Por Isaac Kukoc
El viaje propuesto por Miguel Ángel Gálvez en su novela La Caja Mecánica (Nuevo Milenio, 2000) no es cómodo; es como estar en un tren que va directo a la locura donde te permite observar, en primera persona, la enajenación humana. Por una parte, cumple con muchos de los criterios necesarios que diferencian lo normal de lo patológico, como el pasar de las preocupaciones, la ansiedad, los síntomas obsesivos o ciertas manías a trastornos de percepción, del pensamiento, reemplazo de la voluntad y delirios. Por otra parte, muestra la delgada línea divisoria entre lo normal y anormal.
Y como en la vida real, los viajes no siempre son gratificantes, en este caso la ansiedad y la ira por la hiper racionalización del protagonista te lleva a la desesperación; a pesar de eso, seguimos leyendo, página tras página, no puedes parar el tren, el capricho no basta, la curiosidad es más fuerte.
Una vez que inicias el viaje la ruta ya está trazada y lo que empieza como una historia familiar común y corriente se transforma en algo irreconocible e ilógico, el que sigue a través de un análisis lúcido del arte, los sueños y la ciencia, pero no de una forma común, más bien con sus propias metáforas y ejemplos.
Como todo viaje, se nos plantea un aprendizaje, de lugares, de personas, de sensaciones. ¿Se puede odiar un libro al terminarlo? Sí, y no es nada malo, pues como dice M.Mendoza, es “horriblemente bello”.
Fuente: Ecdótica