Hasta el año, Carnaval
Por: Pedro Shimose
Cuenta Plutarco (De los oráculos, 17) que un día se oyó, en la isla griega de Paxos, una voz misteriosa que decía que el Gran Pan había muerto. Cuando se divulgó la noticia, se levantó un gran lamento que recorrió la tierra y entristeció a pastores y campesinos. El prodigio fue interpretado como el anuncio de que el mundo pagano agonizaba. Tal cosa ocurrió en tiempos del emperador romano Tiberio (42 a.C.–37 d.C.), bajo cuyo reinado fue juzgado y crucificado Jesucristo.
Pan, en la mitología griega, era un dios originario de Arcadia, representado con cuernos, barba de chivo, nariz ganchuda y patas de macho cabrío. Era el dios de los pastores, protector de los rebaños. Con el tiempo llegó a ser considerado un dios telúrico. Simbolizaba el poderío de la naturaleza, emblema de la fecundidad, la potencia viril y, por lo tanto, la energía ciega y obscena de la procreación animal. Su presencia invisible en los bosques y montañas iba acompañada del son melodioso y arrebatador de la flauta o la siringa, instrumento musical muy parecido a la zampoña andina.
Este dios asustaba a las ninfas del bosque, paralizándolas de terror (de ahí viene la palabra ‘pánico’) hasta poseerlas carnalmente. Pan es el dios de los poetas bucólicos, de la música y la danza. Es el símil del dios romano Luperco, inspirador de las fiestas llamadas lupercales, cuya celebración coincidía con las fechas de nuestro calendario cristiano, entre febrero y marzo. Las fiestas lupercales, tanto como las bacanales (en honor del dios romano Baco, equivalente al Dionysos griego), fueron condenadas por el cristianismo hace 1.500 años.
Diccionarios y enciclopedias al uso aceptan la etimología de la palabra ‘carnaval’ como derivada del latín ‘carnelevare’, que quiere decir ‘quitar la carne’, o sea, abstenerse de comer carne y, en sentido estricto, abstenerse de tener relaciones carnales durante la Cuaresma. La Iglesia asimiló y cristianizó las fiestas paganas de invierno, llegando a admitir ciertas licencias como el uso de máscaras y disfraces, cuya finalidad era disipar la tentación de pecado y confundir a los espíritus malignos.
Hay otra interpretación etimológica sostenida por Ortega y Gasset, extraída seguramente de la lectura de la tragedia Las bacantes, de Eurípides. Alude a la ceremonia inicial de las bacanales: un ciudadano disfrazado de Dionysos o Baco entraba en Atenas a bordo de una nave colocada sobre ruedas –una carroza–, de donde vendría ‘carro naval’ o carnaval. Esto explicaría los fundamentos de la entrada de Carnaval con el corso (palabra que tiene que ver con los navíos corsarios) y el desfile de comparsas de bellas muchachas y jóvenes vigorosos que constituyen, a fin de cuentas, un canto a la belleza física, la alegría de vivir, la salud y la fertilidad.
La Iglesia católica, en su inmensa sabiduría, asimiló estas creencias enraizadas en la humanidad y amoldó las costumbres paganas al espíritu de una civilización nueva, de tal modo que el Carnaval que conocemos y vivimos está incorporado a una moral que no niega ni rechaza su naturaleza humana, sino que la trasciende. Hubo príncipes cristianos que intentaron prohibir los carnavales, pero fracasaron en el intento.
El Miércoles de Ceniza empieza la Cuaresma, aunque el Carnaval prosiga, según es costumbre, hasta el domingo siguiente, día en que se despide con el entierro de la sardina. En la ceremonia, un coro de plañideras enlutadas gemirá y derramará lágrimas como despedida al Carnaval, que se va al son de coplas como ésta: “¡Ah, mamay! ¡Ah, tatay! / Hasta el año, Carnaval. / El anillo que me diste / fue de vidrio y se rompió. / El amor que me tuviste / fue muy poco y se acabó.”
Alcides Parejas Moreno y Aquiles Gómez Coca escribieron dos estudios extraordinarios sobre el Carnaval en Santa Cruz. Los carnavaleros deberían no sólo leerlos, sino también estudiarlos. // Madrid, 08/02/2008.
Fuente: El Deber. 08.02.08