Jorge Suárez, vindicación del poeta, maestro y periodista
Por:Martín Zelaya Sánchez
Fotografía: Jorge Suárez, en La Paz en 1990, junto al ex vicepresidente Julio Garret Ayllón. Cortesía La Prensa
Entre 1985 y 1986, el narrador paceño Jorge Suárez efectuó en Santa Cruz de la Sierra el Taller del Cuento Nuevo, germinador, según coincidencia general, del cenit de una de las más pujantes generaciones de autores orientales, aún hoy activa. A modo de evocación del que habría sido su cumpleaños 77, Fondo Negro rescata la semblanza de este literato poco resaltado.
¿Qué tienen en común Homero Carvalho, Óscar Barbery, Juan Simoni, Germán Araúz y Blanca Elena Paz con Gabriel Chávez Casazola y Óscar Díaz Arnau? Que todos son destacados escritores y periodistas —los primeros en Santa Cruz, los dos últimos en Sucre— surgidos o impulsados por los célebres talleres de narrativa de Jorge Suárez.
En el panorama de la literatura boliviana del siglo XX —ni muy frondoso como el de Argentina, Colombia o México; ni tan exiguo como para estar exento de abundante material inspirador— no suele aparecer, de manera injusta, en el primer plano de autores esenciales el paceño (yungueño, reivindicaba siempre él) Jorge Suárez.
El historiador Mariano Baptista Gumucio dice: “Tenemos tantas biografías imprescindibles aún pendientes por hacer en Bolivia; la de Jorge es una de ellas; es necesario, además, reunir toda su obra y reeditarla en una edición completa y crítica”.
En agosto de 1998, mientras ejercía de director del diario Correo del Sur de Sucre, el corazón de Jorge falló. Tenía 66 años y mucha energía aún, pese al intenso bagaje e inquietud que demostró desde joven. Este 26 de marzo —el siguiente jueves— habría cumplido 77 y en ese marco, Fondo Negro propone esta evocación y revisión a modo, además, de voto por la reedición de sus libros, el mejor homenaje posible a todo buen cultor de las letras.
Su obra literaria no es muy amplia. Quienes lo conocieron recuerdan que era muy riguroso maestro, pero más rígido todavía con él mismo. Poco dado, por ello, a publicar sin antes pulir hasta el cansancio sus textos. Va, su bibliografía, de la lírica clásica (amaba el soneto) a la novela, aunque tiene su pico alto en el cuento, sobre todo en el relato largo o nouvelle El otro gallo, referencial prosa que describe a la Santa Cruz provinciana y captura la esencia del camba de antes y de siempre. “Esta obra —dice Baptista Gumucio— por estilo y época está a la altura del mejor Gabriel García Márquez”.
“Sólo con la imaginación no se puede hacer literatura, si entendemos que la literatura es también un testimonio viviente”. Esta reflexión que compartió Suárez con un alumno y amigo suyo, el periodista Germán Araúz, es la primera de varias frases textuales que en estas páginas se reproducirán de una entrevista de 1994.
Un largo camino
Como pocos, la biografía de Suárez incluye hechos que parecen sacados de un manual de perfecto bagaje, azar y ventura. Vivió en las principales ciudades del país, desparramando su huella; amó por igual la literatura y el periodismo, era un dotado del humor fino y tuvo la virtud de saber enseñar.
Además, como tantos contemporáneos suyos, tuvo también que padecer el exilio —Argentina, Chile y Uruguay—, incapaz de quedarse callado y quieto ante los gobiernos de facto.
En su niñez paceña del colegio La Salle se dio a conocer como lector voraz y amante de la poesía del Siglo de Oro español. “Era compañero y el mejor amigo de mi hermano Fernando —cuenta don Mariano Baptista—. Recuerdo que nos reuníamos en casa en las tardes, que era devoto de la poesía y ya entonces llegó a ser un estupendo sonetista”.
A mediados de los 80, también en la sede del Gobierno, incursionó en el audiovisual con la serie Más allá de los hechos, que develó el entonces poco conocido mundo del narcotráfico.
Años antes ya había iniciado su pasión por “el oficio más bello del mundo” en el diario Jornada. “No hago periodismo para ganarme la vida. Es para mí una vocación tan viva como la literatura. No podría saber si empecé haciendo periodismo o empecé haciendo literatura, pero no alcanzo a concebir mi propia obra al margen de una u otra actividad”.
De su “etapa cochabambina”, allá por los 50 y 60, guardó entrañables amigos como Ramón Rocha Monroy, Adolfo Cáceres Romero y Alfredo Medrano, con quienes —quizás acorde con el benigno clima valluno— desarrolló más que nunca su habilidad para la sátira y picaresca con sus famosos epigramas, epitafios y aforismos: “De un premio que no ganó / Ramón Rocha se fue al cielo / Dios le dé el premio consuelo / que Guttentag le negó”.
En Santa Cruz dirigió el diario El País y dictó con maestría, entre 1985 y 1986, el Taller del Cuento Nuevo que según el autor Homero Carvalho “dio como fruto a algunos de los más importantes narradores cruceños, benianos y chaqueños”, y los “incorporó definitivamente en el panorama de la literatura nacional”.
Su recta final la pasó en la capital, al frente de Correo del Sur, y donde también se dio tiempo para dictar otro curso fundamental para escritores como el Premio Nacional de Cuento Óscar Díaz Arnau.
No menos importante fue su labor de lector crítico y editor de la obra completa de Edmundo Camargo, uno de los poetas mitos boliviano, muerto muy joven pero con una breve y soberbia bibliografía aún referencial. Jorge preparó y anotó la primera edición de su obra poética.
Recordar a Jorge, coinciden Baptista Gumucio, Carvalho y Rocha Monroy, es evocar su firmeza, a veces extrema si se trataba de corregir y enseñar, pero ante todo, sabiduría, sinceridad e hidalguía. Eso y más reflejan sus libros que, seguramente, muy bien le sentarían a toda estantería.
Aproximaciones a su obra y estilo
Sobre su papel como escritor, Jorge Suárez decía, en la conversación con Germán Araúz: “¿Cómo lograr que tu voz sea tuya, intensamente tuya y, al mismo tiempo, la voz de los demás? Escribir por escribir sólo tiene sentido si se acepta que el texto es un acto que empieza en ti y acaba en el lector. Cuando la literatura se vuelve diálogo entre autor y lector se establece un puente que rompe la incomunicación y hace que la lectura se convierta en algo verídico”.
El otro gallo, si queremos resumir y simplificar, es un bello relato de un bandolero heroificado y sus andanzas, borracheras y desventuras en un paraje selvático. Pero es mucho más; “acaso —escribió el editor Werner Guttentag—, junto con Sonata aymara, la confirmación de Suárez como el primer escritor boliviano que resume con su texto los contrastantes escenarios de su patria”.
Interpretaciones cabales e infinitas de Santa Cruz y La Paz y su gente —respectivamente—, ambas piezas son la cima de su prosa que se cerró con la publicación póstuma de la novela Las realidades y los símbolos. Afirman los conocedores que todo buen poeta puede ser un gran narrador, pero que no siempre ocurre lo contrario. El primer amor del escritor yungueño fue el verso: en 1953, a los 21 años, publicó Hoy fricasé junto a Félix Rospigliossi. “Yo no creo que el género haga al escritor. Por supuesto que un poeta puede hacer prosa, pues dispone de ese poderoso instrumento narrativo que es la imagen”.
Sobre su estilo, a partir de la prosa de El otro gallo, escribió el filólogo Luis H. Antezana: “En sus textos se las arregla para subordinar el tono a la poética. El lenguaje creativo está en el núcleo de las ilusiones que dan color —sentido— a los hechos y las vidas. Uno de los factores que permite recoger ese tono cuasi-paródico bajo otras intensidades es, seguramente, la prosa poética de Suárez y, ahí, la función poética no sólo opera, digamos, en la riqueza de imágenes, sino articulando los diferentes elementos textuales”.
Fuente: http://www.laprensa.com.bo/fondonegro/22-03-09/22_03_09_edicion2.php