Gesta Bárbara, un movimiento que debe reconocerse en todas sus etapas
Por: Álvaro Montoya
El deceso de Armando Soriano Badani, el 28 de febrero, aparece en sustanciales medios como la pérdida del último representante de la segunda generación de la afamada agrupación artística Gesta Bárbara, la primera nació en el seno potosino, la segunda en Chuquiago Marka de la mano de Gustavo Medinaceli.
La segunda generación tuvo una diferencia casi imperceptible de la primera en cuanto a sus fines y alcances. Ésta estaba conformada por diversos exponentes de talante tanto artístico como político. La pérdida de Armando Soriano, sin embargo, no representa la del último bárbaro, pues quedan dos enclaves sustanciosos: Oscar Arze y Antonio Terán Cabero. El último, en su apacible hogar en Cochabamba, nos regaló unos cuantos minutos de su tiempo para nadar en las remembranzas de los calambures y las fiestas provinciales, donde surge el primer recuerdo que el “soldado Terán” logró crear de Armando Soriano.
“Lo conocí de la manera más fortuita, en un teatrito de Punata durante carnaval. Vino con la gente de Gesta Bárbara, con la mayor admiración y sorpresa los veía dar vueltas alrededor de una canción y recitando con voz estentórea, casi cantando un poema de Julio Herrera Reissig”, dijo Terán, con la mirada inmersa en lo que quedó atrás, pero esbozando una sonrisa a lo que se sabe eterno.
Para entender el movimiento de la segunda generación de Gesta Bárbara es preciso también situarla en el contexto en el que se desarrolló aquella época convulsa, 1948, año de su fundación, saliendo del periodo de entreguerras, de los procesos finales de independencia en África y Asia, del péndulo que le negaba la victoria eterna al colonialismo y a la figura imperial, que gracias, o mejor dicho, “debido” al fuego de la guerra en Europa caía herido y no se levantaría jamás, al menos en Europa, que veía con envidia al gigante norteamericano alzarse, contra el inerme vacío que representaba la falta de otra potencia que lo frenase.
Los tiempos cambiaron y la atmósfera de Gesta Bárbara bebió a grandes tragos todo lo que se emanó de cultura y disidencia por aquel entonces, el romanticismo tan bien albergado por la primera generación, y practicado en un principio por la segunda, fue lentamente dando paso al modernismo. Soriano formaría parte de los dos, al principio del modernismo “Rubendariesco” y después del “verdadero romanticismo”, a decir de Terán que ríe y sabe escrutar las diferencias sustanciales.
Pero no se vive únicamente del mundo grande y el “país-no país” pesaba, hundía el pecho de los bárbaros con preocupaciones, que afanosos algunos por lo telúrico se vieron tentados después por la promesa de la palabra “nacionalismo”, mal temida ahora, pero que entonces encendió la llama de la curiosidad primero, y del cambio después.
Los grandes decretos desde el balcón del Palacio Quemado, y desde las minas de Pulacayo por los que serían los vencedores de la revolución de abril de 1952, fueron discutidas antes, quizás con más fruición y algo más de desvelo entre los bárbaros, que comentaban con algarabía los porvenires de un país distinto. De aquellos hechos de armas, de la revolución bien esperada, mal conducida, nacieron múltiples elementos de discusión, de vertientes artísticas encaminadas por la palabra, usada para la revolución.
No todos se encaminaron por aquel rumbo, como no todos quedaron satisfechos con el modernismo, y con el tiempo acogieron el avasallador surrealismo de Breton, entre ellos nuestro querido “soldado Terán”, que comenzó a experimentar, a su decir con el lenguaje y sus alcances. Teniendo en cuenta que lo surreal es inherente a lo sudamericano, donde ocurren cosas fabulescas, como el día de 1949 en el que, durante una revuelta contra Urriolagoitia, todos los ojos de Cochabamba vieron al aún no presidente Barrientos Ortuño disparando su revólver desde un caza en pleno vuelo a un avión que bombardeaba el patio de la policía nacional.
Con la revolución, vinieron las despedidas y los alejamientos, el grupo fue disgregándose entre las voluntades de los bárbaros, siguiendo algunos un ideal, un puesto en el gobierno, un puesto lejos de éste, decepcionados viendo el camino logrado perderse en los egoísmos de los líderes, y la revolución decayendo dictaminó un paralelismo con el sortilegio bárbaro, que dejó de ser un esfuerzo colectivo y pasó a ser aquella constelación de estrellas segregadas en la noche que aparecen y desaparecen furtivamente del horizonte, para recordarte que están ahí. La estrella en este caso fue la poesía de Soriano, que alejado de los bárbaros por la vida diplomática o periodística (vida multifacética) les recordaba a todos sus compañeros que seguía ahí, y siguió muchos años más, como lamentablemente no fue el caso de algunos bárbaros que murieron antes de tiempo.
Esa relación, de leerse, de saberse aún en el mundo a través del libro que publicaba uno u otro, fue la relación más duradera entre Terán y Soriano, que mantuvieron aquella especie de conexión “epistolar” de las ideas, de los ingenios, disidentes en la forma, iguales en la agonía de ser poeta y no poder dejar de serlo, como aboga Terán en su exquisito poema “Qué dónde”.
Usualmente se tiende a separar a la persona de su obra, pero en algunos casos excepcionales, ambas son buenas. “Muy simpático, agradable, brillante, de pensamiento ágil, se notaba su agudo ingenio”, sentenció Terán remembrando la idiosincrasia de Soriano. La última vez que supo de él fue a través de la tarjeta de felicitación que le llegó de su parte cuando Terán recibía el Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”, excusando su ausencia, aquella vez temporal, ahora irresolublemente eterna. Soriano era una de las leyendas académicas que le quedan al país, pero no la última, no de Gesta Bárbara, pero más importante, no de la cotidianidad que las oculta.
Fuente: Lecturas