Por Jorge Saravia Chuquimia
Hace unas semanas me pasó una serendipia. Comenzaré este “articulejo” diciendo que acababa de leer La trágica vida de Ismael Sotomayor y Mogrovejo, de Antonio Paredes Candia, estudio bio-bibliográfico que relata, a manera de evocación, la vida, obra y muerte del “cronista de cronistas”: Ismael Sotomayor. Paredes Candía inicia el texto de forma novelesca, relata la primera visita que realiza en 1950 a la ¿casa? del escritor.
Al respecto, indica: “vivía en una habitación de una casa situada en la Plaza de San Pedro” y tiene algo de conventual y, peor aún, parece ser una celda benedictina. Al ingresar a la habitación del escritor percibe una luz raquítica que ensombrece libros. Nota que sobresalen dos símbolos sacros: el catre de fierro, lecho del escritor y la biblioteca, repleta de “libros raros y papeles impresos”. Desde esta perspectiva, en estos dos elementos habita (ría) el espíritu del cuerpo del escritor. Así vive Ismael Sotomayor románticamente entre libros y biblioteca.
Jorge Luis Borges observa que George Moore piensa que “ser sensiblero es tener éxito”. El éxito del relato de Paredes Candia radica en ser sentimental, porque mostraría emocionadamente la morada del escritor, “hecho para mortificar el cuerpo de algún penitente”. Morada donde la biblioteca sería el alma misma de Sotomayor.
Anita Rivera Sotomayor, en Referencias biográficas de Ismael Sotomayor, de Añejarías paceñas, cuenta que para Ismael lillo, “la biblioteca constituía la fuente de su trabajo y de su producción (…) y fue como siempre celoso cuidador de libros”. Por tanto, libros y biblioteca son símbolos que nos apodera para identificar la imagen del escritor. Como la otra, Paredes Candia comenta la segunda visita al amigo, años después. Encuentro donde Sotomayor confiesa que prepara la segunda parte de Añejarías paceñas que debía llamarse Cachivaches de antaño. Aparte observa que “cualquier papelito impreso hacía brillar codiciosamente los ojillos rasgados de Sotomayor”. Libros y papeles residen celosamente en su biblioteca. La sobrina, Ana Rivera Sotomayor complementa lo expuesto por Paredes Candia revelando que “solamente en libros la biblioteca tenía seis mil ejemplares sin contar folletería, revistas periódicos y otros”. Paredes Candia atestigua que existía un “emporio de rarezas impresas”, pero desconoce el rumbo de la biblioteca de Sotomayor a su muerte.
La lectura de textos de Paredes Candia y Rivera Sotomayor me conducen a entender que la vida (atormentada) de Sotomayor residía en su biblioteca, en sus libros, en sus rarezas. Estos símbolos son fortaleza corporal del escritor. Alegorías que me transportan, inevitablemente, a visualizar el espíritu corpóreo del escritor. Paredes Candia se pregunta ¿dónde están sus libros?, ¿dónde está el manuscrito que escribía? Sin embargo, Rivera Sotomayor refiere que fue el Ministerio de Educación y Cultura quien decomisa los libros y la biblioteca de la morada de Sotomayor, sin autorización de Froilán Rivera Sotomayor. Asimismo, me pregunto ¿dónde está la biblioteca? y ¿dónde están los libros raros?
En esta parte de mi relato, como insinué al principio, relataré mi serendipia. Las lecturas de los biógrafos de Sotomayor están frescas en mi mente. Como Amateur (bartheano), soy amante de la literatura nacional. Colecciono libros literarios antiguos y nuevos de segunda mano. Generalmente ejemplares raros. En este brío visualizo, casualmente, en uno de los puestos del Pasaje Núñez del Prado, un libro raro, texto que, a primeras, no deseo comprar por su aspecto dañado. El librero me ofrece el ejemplar visto y advierto que el autor es M. Rigoberto Paredes, y el libro Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia, de 1920. Primera edición sin tapas, descocido, con las hojas apenas sujetas por un hilo y envuelto en nylon transparente. Rechazo el ofrecimiento, mas el librero explica que, de no adquirirlo, lo empastará y venderá a precio alto. Me convence y lo compro. No lo hojeo, ya que lo haré en mi habitación.
En mi morada retiro el envoltorio plástico y coloco encima de otros libros. Al día siguiente, buscando cierto texto, me topo con el libro raro. Siento la necesidad de abrirlo y, en esta acción, descubro hojas selladas, aprecio una firma legible en la página 1 y marcas de lectura en la página siete. Veo con detenimiento y deduzco es un libro de la biblioteca de Ismael Sotomayor. A partir del re-conocimiento manipulo con prudencia el libro y siento profunda emoción. Es mágico y deseo compartir mi hallazgo con alguien. Mi cuerpo está frenesí.
Concuerdo con Borges al decir “lo sensiblero es éxito”. Tengo en mi biblioteca un libro de la biblioteca de Ismael Sotomayor. Un símbolo de él.
Finalmente, Paredes Candia define a Ismael Sotomayor como uno de los últimos bibliófilos del siglo XX. Estaría entre Gabriel René Moreno, León M. Loza, Humberto y José Vázquez Machicado, Rigoberto Paredes y Belisario Díaz Romero. De lo anterior, interpreto que cada libro y papel raro, reunido por él, conforma partes del organismo del bibliófilo. En conclusión, la morada de Sotomayor se exhibe a través de su biblioteca. Por serendipia, algo de Sotomayor con-vive en mi biblioteca.
Deduzco que las marcas de lectura son signo de pertenencia y la firma, elemento indisoluble del lector de “alta gama”. La lectura del libro de Paredes Candía y Rivera Sotomayor me brinda empatía. Luego, consigo un libro raro por serendipia. Un libro perdido de la biblioteca de Sotomayor. Son 59 años que se cumplen de la muerte corporal del escritor, pero con este hallazgo afortunado visualizo la morada del “tradicionista”. Descubrimiento que me brinda (por decir de alguna manera) la gloria por conservar un libro de Sotomayor. Borges tiene razón al afirmar que “para la gloria, decía yo, no es indispensable que un escritor se muestre sentimental, pero es indispensable que su obra, o alguna circunstancia biográfica, estimulen el patetismo”.
Fuente: Letra Siete