07/27/2011 por Marcelo Paz Soldan
Hablar con los perros

Hablar con los perros


Esta novela no es
Por: Wilmer Urrelo

Para ser sincero con ustedes no sé cómo comenzar y menos aún cómo escribir esta presentación. Y es que luego trabajar esta novela alrededor de tres años y de soportar a sus personajes igual cantidad de tiempo, lo único que se me viene a la cabeza en este instante es pasar de página, decirle a todo el mundo next!, adiós y buena suerte.
Así que a lo mejor esta noche tan sólo me animo a narrarles el martirio que fue escribirla. La desigual pelea de box que fue su creación… sin embargo, pensándolo mejor no, pues eso también ya me aburre o mejor dicho: también eso me tiene ya, a estas alturas, sin cuidado.
Quizá, en el mejor de los casos, tan sólo me limite a agradecer a todos los que me apoyaron directa e indirectamente en su proceso de construcción. Pero no. Si esto es literatura y no un concurso de belleza, caray. Entonces, pensándolo bien, mejor hago lo siguiente: como me gusta irme por las ramas y sacarle la lengua a los convencionalismos, les diré qué no podrán encontrar en Hablar con los perros.
En primer lugar, y para arrancar de una buena vez, les puedo decir que Hablar con los perros no es, en sí, una historia de amor en toda la extensión de la palabra. Encontrarán, sólo hasta el último de sus capítulos, al amor triunfante. No es tampoco una historia que cuente el honor y el sacrificio por la patria. Y tampoco el martirio de lo que significó ir a la guerra del Chaco y luchar en el cerco al fortín Boquerón. No, no es eso. Más bien es todo lo contrario. Son las historias de la guerra y las terribles consecuencias que nuestros tiernos abuelitos con aroma a plaza Murillo no quisieron contarnos por vergüenza, por miedo o por ambas cosas juntas.
Hablar con los perros tampoco es un mundo de caramelo, donde podrán ver lo bonito que son los sentimientos humanos y todo eso, o bien lo bonitas que son las gentes -así en plural- que habitan la ciudad de La Paz. No, definitivamente no es eso. Tampoco es una novela donde la familia quede bien parada, más bien es todo lo contrario. Pobres de nuestras familias bolivianas, tan modosas, tan de Sopocachi, tan de domingos por las tardes. Este libro tampoco creo que sea una historia de la violencia, o pensándolo bien sí es una historia de la violencia, aunque vista desde una perspectiva diría que bastante triste… sí, ya sé, lo que acabo de decir es tonto o ilógico, así que prefiero contestarles como lo haría el genial Papirri: «tengo unas ideas con las cuales no estoy de acuerdo».
Por lo tanto, no es una novela policial. O sí es una novela policial, sólo que hasta ahí nomás o viene con trampita, pues me parece que ahora como que se me encendió otra lucecita allá en la cabeza y salió una cosa distinta. Sí es, de eso estoy completamente seguro, una especie de playlist con algunas canciones y algunos grupos que me gustan. Gracias Intoxicados, gracias Gardelitos, gracias Loop Lascano y sobretodo gracias Brujería y larga vida a su vocalista y líder histórico, el genial Juan Brujo.
No es una novela, tampoco, donde se te señale con malicia por el hecho de poder hablar con Satán, ese señor cachudo cuya sola mención hace que nuestras abuelitas se persignen tres veces seguidas. Jesús, María y José. Más bien es todo lo contrario: acá Satán es quien, me parece, narra buena parte de la novela y no es un tipo malo-malo-malo… malito es, sí, sin embargo tiene, como todos nosotros, su parte buena. Cuando la lean y lo comprendan pregúntenle a un tal Perro Loco.
Esta novela no es una firme creyente de la justicia. Quizá Hablar con los perros diga lo siguiente: «la venganza es superior a la justicia o por lo menos funciona mejor, es menos engorrosa, no hay burócratas ni abogados». Y sí, es una novela donde esta antiquísima práctica se hace presente.
Y tampoco es una novela de caníbales en sí. En Hablar con los perros se comen a unas cuantas personas, eso de lejos, sin embargo en el fondo el canibalismo es la desesperada búsqueda de algo tan primario para los seres humanos: la felicidad. Es una novela donde una chica muda encuentra aquélla luego de muchos años de estar buscándola.
No es y es, a la vez, todo lo que acabo de decirles.
¿Y qué pito tocan acá los perros?
Esta novela es, eso sí, un homenaje a esos animales.
Acá todos son buenos. O por lo menos esos cuadrúpedos tienen una intuición superior a la de los seres humanos. Intuición que emplean para cambiar, para bien, la vida de los personajes o por lo menos intentan hacerlo de la forma más desinteresada posible.
Poder hablar con los perros, que lindo sería.
Fuente: Ecdótica