaje moderno con un castellano antiguo, sentando la cimentación narrativa del relato. Este detalle admirable exige leerlo de una manera, o, dicho de otra forma, el lector lee acorde a la época en que se desarrolla la novela.
Transcribo un episodio donde se consigue ver la filiación narrativa: “Huido y escondido el mancebillo Marín, sabiendo tu padre que con aquesto encederíanse de nuevo los bandos, juntó a sus amigos e aprestóse a batallar, enviando a buscar a un su gran amigo, e pariente, D. Diego de Carvajal, el de la Entrada, porque allegase a sus parciales e foese en su ayuda”.
El autor tiene una memoria nostálgica del Potosí de antaño. Por lo cual, el relato genera conseguir fascinación al apreciar los lienzos del paisaje retratado por el narrador. La melancolía puede percibirse si el lector entiende que accede a un tiempo ficcional, pasado y colonial de Potosí. El rasgo narrativo imperante del estado de melancolía está vigente sí interpretamos que el actuar del protagonista Ludueña, en las minas y en la taberna Mesón del Desorejado es de un héroe solitario. Solitario porque es el rasgo identificatorio o síntoma típico de los melancólicos.
En el telar del crepúsculo (1968), sobresale Se escribe en el ala del viento…, poema donde el poeta esta como vigía de un espacio de la melancolía: “Y es Potosí que enlaza, en la noche ya cierta, / en que habremos de hacernos una flor o una espina, / el pasado que enciende sus luces de colores, / de esperanzas floridas, / con el hoy que es paso inseguro / que tropieza y vacila…”.
Cabe afirmar que el poeta añora el Potosí de antaño donde el carácter melancólico no es sombrío, sino es una dimensión llena de “luces de colores”. Busca con el verso un pasado conspicuo. El vínculo sobresaliente de esta imagen es el recuerdo de un espacio que le colma de sensaciones.
La condición melancolía trepa abrumadoramente en el artista Viaña cuando escribe en el Prólogo de Chaupi p’unchaipi tutayarka (1978) la relación literaria que existe con Gamaliel Churata y Carlos Medinaceli. El prologuista rememora que “Gesta Bárbara fue, en verdad de verdades, obra integral de Carlos Medinaceli y Juan Cajal porque ambos adolecieron del mismo mal: el amor de la cultura y el amor al hombre que habla de sustentarla”.
El prefacio declara que sus dos amigos barbaros partieron al Eliseo. Entonces, él estima que en esa otra temporalidad “hallaron paz y el sosiego que buscaron siempre, y digo ‘acaso’ porque el ímpetu de humanidad, de amor a la juventud, mejor dicho, que ambos tenían, no dejaran que olviden a quienes, jóvenes y viejos, seguimos aun, angustiosamente, en la tarea de vivir”. En la dicotomía vida-muerte el autor tiene una reacción melancólica para crear narrativa.
El proceso melancólico que visualizo en estos tres escritos de Viaña es un momento de vitalidad que le posibilita desarrollar relato. Es una esencia nostálgica que asume y despliega el artista para encumbrar su ánimo y desde esta dimensión sensorial trazar escritura potente. Restaura la imagen de Medinaceli cuando expresa que, “luego fue profesor de Literatura –otra forma del pongueaje intelectual en Bolivia, pongueaje–, sí porque por el hecho de ejercer la docencia, el docente se amolda a cuanta exigencia le viene de fuera, sin poderse negar a ello”. En suma, la melancolía funciona en Viaña como un estado recalcitrante de conocimiento.
Fuente: Letra Siete