Jorge
Por: Antonio Rivera Mendoza
Llegaba a una fiesta o a un café y temblaba la clase media. Era el Jorge, El Jorge. El que iba a incomodar su conformismo, cuestionar su vida. Sin quererlo, con naturalidad.
No se había impuesto ninguna, pero cumplía una enorme misión: desenmascaraba a cualquiera aunque tuviera mil máscaras superpuestas, revelaba la designación, la asignación de los nombres de las cosas y las gentes.
Georgie, apodo que compartía con el del Río de La Plata -y por el mismo motivo- había sido muchas cosas, títulos que se leía en el dorso de sus libros, como una mofa más a la única clase que sabía leer y escribir y no leía ni escribía, sino estupideces. Autor de tres libros e innumerables artículos publicados e infinitas servilletas inéditas, el antecedente con que se reía de los laboriosos curriculums de sus “colegas”, se limitaban a haber sido campeón de tenis en Buenos Aires.
Rebelde a pesar suyo, Jorge andaba por los libros, por su ciudad, por las vidas, desnudo de alma porque no necesitaba los disfraces de los intelectuales funcionales. Era todo menos esto. Eso es lo que lo diferencia de los escritores de su época y también de ésta. Su dignidad le negó convertirse en un bufón más de la clase media, papel que hacen tan bien los “escritores” que escriben para ganarse premios y prebendas, y los consiguen, verbi gratia, rochas, ferrufinos, carvallos, etc., etc., y tampoco su naturaleza le permitió subirse a alguna oenegé para “brillar” como intelectual en libros y cátedras. Esa condición de outsider le granjeó el apelativo de “loco”, como la lanza tirada por la infamia de los pequeños burgueses. Hasta hoy, se escucha decírselo a la mezquindad.
Salía de su oasis de la avenida Salamanca, la Diagonal, y llegaba a los cafés luego de ejecutar verónicas en el toreo a los animales al volante, con la esperanza de encontrar una mesa adornada de mujeres en su auditorio.
Era el más certero pensador que ha tenido la filosofía de la vida cotidiana en Cochabamba. Los que tuvimos la suerte de vivir el esplendor de su pensamiento, de frecuentarlo, al final de los encuentros invariablemente nos íbamos con una revelación, de esas simples y verdaderas que sólo la reflexión profunda puede alcanzar.
Jorge nos recuerda que la conversación es un arte y un juego, y nos reclama desde la muerte, la pobreza en que hemos caído creyendo que las redes sociales comunican a los seres humanos.
Fuente: La Ramona