Por Christian Jiménez
C. Wrigth Mills definió la imaginación sociológica como una formulación y defensa del análisis sociológico clásico que da “orientación cultural a nuestros estudios humanos”. Si bien esta definición cabe para pensar el hacer de las ciencias sociales, habría que pensar una “imaginación literaria” para convertir lo general en particular y así, construir un sentido alrededor de los estudios creativos que desde la crítica se despliegan alrededor de artefactos culturales.
En ese sentido, este último -por el momento- libro de Luis H. Antezana (Oruro, Bolivia. 1943) es una muestra de lo que la imaginación literaria hace cuando el ejercicio constante de reflexión se vuelve una pasión sin dejar de ser un deseo.
Como todo deseo queda siempre en suspenso porque un deseo cumplido ya no es un deseo. Pero, hay más: dentro del título se esconde un guiño de carácter casi epistemológico. Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz. (Ed. Plural. 2021) es la faceta que redondea una constante visita sobre la obra de Saenz por parte de Antezana, pero marca un Hacer y un cuidar. El escritor Hace la obra y el crítico, la Cuida al leerla a contrapelo de la historia y al enmarcarla como objeto de reflexión dentro de una serie de otros objetos culturales, siempre en disputa.
El cuidado y armado de la edición estuvo a cargo de Alfredo Ballerstaedt, a quien le debemos que los textos se lean tal y como fueron pensados en su forma progresiva de abordar un tema (la obra de Saenz) desde diversos flancos y bajo distintas premisas. La lectura del libro otorga una muestra más que representativa a la par del pensamiento que desde la crítica elabora Luis H. Antezana y en ese sentido, el libro es tanto sobre Saenz como sobre Antezana.
Se podría decir que están Antezana en escena y Saenz en discusión y por ello leer el libro ayuda a entender distintos momentos de la crítica literaria en Bolivia. En el modo en que Antezana aborda los textos hay esa imaginación literaria que se despega de los sentidos comunes y organiza el significado uniendo razonamientos que no siempre son visitados por la crítica literaria tradicional.
En ese sentido, vemos cómo lee Antezana y cómo escribe alrededor de lo leído. Bajo esa luz se construyen interpretaciones que jamás están dadas por terminadas y se incluyen nuevos ensayos para ejercitar la comparación del objeto de estudio y análisis (Saenz) con otros (poetas y novelistas) como Eduardo Mitre, Oscar Cerruto, Jesús Urzagasti, Pedro Shimose.
Por ello, de refilón también hay un mapa sobre los que hacen una obra que merece ser leída y cuidada por lectores atentos que establecen pactos afectivos y reflexivos tanto con los autores como con sus obras.
Entonces surge la discusión del lugar que a Jaime Saenz le corresponde al interior del campo literario boliviano. Hace ya varias décadas desde la revista Contorno y Punto de vista, Beatriz Sarlo junto a otros escritores y críticos literarios, escribieron y reflexionaron sobre y alrededor de las novelas de Juan José Saer, el fin era único: dar a Saer un espesor crítico que hasta esos años la prensa no le estaba otorgando, pero de ese modo, perfilaban la figura literaria de Saer dentro del “canon de la literatura argentina”, haciendo de él el escritor más importante del siglo XX tras Borges.
El movimiento resultó auspicioso porque a la larga Saer demostró que era un escritor de primer nivel y Sarlo se convirtió en una de las que más cuidó de la obra de Saer, hasta y después de la publicación del libro, ya definitivo, Zona Saer.
Del mismo modo, Antezana, desde la revista Hipótesis cuida de la obra de Saenz y nos hace partícipes de ella, al entregarnos un adelanto de, por ejemplo, la novela en curso de publicación, Felipe Delgado.
Este ejercicio de dar a conocer, es también parte del carácter que define la imaginación literaria, porque es incluyente a la par que motiva reflexiones futuras de otros críticos.
Imagina, Antezana el lugar que ocupa Saenz en la poesía y en la novela escritas en Bolivia; las piensa en su relación con otras estéticas y dentro del ámbito de las ciudades y relaciona Saenz con otras poéticas que giran en torno a lo oral, histórico, simbólico, mítico, místico, alcohólico e intimista. No se encarga de hechizar o descifrar mitos. Prefiere más bien pensar la obra. Sabe que el término es importante para el escritor que le ocupa (horas, años, décadas) y en ese sentido prefiere entregarse a Saenz con las propias armas que Saenz le entrega.
Así, Saenz hace una obra para que nosotros, por medio de Antezana, la cuidemos; pero también, para que podamos ver y escuchar el rumor que despliega “eso que dijo” Saenz y que es tan importante para nuestra tradición literaria.
Finalmente, el libro puede ser leído como una carta de amistad inquebrantable hacia tres de los compañeros de ruta reflexiva del mismo Antezana. Por un lado, el propio Jaime Saenz, luego Blanca Wiethuchter y últimamente, Rubén Vargas. Los tres tienen que ver con el Antezana crítico que conocemos públicamente, pero también con el Luis H. Antezana amigo y cómplice que sólo unos tienen el privilegio de escuchar y acompañar.