Por Liliana Carrillo
Giovanna Rivero se fue de Bolivia, de su natal Montero, siendo ya una escritora premiada en el país. Con la beca Fulbright, realizó una maestría en la universidad de Iowa, Estados Unidos, donde reside desde hace 15 años. Ha publicado una decena de libros, entre novelas y cuentos, pero la académica no es la que escribe.
Cada vez que toma la pluma, aparece la joven montereña con su mundo mágico y terrible, del que se fue aunque nunca ha dejado de extrañar: “Tengo que ser honesta y señalar que mi propuesta de escritura se gesta esencialmente en una melancolía que no puedo controlar”.
Y la muchacha que escribe ha vuelto en su nuevo libro: Tierra fresca de su tumba (El Cuervo, 2020). El volumen tiene seis cuentos que transitan por la rígida comunidad de una joven menonita abusada sexualmente, el melancólico jardín de la señora Keiko en una colonia japonesa en Bolivia, un aislado pueblo canadiense al que llegan dos huérfanos y su tía alcohólica, dos hambrientos pescadores salvadoreños perdidos en una barca en el mar y un hombre que se somete a un experimento para intentar salvarse de un mal sin cura.
Este año, Rivero también publicará una biografía novelada de Ana Bolena y verá el debut de una de sus novelas en el cine. El realizador Juan Pablo Richter ha concluido ya el rodaje de 98 segundos sin sombra.
Desde Iowa, la escritora comenta también su año de pandemia y grandes transformaciones políticas y sociales en Bolivia y en Estados Unidos. “No han sido meses sencillos, pero la imaginación hizo su trabajo”.
Los seis cuentos de Tierra fresca de su tumba abordan la muerte -y la vida- de personajes “rotos, heridos”. ¿Cómo elige sus personajes y sus historias, Giovanna? ¿Es la violencia la que hace que estos cuentos sean una unidad?
Probablemente suene a cliché, pero son los personajes los que se instalan en mi imaginación, no soy yo quien rastrea en la realidad de qué hecho toma una historia. De pronto la idea de una vida y un problema existencial comienzan a exigirme escritura. Uno no es fríamente consciente de ese proceso y solo con cierta retrospectiva es posible reconocer su semilla. Por ejemplo, “la señora Keiko” de mi cuento Cuando llueve parece humano tiene su origen en mis años escolares, cuando la convivencia con compañeras de la colonia japonesa Okinawa seguramente sembró preguntas que entonces ni siquiera me había formulado. El subconsciente procesa esos misterios y exige una encarnación, un personaje.
Debo decir, además, que si bien la violencia sexual, física, psicológica, está muy presente en este libro no me parece que sea el nodo de fuerza o el hilo que enhebra estos relatos. No fue ese el principal disparador de esta escritura, sino más bien la idea de una inexorable mutación, de cuerpos y de subjetividades.
La muerte, que podría ser protagonista de los cuentos, es vista como transito o migración, ¿Cómo se enfrenta ante la muerte y no sólo la de sus personajes? ¿Migrar es también morir?
Tierra fresca de su tumba nace de la muerte, si me permiten ese oxímoron. La muerte, un tema universal de las búsquedas artísticas, se impuso en mi trabajo literario de la peor de las maneras: primero con la partida incomprensible de Emma Villazón y luego, a comienzos de 2018, con la decisión terrible que toma mi hermano menor. Si bien estos cuentos no narran biográficamente estos hechos, el duelo inescapable es la atmósfera en la que los personajes se juegan sus destinos. Pero también es cierto esto que decís, que emigrar es también morir. La existencia se escinde y uno aprende a vivir cargando con el fantasma de la que se quedó. Creo, en este sentido, que la extranjería es primero que nada íntima, uno está fuera de lugar siempre, irremediablemente descentrada.
A estas alturas, las fronteras entre géneros son cada vez más difusas. ¿Cómo logra la transición de novela a cuento? ¿Cómo pasa de un relato realista como 98 segundos sin sombra a cuentos fantásticos y hasta “góticos” como los han definido?
Bueno, esa transición no es abrupta. No lo es por dos motivos, primero porque entre esos textos pasan años. Esa pausa no siempre se refleja en los tiempos de publicación porque los editores manejan otros calendarios. El segundo motivo, el más importante, es que más allá de algunos rasgos superficiales –extensión, cantidad de personajes– considero que no es necesario trazar una tajante línea divisoria entre los géneros. Yo escribo mis cuentos con la misma entrega con que escribo una novela, intentando que en ese mundo acotado quepa toda una cosmografía. Y en la novela intento cuidar línea por línea la especificidad de un personaje. Me parece que es el mercado el más interesado en mantener las estanterías clasificadas porque eso facilita estrategias de venta. Pasa también con el nuevo gótico que, si bien hoy está recibiendo una atención que merece y que debió haber recibido hace muchos años, no debe convertirse en un compartimento estanco. Agradezco, por supuesto, el compartir con otras escritoras estos universos que exploran en la opacidad y agradezco el que la crítica periodística y cultural esté registrando esta hermandad literaria. Sin embargo, tengo que ser honesta y señalar que mi propuesta de escritura se gesta esencialmente en una melancolía que no puedo controlar.
El cineasta Juan Pablo Richter lleva al cine este año su novela 98 segundos sin sombra, ¿Participó usted en el proceso? ¿Vio el resultado? ¿Cree que la cinta hace justicia a su obra?
Creo que Juan Pablo Richter ha sido capaz de conectarse con conmovedora lealtad al espíritu del personaje, de Genoveva, y ha llevado a cabo una hazaña mayúscula: narrar cinematográficamente un fragmento de historia sociopolítica desde la imaginación de una adolescente ochentera en un pueblo periférico de América Latina. Lloré emocionada cuando vi el resultado. Yo no participé en ningún momento del proceso, de modo que este regalo ha sido precisamente eso, una de las sorpresas más hermosas que he recibido en mi vida.
Si hubo un tiempo cuando “el alcohol y la noche” (a lo Jaime Saenz) era “la manera de ser escritor”, ¿será que la actual “manera de ser escritor boliviano” es salir del país y apostar por la academia?
Sin duda no es el único camino a seguir para abrazar la vocación de la escritura. De hecho, la mayor parte de las escritoras y escritores bolivianos no ha elegido el camino de la extranjería, ellos están creando desde Bolivia. Creo firmemente que no hay un patrón, no tiene que haberlo; no hay un único sendero, eso sería tristísimo. Cada recorrido es singular. Quienes emigramos para estudiar en la esfera académica lo hicimos por distintos motivos y a distintas edades.
En mi caso, obedecí a una auténtica necesidad de adquirir herramientas conceptuales, teóricas, que me permitieran entender fenómenos culturales que me preocupaban. Yo empecé a escribir desde muy jovencita y era consciente de que precisaba otros marcos cognitivos para comprender mejor mis propias búsquedas. Hacer un doctorado o una maestría en literatura no era factible para mí dentro de Bolivia hace más de una década, de modo que concursé para obtener la beca Fulbright y me fue bien. Luego me quedé en Estados Unidos por razones afectivas. Es que quien se va está abierto al azar de la vida, el camino de retorno es como el de Caperucita, siempre se bifurca.
La distancia da perspectiva ¿Cómo ve a la Bolivia actual?
Pienso que Bolivia, como otros países latinoamericanos, e incluso como Estados Unidos, está atravesando un nuevo proceso de maduración, que sin duda acarrea sus dolores. Otras subjetividades políticas están despertando de la modorra del capitalismo consumista. Ojalá ese despertar consiga hacer frente de la mejor de las maneras a las prácticas racistas, a las modalidades del fascismo, a la peligrosa polarización, al resentimiento, a la masiva desesperanza.
¿Se siente aún conectada a Bolivia? ¿Piensa regresar?
Por supuesto que me siento conectada. Una nunca deja de ser boliviana. Mis padres, hermanos, sobrinos, viven en Montero y ellos son mi hebra más sensible y confiable con la patria. Pero, además, ¿cómo no sentirme conectada si ambiciono que las lectoras, los lectores de Bolivia, encuentren en mis libros destellos de sus propias vidas? Hay modos de regresar, un retorno imaginado, de a retazos, un retorno que no sé cuándo se concretará como viaje absoluto, pero que se instala como utopía privada.
Han pasado en EEUU cosas inimaginables como el asalto al congreso. Después de Donald Trump ¿cómo ve la situación de los latinoamericanos en el país donde reside?
Los latinoamericanos han sabido siempre que son una fuerza económica, cultural y política en este país. Pese a los extremos que ha alcanzado el nacionalismo enfermizo, también está ocurriendo algo muy positivo. Una gran porción de latinoamericanos en Estados Unidos ha reafirmado su compromiso de un modo mucho más cercano, contundente y no negociable con causas como el cambio climático, la reunificación de niños perdidos en el sistema migratorio con los miembros deportados de sus familias y la defensa de la dignidad humana en todos los niveles. Los inmigrantes latinoamericanos ya no son los mismos. Han dejado atrás esa especie de timidez, de silencio implícitamente extorsionado.
Otro inimaginable que se ha hecho realidad ¿Cómo la ha afectado personalmente la pandemia, ha motivado su escritura?
La pandemia nos ha confirmado lo que ya intuíamos, pero de lo que no queríamos hablar: es nuestra especie la que está en extinción. Sin duda estamos ante un gran cambio de paradigmas, un cambio civilizacional que impacta en todas las dimensiones de la vida, ¿no?
En lo personal, decidí ser mucho más arrojada en la enunciación de las cosas en las que creo. Abrazar de una manera más radical mi vocación fue mi consigna. En la práctica, decidí llevar a cabo algo que deseaba desde hace tiempo: ofrecer talleres online de escritura con enfoques temáticos. La respuesta ha sido hermosa y me ha permitido encontrar un eje en medio de la desesperanza de la pandemia.
Además, estuve muy ocupada pues cometí la locura de aceptar un encargo tremendo para un proyecto editorial. Acompañada de un excelente equipo de asesoras en historia y edición, escribí la biografía novelada de Ana Bolena. No han sido meses sencillos, pero la imaginación hizo su trabajo.
Fuente: Letra Siete