07/29/2024 por Sergio León

Historia de mis libros

Por Antonio Terán Cabero

(En este texto, escrito hace algunos años pero que permanecía inédito hasta ahora, el “Soldado” asoma la cabeza, apunta, dispara y, como siempre, acierta.)

Una advertencia necesaria. No me resulta fácil esbozar siquiera una autobiografía literaria. Me considero una persona del montón cuya predilección han resultado ser las letras. Y aún así, sin mayores ni profundas incursiones en la crítica erudita, apenas con intuiciones derivadas de lecturas esporádicas y negligentes en esta materia, pero en cambio con apasionada frecuentación de las obras literarias, me puse a escribir poemas como una costumbre solitaria y semanera para oír “la otra voz” que no me permitía la opacidad de los días de trabajo, del “haber mantenimiento” que decía el arcipreste.

No he sido protagonista principal o destacado de acontecimientos extraordinarios; no he creado teoría literaria ni poética innovadora alguna; tampoco puedo jactarme de algún notorio crimen. En suma, carezco de antecedentes civiles o penales que pudieran justificar una rememoración mínimamente interesante.

La única vez que me sentí envuelto en cierta notoriedad pública fue al recibir el Premio Nacional de Poesía. Me dedicaron sus páginas los periódicos del país y sus espacios los canales de televisión. Me entrevistaron inclusive desde Chile, Argentina, Perú, Colombia.

Muy pronto me di cuenta de que todo obedecía a la competencia mediática. Yo no importaba realmente, ni yo ni mi trabajo literario. Hasta me parece que en el exterior entendieron que un soldado del ejército había sido capaz de obtener el premio. Algún reportero rezagado venció mi resistencia -pues ya me cansaba de tanta atención y tantas preguntas triviales- confesando que de esa entrevista dependía su sustento.

Por todo esto, será mejor mencionar simplemente ciertas experiencias literarias, acompañándolas de su contexto.

Dije que escribir es para mí una costumbre solitaria, por no decir solipsista. No es cierto. Ya que publico libros está más que descubierto el otro impulso. Supongo que, aun rehuyendo figuraciones vanidosas, soy también aquel que llama ante una puerta: “Poetas vivos y muertos, permítanme entrar que aquí traigo mis credenciales”. O algo por el estilo, suponiendo que el portero que guarda la llave es también poeta.

Bien, sin más preámbulos, he aquí algunos datos de filiación civil: Nací en Cochabamba, según todos los testimonios personales el 29 de febrero de 1932, pero no “bajo el estruendo de los cañones del Chaco”, como exageró el crítico Adolfo Cáceres. El Chaco estuvo muy lejos. Esa desgraciada guerra influyó después, ya en la adolescencia y la juventud, con las ideas que en ella fermentaron contra la organización feudal de la sociedad boliviana y el superestado minero.

Entre paréntesis, contra toda evidencia científica, nacer en año bisiesto no deja de fomentar en uno cierto ilusionismo ingenuo y la falacia de sentirse en una dimensión temporal diferente. Cuando tuve que ordenar mis documentos para jubilarme, descubrí que algún párroco prejuicioso o estúpido, había preferido consignarme nacido el primero de marzo. Mentiría si dijera que no me afectó, de manera inexplicable y absurda. O quizá haya una explicación psicológica, y, si es más grave, psicoanalítica, ya que es sabido que el tiempo es una duración con relojes o sin ellos y también en ese mismo tiempo, percibido existencialmente, cambia de signo, hace piruetas extrañas a su escencia en cuanto es percibido por la conciencia humana. En lo que verdaderamente nos toca, me consta que el tiempo es una eternidad en la tortura y apenas un instante en el coito, entre otras muchas percepciones. De todas maneras, yo prefiero cumplir años cada 48 meses y hasta me perdono la superstición.

Primeras lecturas

Mi padre me regaló la colección El tesoro de la juventud y sigo creyendo que ese regalo me eligió la vida. Recuerdo que prefería leer los poemas y me desinteresaba del resto. Allí estaban los románticos ingleses, alemanes, franceses y también los españoles, claro está. Por alguna razón, los poetas que no eran españoles me tocaban más de cerca y parecían sugerirme pensamientos y sentimientos que estaban más allá de las efusiones fácilmente emotivas. Mucho después supe que ese romanticismo me libró de enredarme en esa retórica sensiblera que, en Hispanoamérica, como dijo alguien, dio escuálidos frutos que destilaron generalmente jugos tristones y enfáticas proclamas cívicas. No estoy hablando por supuesto de los clásicos antiguos ni del Siglo de Oro Español que dieron poetas y poemas que han trascendido los siglos. Garcilaso, Góngora y Quevedo siguen señoreando.

Ahora sé que el romanticismo que yo prefería me sedujo porque hablaba de la irracionalidad del mundo, de los plenos poderes que confieren el sueño y el amor, y, sobre todo de la nostalgia de una unidad perdida, visiones que, a la larga, han persistido en las preocupaciones poéticas del modernismo y aún del surrealismo y otras vanguardias, hasta nuestros días.

El grillo

El primer grupo poético al que pertenecí se llamaba “El grillo”, en homenaje a Conrado Nale Roxlo que escribió un notable soneto: “Música porque sí, música vana/ como la vana música del grillo/ mi corazón eglógico y sencillo/ se ha despertado grillo esta mañana”, etc. Una incongruencia de la que no nos dábamos cuenta. En lo personal, sobrellevábamos una pobreza hogareña, un desconcierto emocional e intelectual, aspiraciones siderales y una búsqueda angustiosa de sentido para nuestras vidas. Al cabo de los años pienso que nos habíamos bautizado con un nombre ajeno, pero, por lo menos yo, no lo cambiaría por ningún otro.

Éramos y no éramos “El grillo” porque, al mismo tiempo, nos habían capturado las “residencias” de Neruda y ese lenguaje torrencial y caótico que no sabíamos qué quería decir pero que resonaba como una verdad absoluta. Y para colmo, también los 20 poemas y la canción desesperada que se correspondía con nuestras hormonas.

Gesta Bárbara

Ni sé en qué momento y nos qué motivos me vi aceptado en “Gesta Bárbara” que ya era una institución seguidora, continuadora o complementaria de la primera “Gesta Bárbara” que fundaran Carlos Medinaceli y Gamaliel Churata. Solo para que el olvido no lo olvide, permítanme recordar lo que para la cultura del país significaron esas dos Gestas. La primera fue un movimiento generacional y renovador del pensamiento en Bolivia. Su estética fue la del modernismo, pero sus preocupaciones intelectuales estuvieron más allá de lo artístico. Esta Gesta era un pensamiento militante y combativo. Medinaceli fue un erudito fuera de serie, como suele decirse, e hizo las preguntas más incisivas sobre nuestra identidad nacional. Murió alcohólico e incomprendido porque era un ser excepcional y superior al espíritu municipal y espeso de la mayoría boliviana. No han valido de nada los esfuerzos de Mariano Baptista y otros cuantos intelectuales para rescatar su memoria. Actualmente es como si no hubiera existido, ni pensado ni escrito obras profundas y vigentes (1). Medinaceli dijo de su generación que había nacido de un ideal y que encalló en un empleo. Frase lapidaria que bien puede aplicarse a las generaciones posteriores. Pero también reclamó para la suya el nombre de NEPTALÍ que, en hebreo, significa: “Yo he combatido mis combates”. No sé si las generaciones posteriores se merecen ese título simbólico.

Disculpen si este relato va y viene en el tiempo. No solo ignoro la cronología de hechos y situaciones, sino que valoro las cosas con criterios recientemente adquiridos. Cuando sucedían yo no sospechaba su significado verdadero, lo adivinaba quizá vagamente. Pero ahora sé que adivinaba bien.

Soldado Terán

En 1951 tuve que hacer el servicio militar. Recuerdo que había decidido eludir esa obligación por repugnancia a ciertos militarismos. Me presenté al reclutamiento porque mi enamorada se fue al cine con otro chico. Había que hacerla sufrir. Al final el único que sufrió fui yo. Ella se sintió abandonada por un tipo que, a su amor, prefería los deberes militares. Si es para llorar de risa, pero uno es así.

Gesta Bárbara hacía recitales poéticos los domingos. En cuanto me fue permitido salir del cuartel iba yo a leer mis poemas, con uniforme de soldado. El mote de “soldado” con que me tratan hasta mis nietos nació allí y se ha quedado.

Puerto Imposible

En el cuartel escribí poemas que nada tenían que ver con lo que estaba viviendo. Al tiempo de escribir mi cabeza había traspasado los muros militares pero no estaba imaginando actualidades. Creo más bien que esos poemas hablan de vivencias y experiencias anteriores y que no tuvieron oportunidad de expresarse. Como si uno viviera quizá, en varios tiempos simultáneamente, me parece, ahora que los releo con cierto sentido crítico y me traslado al día en que fueron escritos. Recuerdo que entonces leía a César Vallejo, por supuesto sin comprenderlo sino a través de algunas frases enfáticas. Hay un epígrafe en el libro: “En suma no poseo para expresar mi vida sino mi muerte”. Los poemas del libro apenas rozan tan enorme concepto que recién entiendo, si es que lo entendí ahora que soy viejo.

Vallejo me distanció de Neruda porque encarnaba el dolor humano en términos de una metafísica que no estaba más allá sino más acá de nuestros cuerpos. “Mi padre en su sillón/ figura un apacible corazón/ si hay algo en él de lejos/ seré yo”. ¡Qué mazazo a nuestro orgullo adolescente! Y aquel café, aceite funéreo, y esa cuchara que duele en todo el paladar. Vallejo me devolvió a mi casa y al heroísmo de mis padres.

La segunda Gesta Bárbara derivó, con los días, en la Unión de Poetas y Escritores, con filiales en todo el país. Esta Unión obtuvo del alcalde de turno un fondo de publicaciones que iría renovándose con la venta de los libros publicados. Así nació Pausa del habitante de Daniel Bustos y, a su turno, Puerto imposible, este último doce, trece o catorce años después de haber sido escrito. Hasta que apareció un poeta, amigo del alcalde, y se hizo publicar su libro, sin devolver el dinero. El proyecto murió allí.

Igor Quiroga ha encontrado en él una espontaneidad lírica, una escritura auténtica por impremeditada, un puro fluir de la sinceridad. Como se trata de elogios, yo me lo creo, pero tampoco reniego de la trabajosa artesanía que me costó cada poema. Para la anécdota, mi librito, me han dicho, es muy solicitado durante las fechas cercanas al Día del Mar, y devuelto inmediatamente a su estante al constatarse el error inducido por el título.

Y negarse a morir

Fue publicado por la Imprenta Universitaria que estaba a cargo de mi amigo Alfredo Medrano, “con quien tanto quise”, parafraseando a Miguel Hernandez. Supongo que en él hay una mayor economía de lenguaje, menos énfasis, el yo auto-biográfico se ha escondido, aunque no desaparecido del todo, en beneficio de una alteridad, el yo poético. Qué sé yo. Doy fe de mi propósito, pero no del resultado.

Bajo el ala del sombrero

También publicado por la Imprenta Universitaria porque ahí estaba Tabo Giacoman y, un poquito más arriba, Camilo Crespo Callaú. Generosa ayuda a un poeta editorialmente indigente y merecedor, según su punto de vista, de ser publicado. El libro está seriamente penetrado por angustias existenciales y por el ambiente opresivo de una dictadura militar. Lleva además, las cicatrices de una prisión política de largos meses por haber firmado un documento natifacista en defensa de la cultura. Este libro y el anterior ardieron -según me han dicho- en la gran hoguera que atizaron los paramilitares del general Banzer. Se salvaron unos cuantos ejemplares que deben estar recluidos en bibliotecas particulares.

Ahora que es entonces

El libro más trabajdo: fondo y forma. Sus materiales verbales (por lo menos en gran parte del texto) son vallunos y quechuas. También sus temas. Es lo más cerca que he estado en la búsqueda de una identidad colectiva, de una sensibilidad terrígena nutrida por la cultura cosmopolita. Pero es también testimonio de la erosión del tiempo y de las cosas perdidas. Termina en comprobación desolada aunque no angustiosamente metafísica. ¿O viceversa?

De aquel umbral sediento

Libro de sonetos. Quise rescatar una forma clásica, calumniada como “camisa de fuerza” de la poesía y me propuse un lenguaje de nuestro tiempo enmarcado en un canon no solo desahuciado sino despreciado como enemigo de la poesía. Para mí resultó un ejercicio apasionante. Mi yo menudo y pretencioso, mi egolátrico ombligo, desapareció del todo. El pronombre yo era el yo poético del soneto. El primer verso afirmaba o insinuaba una imagen-idea venida de cualquier parte –“y si después de todo las palabras”, (Vallejo)-. El segundo verso debía continuar a Vallejo o contradecirlo. El tercer verso debía desarrollar el enunciado ya escrito, urdiendo la rima obligatoria. El cuarto, podía proclamarse acólito o enemigo, sin descuidar la rima asimismo obligatoria. De pronto, una rima desentona eufónicamente con las palabras que anteceden, se la sustituye con otra que cambia total o parcialmente el sentido de lo dicho y así a cada paso. Una vez terminado el soneto dice más y mejor que lo prometido, las palabras han hecho lo suyo. Quzás también el poeta tuvo mucho que ver, aun sin saberlo. Y así resulta que el primer lector es el autor. Y el poeta acaba reconociéndose en el poema, porque no solo no lo ha traicionado, sino que le ha revelado zonas que él no sospechaba tener.

Aquí otro dato para la anécdota. El libro fue premiado en el Festival Internacional de Cultura que auspician, periódicamente, las instituciones públicas y privadas de Sucre. En ceremonia solemne fui condecorado por el Alcalde con cargo a la entrega posterior de los premios establecidos en la convocatoria. De aquel umbral sediento no fue publicado jamás por la municipalidad cuyo titular había cambiado por otro político de turno. Es más, cuando reclamé, por lo menos, los mil dólares comprometidos, recibí esta descarada y escueta respuesta: “Ya fueron cobrados por el escritor premiado”. Aunque iracundo y asqueado, me desinteresé del asunto, pero, de todas maneras, me gustaría saber quién se llevó mi dinero.

Boca abajo y murciélago

Está visto que uno no escarmienta. Volví a concursar para el Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”, esta vez con suerte. El dinero me fue cumplidamente entregado, más 130 ejemplares de la preciosa edición de Plural (de los mil establecidos en la convocatoria). Mis ejemplares ya se han esfumado e ignoro si la editorial pudo vender o distribuir los ejemplares restantes. Sostienen las malas lenguas que, en estos casos, las firmas editoras que co-auspician el certamen  no imprimen el total prometido sino en la medida en que se venden los libros. Vaya uno a saber.

A estas alturas, puesto a confesar el sentido o sinsentido de mi escritura, solo repetiré que no soy el único que empezó a escribir con determinada y personal idea de la poesía y del lenguaje. Esa idea cambió en el curso de la vida, de las lecturas y de los acontecimientos familiares y sociales. Los cambios se multiplicaron y aunque no he podido llegar a una síntesis, creo que las ideas e intuiciones del comienzo nunca me abandonaron y ahora mismo perviven en mis poemas así fuera con otros matices lingüísticos. Sigo preguntándome acerca de los problemas esenciales: la vida y la muerte, esos dos abismos; las paradojas del tiempo, acaso la más ardua de las interrogaciones; la memoria; la caducidad de los cuerpos; el amor; la escritura y con ella la validez de las palabras; la trascendencia, temas así.

Obra poética

Debo mencionar a Pedro Camacho y Ramón Rocha Monroy, generoso y excepcional editor el primero, y, amigo invaluable, prolífico escritor, el segundo, a quienes se debe esta compilación de mis búsquedas poéticas. Desoyendo a los críticos que aconsejan una rigurosa selección antológica he consentido en que se publiquen mis poemas desde su primera aparición en forma de libro, no porque esté orgulloso de todos ellos sino, quizá, por un irresponsable sentimentalismo que no quiere renegar de las personas que uno ha sido, y es posible que también porque la poesía, hoy, está huérfana de respeto en nuestro tiempo de politiquería y mesocracia social rampantes. Puede haber pasado, asimismo, en mi ánimo el hecho de que aquellos libros impresos por la Editorial Universitaria no alcanzaron a circular públicamente porque, salvo contados ejemplares, ardieron en las piras que encendió el fanatismo político durante las intervenciones militares.

Obra poética incluye un libro que estaba inédito con el título de Costal de limosnero, poemas nuevos y otros espigados y hasta reconstruídos aquí y allá con una aparente dispersión pero con las obsesiones de siempre. Dispersión aparente porque apenas impreso el texto articula sus fragmentos, hace que dialoguen, amigable o rencorosamente, en suma, modela su propia estructura poética y su estructura interna.

Cajón de sastre

Otro hecho anecdótico. Creía haber sido abandonado por la poesía (por las musas, dice Edgar Ávila Echazú), y me dediqué a revisar y pulir un libro de relatos todavía en agraz y un puñado de reseñas bio-bibliográficas, cuando, obligado por la lectura ineludible de ejercicios literarios con ocasión de las gratas y estimulantes visitas semanales de Gonzalo Lema Vargas, volví a pergueñar versos y a recuperar poemas que dormían en carpetas casi olvidadas.

Una presentación provisional del libro sería esta: “Metes la mano y vas sacando, en desorden, hilos de todos los colores, agujas, cierres, corchetes, la  tijera, botones, cintas de medir, escuadra, dedal, alfileres, en fin, cosas menudas y desusadas que, sin embargo, ayudarían, cómo no, a fabricar un traje. Falta la tela que es el cuerpo sólido y la forma definitiva. Pero en el fondo de la caja hay pedacitos que han quedado de vestidos anteriores, inclusive sedas y delgados tegumentos. Con todo eso puede inventarse, no sin cierto abuso, una suerte de saco de aparapita, aunque notoriamente sin el profundo drama ni el dolor del verdadero.

Cajón de sastre es entonces este libro que, como sucedió con Costal de limosnero, no sólo ha hurtado su título sino que, pretendiéndose poético, está hecho de palabras “apenas pronunciadas se disipan” (2)

A fugitivas sombras doy abrazos, es un libro cuyos poemas sospecho influidos por lecturas recientes. Cuando todavía pude leer y escribir, estuve picoteando en terrenos filosóficos, muchos de ellos ajenos al lenguaje poético.

Tan cerca tan lejos y Variaciones en camisa de fuerza, libros publicados por nuestra editorial Trilce (3). Publicaciones virtuales que solo Eduardo Kunstek sabría encontrar en internet. La editorial murió con él. El segundo libro es un retorno al soneto.

Todos escritos antes de mi vejez infame o durante la horrible pandemia. En suma, he de irme de aquí sin haber conocido el hilo de la rueca, la punta inasible del ovillo, ni pócima que auyente la idea del fracaso.

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(1) Nota del editor: No sin optimismo, asistimos a un cambio en cuanto a la valoración de la figura y obra de Medinaceli, merced de recientes estudios, recopilaciones y reediciones de sus libros.

(2) El texto termina ahí, pero, como desde entonces Antonio ha escrito, al menos tres libros más, a saber: A fugitivas sombras doy abrazos (Editorial Trilce, 2018); Variaciones en camisa de fuerza y Tan cerca tan lejos (estos dos últimos, al parecer destinados a ser publicados en edición digital por la misma editorial en 2019), al momento de elaborar la presente edición de El Duende, le consulté la posibilidad de completar o actualizar esa meditada relación de su producción poética. Me respondió -en misiva manustrita- los tres breves párrafos que siguen: “A fugitivas sombras doy abrazos, es un libro cuyos poemas sospecho influídos por… etc.”

(3)Recordemos que Editorial Trilce fue un proyecto impulsado por Antonio Terán Cabero y Eduardo Kunstek Montaño (1952 – 2022) que, además del mencionado libro de Antonio, en su colección Cuadernos de poesía, llegó a publicar, en edición digital, Antología súbita. Quince poetas de Bolivia, que puede consultarse en:https://www.behance.net/doneduk0a14

Fuente: elduendeoruro.com/