Por Rocio Estremadoiro
A veces, una efímera ilusión muy humana nos hace creer que los seres queridos y admirados son eternos, que siempre estarán ahí para enseñarnos. Por ello, muchas veces se nos pasa por alto el agradecerles su legado, el mirarlos a los ojos para decir cuánto apreciamos y valoramos su paso por este mundo.
Siento que ya son muchas las personas queridas y admiradas que fallecieron abruptamente sin que tuviera oportunidad de agradecerles lo que aprendí de ellas. Personas que me abrieron caminos, ventanas, laberintos, vertientes, universos. A veces los artífices de la curiosidad, el descubrimiento y la magia fueron profesores/as de escuela, otras tantas se trató de profesores/as de universidades, la mayoría fueron profesores/as de las aulas de la vida.
Uno de los mejores profesores/as que tuve fue el maestro y poeta Juan Araos Úzqueda y aunque la sentencia de un sabio me advierte que los homenajes hay que hacerlos en vida, no me queda más que publicar estas humildes palabras de agradecimiento, tal vez ilusamente esperando que lleguen como energía al espacio sideral, allí donde no existe el tiempo ni el espacio y sólo funge el misterio.
Un buen profesor/a es aquel ser que te entrega con tal apasionamiento su conocimiento, que terminas enamorado/a de la materia. Imagínense ello en una materia tan compleja y abstracta como Epistemología. Y qué lindo era escuchar al profesor Araos sobre las dudas existenciales del empirista Hume, sobre la desolación estructuralista de Wittgenstein o Althusser, sobre la melancólica incredulidad de los hermenéuticos. Y mientras discurríamos por los intrincados senderos de la filosofía de la ciencia, de pronto llegaba la poesía, porque es verdad que todo buen filósofo es primero un poeta ante el infinito asombro de la vida. Por supuesto, estaba intrínseca la invitación a contemplar, porque de vez en cuando endulzaba la clase el canto de un ave o coloreaban las nubes en la ventana, lo que no pasaba desapercibido para el profesor filósofo y poeta.
A partir de esa materia, ya nunca más pude parar de deglutir filosofía y epistemología mientras pude y, fue tanta mi afición, que muchos años después también me convertí en profesora de Epistemología. El hecho de que fuera mi primer trabajo en una universidad lo hizo doblemente significativo y aunque siempre recibí valoraciones halagadoras de mis estudiantes, sólo anhelo haber llegado a las rodillas del profesor Araos para estar satisfecha.
Otra faceta dulce del profesor Araos era su origen chileno-boliviano, no olvidemos que los latinoamericanos de variados orígenes nacionales son un maravilloso símbolo de una hermandad tangible que nunca debió ser quebrantada por mezquindades militares. Nacido en Antofagasta, de padre chileno y madre boliviana, él mismo describió su origen donde no existen las fronteras, sino las vivencias y los amores:
“Siempre nos han sucedido cosas de aquí y de allá. Nombres y lugares como Juan López, El Trocadero, La Portada, Coloso, Las Almejas, La Poza Grande, La Chimba, Hornitos, La Costanera, El Paseo del Mar, nos son familiares y queridos como La Cancha, Muyurina, San Pedro, Río Rocha, Laguna Alalay, El Tunari, Corani, Inkachaka, La Angostura. Entre los frutos del mar y las frutas del valle nos pasa lo que a esos niños de Platón, que cuando les preguntan cuál de un par de cosas visibles prefieren responden ‘las dos’. Mi mamá era boliviana y chilena también: nos decía que la sal del Salar de Uyuni se renueva como las mareas, que el Salar es algo interminable y bello como el mar a nuestros pies; que las luces nocturnas encendidas de la ciudad vista desde lo alto de las ruinas de Huanchaca parecen las que ella veía de niña bajando, de noche, a La Paz; los seis de agosto y los dieciocho de septiembre nos regalaba una torta de hojas dulces de manjar hecha por ella”. (Juan Araos Úzqueda. “Del mar de amar”, 2015).
Qué hermoso cavilar que ese texto lo escribió un 23 de marzo y que fue un respiro de aire cristalino entre los habituales violentos humos y estruendos chovinistas y guerristas. ¡Qué pena que justamente los eruditos poetas y soñadores no sean los que gobiernan al mundo!
Hasta siempre, maestro Juan Araos Úzqueda.
Fuente: Los Tiempos