Hilda Mundy, una memoria de guerra
Por: Ninón Michel Rivera
No muchas personas conocen a Laura Villanueva, pese a que su trajinar por las tierras orureñas y paceñas bien se hizo sentir en los años 30, justo durante la Guerra del Chaco. Escribió algunos artículos de opinión y textos literarios en periódicos de la época y en revistas marcadamente feministas (las primeras en Bolivia).
En una sociedad henchida de patriotismo ella desafió la solemnidad de la contienda y bebió los pasajes de esta guerra “como un helado cualquiera”. Miró la imagen de los valientes soldados como la de tristes hombres, intensamente pálidos, “sosteniendo apenas el peso del paño cuartelero”. Su crítica mordaz a la guerra le costó su permanencia en Oruro, su tierra natal, y se trasladó a La Paz como una exiliada.
En 1936 publicó su primera obra literaria firmada como Hilda Mundy, uno de sus tantos pseudónimos con el que finalmente se hizo conocer. Apenas un año después de terminada la guerra, Pirotecnia aparece como un poemario, digamos, descontextualizado. Cuando el Chaco era un evento sobrecogedor compartido por miles de compatriotas -tanto que se hizo de este tópico un género literario- Mundy escribió un libro en el que convirtió la pirotecnia de los ataques bélicos en fuegos artificiales. Escribió poemas con efectos sonoros y visuales incluidos en un texto que remotamente piensa en la guerra. Pirotecnia es un espectáculo de luces parpadeantes que dejan ver un algo fragmentado, un algo confuso.
Cuando su producción parecía haberse reducido a publicaciones esporádicas y un libro, más de medio siglo después de terminada la contienda chaqueña (en 1984) se publicó Cosas de fondo, impresiones de la Guerra del Chaco, un libro o, mejor dicho, una memoria de guerra.
Entre el gran bagaje literario e histórico y un sinnúmero de diarios de campaña y memorias que nos ha dejado este acontecimiento bélico, Mundy se aparece con una escritura hecha de impresiones y percepciones. Movida por una suerte de azar, de impulsos sacados desde lo profundo de sí misma, pero con la conciencia plena de que “toda la guerra no se encuadra en la estrechez de veinte páginas”, como reflexiona en Cosas de fondo…. Sin embargo, este libro póstumo guarda riquezas que bien podrían contribuir a entender la Guerra del Chaco desde una noción poco entendida, o poco estudiada: ¿cómo se vivía la guerra en la ciudad?
Su memoria está dividida en 23 capítulos cortos aparentemente escritos en una sola noche: “Noche quinta de la cimentación de la paz, o sea 17 de Junio de 1935”. Cinco días después de firmado el tratado de paz, Mundy hace un recorrido de la guerra a través de su memoria, una memoria de la que muchos detalles se han fugado, cuyo “espíritu enfermo de neurastenia y recuerdos, revive la guerra pasada como un sueño de pesadilla”.
Más de una vez la narradora se disculpa por sus faltas de coordinación, en principio, ante la premonición de la guerra porque lee en los atardeceres de cielo rojo un “atavismo supersticioso” del “destino fatídico de lo que iba a suceder”. Ante la toma paraguaya de la laguna Chuquisaca la guerra se hace palpable y, a partir de ahí, contempla a la muchedumbre concentrada en una plaza despidiendo a los soldados temblorosos -“Ex hombres extrayendo de la debilidad misma un poco de fuerza para el ADIÓS”- que son hijos, esposos, padres, amigos, hermanos.
En su memoria se conserva la memoria de otros: el nombre de un amigo que se niega a ser olvidado, las palabras de despedida de un desconocido, las líneas temblorosas de un carpintero que le escribe: “Señorita: quedo agradecido que conserve este recuerdo de este su condiscípulo”. ¿Qué mira la narradora? Contempla trenes militares “repletos de soldados ebrios de entusiasmo” y “carros de ambulancia cargados de enfermos, heridos, de locos que llegaban a los hospitales de sangre”. ¿Qué queda de la guerra? “…locos, sordomudos, cojos y mancos”.
Una generación mutilada que todavía toca nuestras fibras más entrañables. Una generación que todavía forma parte de nuestra vida.
Fuente: Página Siete