Incursión a la poética de Terán Cabero
Por: Michel Zelada Cabrera
Antonio Terán Cabero, el “soldado Terán”, celebró el año pasado sus 80 años como uno de cultores más importantes de la poesía boliviana actual. También maestro en el arte del buen conversar, este prolífico versificador de la vida, de la muerte, del tiempo, del amor y del ser humano ha terminado un volumen en el que reúne toda su obra poética y espera presentarlo en la próxima Feria Internacional del Libro de Cochabamba,
Además de la compilación de sus anteriores poemarios, el libro contiene también cuentos y poemas inéditos que por muchos años “en cajas de zapatos, como debe ser, estaban reposando”.
Jubilado del servicio público, Antonio Terán —según confesión propia— ahora vive aislado de la vida pública y dedicado a revisar, releer, reescribir y escribir sus textos, en su domicilio de Bella Vista.
Desde el sillón de su sala, cuyas paredes lucen obras de Gíldaro Antezana, Ponciano Cárdenas y otros famosos artistas plásticos, el “soldado” Terán habla de su quehacer poético, de los momentos históricos que le ha tocado vivir, de sus planes futuros, de política, de Neruda y otros temas.
Elocuente y preciso en sus respuestas, de cuando en cuando el poeta acaricia con la palma de la mano su poblada barba blanca, en señal de reflexión. Una sonrisa previa se le dibuja en el rostro antes de emitir una broma, una ironía… un sarcasmo. Y ríe a carcajadas cuando recuerda algún momento festivo de su vida.
Y empieza, “En la juventud uno tiene la obligación de estar enamorado, entonces es el amor el tema que predomina en toda la poesía. Luego, con las lecturas y con toda la experiencia existencial, aparecen otros temas”.
— Mencionaba que su poesía estaba “reposando” hasta que madure completamente, ¿es un ejercicio poético que hace permanentemente?
Sí. Supongo que eso les ocurre a todos. Hay trabajos que salen de una pieza, espontáneamente de una sola vez. Son pariciones fáciles.
Pero también están los poemas sobre los que quedan bastantes dudas y hay que dejarlos reposar para revisarlos nuevamente. Lo que me pasó es que he encontrado poemas y relatos en “obra gruesa” y muchas veces los he reelaborado. Porque más que eso que llamamos “inspiración”, se sobrepone el trabajo duro y paciente del lenguaje.
Es una experiencia interesante encontrarse con esas obras olvidadas, guardadas y verlas mucho tiempo después con criterios ya contemporáneos.
— ¿Y le ha ocurrido que alguna vez ha guardado algunos poemas y luego de mucho tiempo ha decidido desecharlos?
Como que todo el último libro está hecho con esos trabajos. Es un libro que va a entrar en la obra completa. Son trabajos que consideré que no han merecido la forma del libro. Todos los trabajos son inéditos.
— ¿Y cómo se llama el libro?
Tal vez el nombre del libro le parezca familiar, se llama “El costal del limosnero”. Hubo en Cochabamba un ingeniero, hijo de franceses creo, que apellidaba Dardeville. Era un excelente cuentista y narrador y su libro de relatos se llamaba así: el costal del limosnero. Nadie lo menciona ni lo cita ahora, pese a que figura en los diccionarios de literatura.
Bueno, me he prestado (o le he robado), el título. Es muy sugerente el título porque antes recorrían la ciudad los mendigos con su palito. Recogían de la calle todo lo que encontraban, papelitos, pedazos de trapo, latitas e iban poniendo en un costal enorme. Ese es el costal del limosnero, cosas recogidas de la calle. En cierta forma le he pedido permiso al difunto.
— ¿Este sería su sexto libro?
Sí, sería el sexto editado, pero no circulado. Dos de los libros los editó la Universidad de San Simón y me creo que me entregaron 20 ejemplares. El resto estaba en depósito en la imprenta universitaria que es donde se imprimieron. Fue en la época de época de las dictaduras, me contaron que se quemó todo y no quedó nada en los almacenes. No me consta, pero me dijeron que eso hicieron los paramilitares. No hay otra explicación.
— ¿Y nunca se le ocurrió reeditarlos?
Claro que sí. Pero lamentablemente soy un jubilado que vive de su pensión y es insuficiente, como la de todos. Me dicen “soldado”, pero me hubiera gustado ser oficial para jubilarme con el 100 por ciento de mi salario. No se pudo y es una buena oportunidad para que vuelvan a circular mis libros.
— Ahora que lo menciona, usted es más conocido como “soldado Terán” que como Antonio Terán. ¿De dónde salió su apodo?
Pertenecí a una generación muy famosa, la segunda generación de la llamada “Gesta Bárbara”. La primera fue fundada por Carlos Medinaceli, y esta segunda por Gustavo Medinaceli y Julio de la Vega. Coincidió esta “membresía literaria” con mi servicio militar.
Con Gesta Bárbara organizábamos recitales en un salón que tenía la academia Man Césped. Yo participaba en los recitales leyendo mis trabajos. Como no tenía tiempo de cambiar de ropa, me iba con uniforme de soldado. De ahí surgió el apodo, que no parece apodo, parce mi nombre. Hasta mis nietos me dicen, “hola soldado”.
— Dicen de usted que es un maestro en la composición de sonetos. ¿Cuál es su secreto?
He escrito muchos sonetos. El libro “De aquel umbral sediento”, está formado por puros sonetos. Es una experiencia interesante, a uno se le ocurre la primera idea, o la primera línea, la desarrolla, busca las consonantes, que es la parte más difícil. Pero sucede que en algunas palabras la consonante está bien y otras se pelean con la palabra que antecede.
Esa no va, entonces hay que buscar otra y cuando se ha encontrado la precisa para darle la consonancia, resulta que el sentido ha cambiado totalmente. Entonces hay que pensar en otro soneto con otra idea y desechar lo escrito. Es una experiencia muy interesante.
— Con este oficio que describe, queda desechada la idea esa de la “inspiración del poeta”.
Definitivamente, el quehacer poético es un arduo ejercicio mental. Por supuesto que intervienen otros elementos.
— Y en ese ejercicio mental, ¿cómo surgen las temáticas de su trabajo poético?
Hay temas que obsesionan al poeta. No soy el único que piensa en ellos. Por ejemplo la vida y la muerte son conceptos inseparables porque uno nace con su muerte y el humano es el único ser que sabe que va a morir. Son dos abismos insondables porque quién sabe que pasa antes y después, salvo los creyentes, claro.
Luego está el tiempo, y con este —que es un tema filosófico— está el de la caducidad del ser humano. Y con éstos, otro tema que es enorme y eterno: la memoria. Eduardo Mitre ha escrito un hermoso poema, aunque bastante escéptico donde dice “la memoria no resucita, desentierra”.
Pero yo pienso que el recuerdo revive y puede ser una experiencia vital de lo que ha pasado. En mi poesía hay mucho de eso, de ahí que uno de los libros se llama “Ahora que es entonces”.
EL PERFIL
Nació en Cochabamba en 1932. Abogado, periodista y poeta. Perteneció al grupo cultural “Gesta Bárbara”. Fue director de Cultura en la municipalidad de su ciudad. Presidente de la Unión Nacional de Poetas en Cochabamba. Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” 2003.Ha publicado diversos poemarios, entre los cuales se incluyen “Puerto imposible” y “Bocamina de cánticos” (ambos de 1962), “Y negarse a morir” (1979), “Bajo el ala del sombrero” (1989), “Ahora que es entonces” (1992), “Boca abajo y murciélago” (2004).
Fuente: Lecturas