Los sucesos luctuosos del año 2019 sorprenden a Santiago Blanco en la bella Samaipata, sucursal del paraíso en la Tierra. Varado entre dos argumentos al mismo tiempo tan irreconciliables como sangrientos (“que fraude electoral, que golpe de Estado”), su posición geográfica agrava su situación: ha dejado a Santa Cruz distante a su espalda y Cochabamba está aún lejana al frente. En esa condición de borde excéntrico, bajando del ómnibus bloqueado junto a los pocos pasajeros, descubre en las alturas del fuerte, colgado de un árbol, un higo gigante que deviene en cura ahorcado cuando él se le aproxima.
Hablemos con prudencia de nuestros muertos narra la investigación de Santiago Blanco, ex investigador de la policía, pero investigador nato, o “de raza”, en palabras de cierto fiscal haciendo uso de un estupendo concepto de César Luis Menotti, ex técnico de la selección argentina de fútbol. Casi se diría que feliz por tener de qué ocuparse mientras los bolivianos se matan en noviembre, investiga el caso y descubre uno anterior y hasta tropieza con un tercer muerto, circunstancial enemigo suyo por cosas de la vida. Afanoso, con la ropa mojada de calor veraniego y humedad del cuerpo grueso, rastrilla el pueblo y El Fuerte ante la mirada azorada de la inglesa Sarah Kent, lectora de Emily Dickinson, una de las numerosas personas extranjeras que moran en las colinas y callecitas, como ante la mirada tímida del sargento Hilaquita, colla él, única autoridad presente en la coyuntura.
La novela se desarrolla en este contexto de contradicciones múltiples mientras Santiago Blanco rumia su quebrada vida sentimental. Alguna gente es capaz de iniciar una nueva vida muy distinta a la que llevaba, como Gladis que, de prostituta en la juventud se convierte en catecúmena en la vida adulta, pero otra es incapaz de hacerlo y es obcecadamente consecuente con lo que siempre fue: un buen ejemplo es Blanco que, policía desde la juventud hasta los cincuenta años, sigue con comportamiento de policía en los umbrales de la vejez.
Como todas sus cuatro novelas y tres libros de relatos, Hablemos con prudencia de nuestros muertos tiende a dejarnos un sentimiento de tristeza en el ánimo. Son libros con énfasis policial, muy cierto, pero ambicionan atrapar poesía y hasta testimoniar este nuestro tiempo histórico gradualmente sobrecargado de diversas angustias. Blanco es un magnífico compañero de penuria. Vale la pena leerlo.
Fuente: La Ramona