Good bye Felipe Delgado
Por: Mauricio Rodriguez Medrano
«Umbral escribe como mea», dijo Miguel Delibes del escritor Francisco Umbral. Convengamos que Jaime Saenz no es Francisco Umbral. Pero convengamos que Jaime Saenz sabía orinar. Creo que logré un Deal with it a Jaime Saenz y tengo lentes de sol y un grupo de afro-raperos dicen: «!Ohhhhhhh¡», y suena de fondo Turn down for what.
Felipe Delgado, en mililitros, se publica por primera vez en 1979. Latinoamérica era literatura: Onetti, Borges, Sábato, Rulfo, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa. Dentro de Bolivia se vivía una dictadura que es lo mismo que el horror y el silencio. Y Felipe Delgado es silencio más escritura decimonónica (lo peor de Benito Pérez Galdós it’s Alive!).
Inicio de la novela: «Llovía a torrentes. Arrostrando el mal tiempo, con cierta indolencia, tal vez con cierta arrogancia, con lento andar avanzaba Felipe Delgado…». Un hijo tiene un padre moribundo, la ciudad también se muere, y el pasado lo arrastra a recordar. Jaime Saenz despliega su maestría de narrador hasta el capítulo tres. Luego le sucede lo que le sucedió a Salinger con la religión vedanta y sus peores textos (Seymour: una introducción, Hapworth 16, 1924): asfixia su escritura con la teología de dejarse el cuerpo. Allí su fracaso y su caída.
Frases al estilo Arjona: «No te conoce ni te ve, pero te conoce y te ve». Léase el parecido a Realmente no estoy tan solo: «…quién te dijo que te fuiste, si uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan, y aquí se te extraña tanto. Tú sigues aquí, sin ti, conmigo, quién está contigo, si ni siquiera estás tú». Primera conclusión: a Felipe Delgado le sobran páginas.
Jaime Saenz pervive como poeta. La noche es un ejemplo de poesía. Es tóxico: en años venideros muchos lo imitarán. Aún así Felipe Delgado se estanca. Hace falta humor e ironía. Hace falta Cervantes. Muchos escritores bolivianos narran como señoras de cincuenta años que escriben cartas de quejas a revistas como Reader’s digest. Segunda conclusión: Felipe Delgado es un tratado de seriedad.
Clásicos en Bolivia: O eres un escritor prolífico o naces en un país pequeño donde los escritores anteriores prefieren ser políticos o médicos. Y no existe escritura que traspasa el tiempo aunque sabemos que todo desaparecerá. Tercera conclusión: todo país necesita sus clásicos y si no los tienen se construye como se construye a sus héroes: sobre arena.
Creación del mito (con Kristeva en Do mayor): Cuando tu novela no sea potente asegúrate de convertirte en un mito. Te vistes de negro. Usa lentes de sol en la noche. Entrégate al alcohol. Escribe ochocientas páginas (páginas más, páginas menos). Duerme a la intemperie un par de días. Seduce a tus alumnos. Hazte un rock star. Si te preguntan cualquier cosa respóndeles (fumando y botando el humo con lentitud): «El Illimani se está».
Ellos empezarán a escribir como tú aunque no sepan cómo escribes. No leerán ochocientas páginas (Felipe Delgado). Uno, tal vez dos de tus seguidores, se suicidarán. No importará tu obra. Tu mito crecerá (ahora pertenecerás al olimpo de Elvis Presley Inc.) No te leerán pero te aseguras un espacio en el arte (como el urinario de Duchamp).
Algunos easter eggs: Jaime Sáenz escribió su novela con la máquina de Marcelo Quiroga Santa Cruz. La sonoridad de Felipe Delgado se asemeja al nombre de Alonso Quijano (nuestro Quijote aunque despojado de humor). Existen en toda la novela guiños al Loco, de Arturo Borda. Léase el capítulo X de la Parte segunda.
Jaime Saenz odiaba la experimentación. Se burlaba de Joyce (cuando bebía con amigos). Cuarta conclusión: Felipe Delgado es lo que Saenz odiaba, pura experimentación. Pero a Jaime Saenz no le importa. Él es un clásico. Es intocable. Es un autor de culto. Y allí es donde gana y se coloca lentes de sol y suena de fondo Turn down for what.
Fuente: Ecdótica