06/28/2018 por Marcelo Paz Soldan
Hace diez años, en algún cuerpo

Hace diez años, en algún cuerpo


Hace diez años, en algún cuerpo
Por: Alba Balderrama

Hace diez años, Rodrigo Hasbún hacía el corte. Un trazo sin desesperación. Quirúrgico, con estilete, diría Silvina Friera en una entrevista que le hizo al escritor boliviano en Página 12. Un corte en el cuerpo de una mujer, al interior de una mujer. Un corte que, diez años después, no cierra; no se vuelve cicatriz, permanece herida. Hablamos del tajo literario que hizo Rodrigo Hasbún en su primera novela, El lugar del cuerpo (Alfaguara), hablamos de literatura y en la literatura no hay hilos de sutura, no hay cauterización posible, una vez abierta la herida la sangre no dejará de manar.
Diez años después, el personaje principal de El lugar del cuerpo, Elena, habla aún desde la herida abierta durante las noches, en su casa, cuando era niña, por “el hermano mayor que entra al cuarto y tapa la boca y baja el calzón”. Convertido en su mayor secreto, Elena no habla nunca del daño, de la violación y huye a otro país, a Europa, donde intenta, entre otras cosas, encontrar un lugar que la ayude a reconciliarse con ella, con su cuerpo. La novela narra, desde la voz íntima y personal de la protagonista, su guerra por sostener y mantener en silencio sus demonios, su búsqueda por encontrar el placer en ese cuerpo que es la herida y la bancarrota emocional que supone toda su vida al no poder hacer las paces con el mundo, ni con ella misma. Narra el silencio sostenido por décadas, hasta que, convertida en escritora, lo cuenta en una novela o en varias novelas.
El lugar del cuerpo se impregna con su lenguaje fracturado, como en elipsis de tiempo, de secretos y eventos velados, que la escritora –Elena- y el escritor –Hasbún- quieren que veamos ocultando los que no. Como un ejercicio de memoria. Recordaremos esta primera novela de Hasbún con esa imagen, con ese momento en que la vida de Elena se rompe, se parte irremediablemente. Cada vez que, como lectores de sus novelas o cuentos, intentemos volver a esta novela será por ese acto, esa noche, ese secreto vuelto silencio, vuelto grieta. Hasbún nos deja esa señal, como lo hace en sus otros cuentos y novelas, para poder rastrear el momento en que la avería se instala. Él lo explicaba ya en una entrevista: “Me interesan esas señales y me conmueve lo difíciles que son de ver o lo poco que sabemos leerlas. Hay algo un poco terrible en esa incapacidad de descifrar lo que retrospectivamente parecerá tan obvio.”
Retrospectivamente, cuando hace diez años escribía sobre El lugar del cuerpo y decía que la violación que marca la vida de Elena era el comienzo de un viaje por el cuerpo de la protagonista, la abertura por donde “penetramos a un amplio espacio enfermo. Como lo hiciera Luis Buñuel en su película Un perro Andaluz, cuando una navaja en primer plano atraviesa el ojo y corta el cristalino, Rodrigo nos corta y rasga el propio ojo, nos vacía el cristalino para que leamos con otros ojos la novela, ya no con ojos inocentes y muertos, sino con unos vivos y bien abiertos para así acercarnos a Elena y al autor, sin mentiras, sin preconceptos, sin romanticismo”; hoy, a la luz de su relectura, esa violación es posible que fuera, en realidad, esa señal que un conmovido autor nos dejaba para el futuro. Para que después de estos años que han pasado desde su publicación sepamos leer exactamente el lugar donde algo se rompió y escuchemos el sonido mudo y certero con que ese algo se resquebrajaba. Una señal como la punta de un hilo que dejaba suelto Hasbún para jalar y hacer memoria. Cada vez que nos acordemos del silencio que sostuvo Elena por años y que marcó su huida, volveremos a la novela, a su lenguaje y a su cuerpo.
El cuerpo de Elena es un cuerpo cansado, envejecido y enfermo de cáncer. El cuerpo de una mujer sola que espera la muerte y que no logra reconciliarse con la vida. El cuerpo es el lugar. “El lugar donde realmente comenzó todo, el lugar donde supo más sobre sí misma y sobre los demás que nunca antes y nunca después.” El cuerpo como el territorio donde el dolor se materializó y abrió espacio. Emprender la huida desenfrenada hacia otros cuerpos y sexos, hacia otros países, lejos de lo que la dañó terminaría por defraudarla porque Elena llevaba el lugar del dolor a cuestas, habitaría siempre ese único lugar y desde ese lugar escribiría. Quizá por eso su enojo también con la escritura y los escritores de su lugar de origen, con la escritura que no salva y desencanta: “hay escritores que todavía creen que sus libros sirven para algo. Hay escritores todavía comprometidos con su sociedad, como si ellos fueran mejores hombres que todos los demás y pudieran cambiar algo”.
Elena es una migrante, escapa de su cuerpo -del lugar- a otro país desde donde mira las causas de su dolor, mira a su familia, a sus amigas, a sus novios y se hace preguntas que solo encontrarán forma, más nunca respuesta, en su escritura. La figura del migrante es todo un tema en la obra de Hasbún. Su más reciente novela, Los afectos (Random House), cuenta la historia de una familia alemana emigrada a Bolivia luego de la Segunda Guerra Mundial, marcada por la convulsa situación política en Sudamérica en las décadas de los 50, 60 y 70. La novela se detiene a mirar la vida de las tres hijas de la familia: Mónica, Heidi y Trixi. Un ejercicio de memoria que Hasbún había empezado desde su primer libro de cuentos, Cinco (Gente Común), y alcanzado su estilo propio en su primera novela, El lugar del cuerpo. En la misma entrevista en Página 12, Hasbún habla sobre la idea del migrante, “del que por un motivo u otro abandona su lugar de origen. Es una figura que atraviesa territorios y que los desordena y cuestiona; y me interesa explorar algunos sentimientos que entran en tensión a partir de ese desplazamiento físico. La extranjería y la pertenencia, pero también la nostalgia o eso de sentirse fuera de lugar en todas partes. Al mismo tiempo, en última instancia irse es imposible y que llegar es imposible, y -aquí Elena, la escritora, si hubiera dado esta entrevista podría rematar diciendo esto– que los que lo intentamos nos quedamos un poco suspendidos en medio, queriendo irnos y queriendo llegar sin nunca lograrlo.” El viaje, la huida, es así, imposible si el lugar es siempre el cuerpo. El cuerpo de la mujer.
Elena fue uno de los primeros personajes femeninos que Rodrigo Hasbún trajo a la luz, aunque ya en sus cuentos muchos respiran a través de la vida y los cuerpos de las mujeres. Una lectura muy superficial podría hablar de que desde siempre se le ha designado a la mujer el espacio de la intimidad, de lo interior, de lo privado en contraposición al espacio designado al hombre (lo social, lo exterior) y Hasbún está muy interesado en el mundo interior, en lo que se desarrolla en los pliegues más íntimos de la piel, pero también de la memoria. “El dolor necesita espacio”, escribió Marguerite Duras. Elena es el cuerpo que contiene el dolor, un dolor que crece, que no se olvida, que tiene memoria, que se imprime en la conciencia, en su cuerpo y en su letra, como una canción que grita una y otra vez: “come on, come on, come on, come on/ take another little piece or my heart, now baby (break it) / break another Little bit of my heart, now honey (have a) / have another littel piece or my heart now, baby / you know you’ve got it if it makes you feel good”.
El lugar del cuerpo podría no doler tanto, la canción podría haber cambiado, la herida, cerrado; pero Hasbún con su escritura se encargó de dejar abierto el corte, el grito para que recordemos de qué estamos hechos, de la piel de quién, de cuáles libros leídos, de qué música, de qué caídas, de cuántos años. El cuerpo podría haber sido el lugar donde fuimos felices. Diez años después, visionariamente, Editorial El Cuervo reedita la novela El lugar del cuerpo como un homenaje al profundo canto que fue esta novela, porque en ella está también la tarea de recordarnos nuestros más íntimos momentos de encuentro con la lectura.
Fuente: La Ramona