Cuentacuentos
Por: Mauricio Rodríguez Medrano
Luz tenue, noche. Se parece a la luz de las fogatas que se encendían cuando el más viejo de la tribu empezaba a contar historias. Una mujer se acerca al escenario y mira al público. Cuenta. El IV Aptaphi internacional de Cuentacuentos inició en el Tambo Quirquincho.
Del domingo 23 de mayo al viernes 28, en la ciudad de La Paz se contaron cuentos. Se dice que la novela no tiene una estructura definida, que no se puede clasificar, pero el cuento sí: porque proviene de toda una tradición, porque inició en la oralidad, porque aunque pasan los años la estructura del cuento está definida: según Cortázar es el temblor del agua en una esfera de cristal.
Llegaron a la ciudad cuentistas de Chile, Argentina, Colombia, Cochabamba, Cobija. Los escenarios fueron el Tambo Quirquincho, el pub Caza duende, el Teatro Municipal, la casa Jaime Saenz, la Defensoría del pueblo, Teatro de Cámara, Teatro Modesta Sanjinés.
El trío Poliedro de Colombia fue el mejor grupo de cuentistas. Razones: rescate de cuentos de la tradición Colombiana, desde los mitos de creación, pasando por la poesía piedracielista (que leyó García Márquez cuando estaba en un internado en Bogotá y que alguna vez leyó en voz alta, en una de sus entrevistas: Cuando los ladros perren), hasta ofrecer pinceladas de la literatura Latinoamericana.
“Diccionario: ¿Qué es una onomatopeya?”, dice uno de los integrantes de Poliedro. “Es un perro que grita cuando un automóvil se acerca: ¡Oh, no! Me atopeya”, contesta. El público ríe. El otro integrante se acerca al escenario cuenta un cuento sobre la dictadura. Sus facciones hacen recordar el miedo, la frustración. El público calla. Se escucha cada respiración. Suspenso. Al final todos aplauden.
Lo que trajeron los cuentistas de otros países fue una tradición literaria a diferencia de los cuentistas bolivianos. Muchos de los cuentos fueron rescatados de Las mil y una noches, El hombre que calculaba, Cortázar, García Márquez, Franz Kafka, Monterroso.
Los cuentistas bolivianos tuvieron una carencia: falta de lecturas. La mayoría de las interpretaciones fueron improvisadas pero, sobre todo, existió una falta de lecturas de literatura. Más fue el rescate de mitos urbanos y andinos que se diluían en una mala compresión de lo que es el cuento. Borges definía al cuento como una estructura cerrada que cobra un sentido al final porque existe un giro imprevisto.
Se dice que el cuento es tan antiguo como el hombre y esa tradición se inició cuando los guerreros de las tribus llegaban, por la noche, siempre por la noche, a sus chozas y contaban las más extraordinarias de las historias que vivieron en el día en busca de comida o después de una guerra. Se dice que estas historias eran guardadas en la memoria por los ancianos sabios de esas tribus y que pasaban de generación en generación a través del acto de contar alrededor de una fogata. Y así nació el cuento.
García Márquez decía en una de sus entrevistas que el aprendió a contar porque su madre se lo enseñó: “Ella se sentaba en la cocina e iniciaba a contar una historia sobre la guerra, en la que participó mi abuelo. Sabía cómo dosificar la historia, cómo darle giros, cómo utilizar el suspenso, y cuando sabíamos cuál iba a ser el desenlace, mi madre cambiaba la historia con algunas palabras. Ella tenía en mente todos los instrumentos de un escritor profesional y lo había adquirido sólo escuchando a su madre y ella a su madre y ella a su madre”.
Los Cuentacuentos mantienen esa tradición, la de contar historias que no se pierdan en el olvido, que trasciendan por medio de la palabra y sólo la palabra: la mujer terminó de contar. Las luces se prendieron. El público ríe. La mujer dice: “El pulóver, de Cortázar”. Otra vez vuelve a contar.
Fuente: Ecdótica