Por Gabriel Mamani
De Gabriela Wiener se ha oído mucho –más de lo que se ha leído– por este lugar llamado Bolivia. Son los tiempos que corren: podemos recitar la obra entera de una autora o estar al tanto de todos sus posts sin haber leído una sola página de sus libros. La admiración, hoy por hoy, tiene su origen en esa fábrica de egos llamada Facebook o Twitter y se foguea conlikes y retweets. Con todo, la obra de Wiener habla por sí sola y la sitúa como una cronista excepcional, que habla/escribe/opina exenta de mordazas políticas o literarias y que llama a las cosas por su nombre.
Que este libro –¿ficción, autoficción, no ficción?– llegue a las librerías bolivianas mece las piedras de un río editorial en el que, hasta hace poco, era impensable encontrar autoras de ese vecino tan cercano y al mismo tiempo tan de otro planeta: Perú. Es un fenómeno muy propio de los últimos años: ser sudamericano y tener en las manos, gracias a editoriales independientes, libros de autoras de renombre sin la bendición del Atlántico.Piglia lo dijo una vez: “no todas las legitimidades deben venir la España”.
Por muchos años –incluso hasta hoy– ser escritor sudamericano y querer que tu obra sea leída en los países vecinos implicaba un viaje de ida y vuelta hasta la península ibérica. El libro debía cruzar el Atlántico, ser legitimado por alguna editorial española y retornar a tierras americanas con el escudo de un sello importante y un precio que horrorizara al bolsillo común. Editoriales como Dum Dum nos ahorran ese viaje de mojado hasta la otra orilla y, de paso, sosiegan a nuestras billeteras.
Pero vamos a lo nuestro. Huaco retrato narra la historia de una descendiente de Charles Wiener, un explorador judío austriaco de nacionalidad francesa del siglo XIX que viaja por Sudamérica para recolectar (léase: robar) piezas de valor arqueológico y llevarlas a Europa. Wiener, el europeo, ha escrito un libro sobre el Perú, en el que también habla de Bolivia, y entre sus hallazgos “más exóticos” está un niño nativo al que lleva a Europa.
Más de un siglo después, una de sus descendientes observa en Francia una de las piezas de cerámica robadas por su tatarabuelo. “Lo más extraño de estar sola aquí, en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas se parecen a mí o fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido”, dice la narradora al empezar la obra, una lanza de fuego que marcará el tono de la historia: marrón, cuestionador, bien cantado, un inicio que serviría de ejemplo para un taller de escritura creativa.
El libro se caracteriza por una voz narradora que lo abarca todo, que lo piensa todo, que analiza y sobreanaliza todo al punto de que, en un momento dado, el lector se percata de que los diálogos de los personajes son escasos y que tal vez, en ese gesto, reside el ritmo de Wiener, no del francés, sino de la peruana: una voz devoradora que acullica historias y temas que en la literatura se han tocado desde el margen o bien desde mansiones al borde del abismo, apenas, casi con miedo, como un niño que punza el cuerpo de un muerto con una vara, un cuerpo que en realidad nunca estuvo muerto y que tiene la cara de una figurilla prehispánica.
La voz de Wiener –en Huaco retrato y en el resto de su obra– es feroz, melódica, irreverente, reconocible. Digo reconocible porque se ha construido con sus propios materiales –unos materiales siempre a la mano en estas regiones, pero ignorados por muchos escritores, sobre todo por los que creen que la literatura es algo que está en un olimpo “apolítico” del que no se puede ni debe descender– y se ha erigido como un sonido que en los oídos de un facho triste no es más que un ruido molesto. La prosa de Wiener chispea, produce fricciones entre las palabras y el lector, entre el libro y otros libros. Como mencioné, no usa demasiados diálogos, lo que es igual a decir que es una voz que se apropia de todo. Su prosa es una gran boca en la que convive aquello que por años la literatura y la sociedad han evitado llamar por su nombre.
La intersección entre racismo, migración y sexo es, creo yo, el núcleo del disturbio no solo en Huaco retrato, sino en la vida de muchos latinoamericanos. “¿Por qué querría ser la hija de la mujer traicionada si podía haber sido la hija de una pasión inevitable, de una relación clandestina, llena de atracción e imposibilidad? Eso me convertiría algún día en una bastarda orgullosa, como la que reivindica la boliviana María Galindo, me haría ser la memoria que activa el conflicto, el producto de algo remoto y violento. ¿Para qué intentar diluir la contradicción, para qué buscar la autenticidad, la paz, el mestizaje?”, se pregunta la narradora. Y con esas líneas detona algunos sitios de alta tensión de la actualidad boliviana: como el mestizaje, ese lugar común (o excusa común), idea repetida mil veces y mil veces malinterpretada, que sirve para mimetizar nuestro racismo galopante, o al menos suavizarlo de una manera absurda, como el tipo que dice “¿cómo podría ser racista si mi abuela era chola?
La mujer traicionada, la pasión inevitable, la relación clandestina, la atracción. Noes que en Huaco retrato el tema del poliamor y la sexualidad sean escoltas del racismo, el tema en apariencia protagónico. Lo sexual también tiene una connotación colonial, y Wiener lo retrata muy bien. Una mujer que solo puede encontrar deleite en un cuerpo blanco. El cuerpo blanco como el cuerpo deseado, el cuerpo ideal. Esa alegría, mal disimulada, cuando el recién nacido o la pareja del familiar es menos marrón que el promedio. (¿Les suena, amigos bolivianos?)
Charles Wiener, el explorador, produce un temblor identitario en la narradora, lo cual la hace ir hacia atrás, un magnetismo natural de todo aquel que mira su propia historia. ¿Quién era Charles Wiener? ¿Qué relación hay entre ese explorador proveedor de circos humanos en Europa y la peruana migrante en España? Más allá de las diferencias abismales entre ambas épocas, ¿qué encontramos entre la pluma del explorador austriaco-francés que muchas veces hizo de ficcionador y el tacataca de la computadora de la descendiente sudaca?
Huaco retrato es un libro que narra y cuestiona algo que a estas alturas debería ser narrado y cuestionado más. Y, al mismo tiempo, es un ejercicio de autocrítica, un mirarse con atención en un espejo desportillado. En algún lado leí que lo que no es ventana es espejo. El libro de Wiener es ambos. Y en ambas imágenes, la de los otros y la nuestra, el horror que habita en esta parte del mundo burbujea como lava caliente de un volcán que va a hacer erupción en cualquier momento.
Fuente: La Ramona