Schiller: El gran poeta de la libertad y la fraternidad humanas
Por: H. C. F. Mansilla
El 9 de mayo de 2005 se celebró el segundo centenario del fallecimiento del gran poeta y dramaturgo Friedrich Schiller, una de las cumbres de la creación artística universal. El fue el representante más luminoso y más poético del idealismo alemán (que produjo figuras como Kant y Goethe), la cúspide del clasicismo lite.Frario y el comienzo del romanticismo posterior. Su vida, relativamente corta, estuvo signada por los extremos de la enfermedad y la fama, el sufrimiento permanente y los sentimientos intensos. La pasión contenida de su prosa y la belleza depurada de su poesía se debían no sólo a su ingenio innato, sino también a su talante perfeccionista y a su dedicación absoluta al arte. Era un hombre consagrado al trabajo metódico y, al mismo tiempo, capaz de un entusiasmo persistente: dos pasiones que signaron su existencia. Desde muy joven supo que la vida le había otorgado un plazo breve, y la consciencia de esa atroz verdad no lo sumió en la depresión, sino que desató en Schiller una energía creadora de notables proporciones, que hizo posible una inmensa obra en pocos años.
Schiller nació en Marbach (en el entonces ducado soberano de Württemberg) el 10 de noviembre de 1759. Pasó por escuelas severas y rígidas y terminó, con muchos problemas, una formación como médico del ejército, pero huyó de su Estado natal y del servicio militar para consagrarse enteramente a la poesía y al teatro. “Tempranamente perdí mi patria, para cambiarla por el ancho mundo”. Muy pronto tomó la decisión de vivir sólo para la literatura, sin el apoyo financiero de los poderosos. El espectador de su teatro y el lector de sus obras serían el único soberano al que Schiller le rendiría homenaje. Como él mismo dijo, el solo trono al que apelaría sería el del alma humana. Sus primeros ejercicios poéticos y teatrales son un canto a la libertad y una condenación del despotismo, la intolerancia y el provincianismo. Sus dramas de juventud, Los bandidos e Intriga y amor, desataron una conmoción pública, una sublevación espiritual de la gente culta de su época contra la tiranía político-religiosa y la estrechez de miras. Schiller propugnó una concepción del teatro como una institución moral, cosa que obviamente molestó a Friedrich Nietzsche. Con toda razón Heinrich Heine afirmó que Schiller contribuyó poderosamente a edificar el templo de la libertad, que desde la Ilustración del siglo XVIII se construye trabajosamente y con muchos retrocesos en todo el planeta.
El conjunto de su producción intelectual exhibe una considerable unidad, sobre todo en las ideas rectoras: un optimismo a toda prueba (pese a sus múltiples enfermedades y dolencias), un entusiasmo libertario inquebrantable y un heroísmo idealista, tan cercano a la genuina santidad. Su estilo era la combinación del ritmo poderoso de su poesía con la elocuencia derivada de sus estudios históricos y sus conocimientos enciclopédicos. El lenguaje de sus obras dramáticas es melodioso y elegante, pero simultáneamente apasionado y hasta grandilocuente: un canto perenne a la libertad. En este espíritu escribió la Oda a la alegría, su poema más conocido, pero que Schiller mismo lo consideraba secundario. Este himno a la solidaridad de todos los mortales constituye, como se sabe, el fundamento de la Novena Sinfonía (“Coral”) de Ludwig van Beethoven.
En 1792 la Asamblea Nacional francesa le confirió la ciudadanía honoraria por su labor en favor de la libertad y la fraternidad –sus dos temas predominantes–, pero Schiller, como casi todos los espíritus preclaros de la época, se distanció de la Revolución Francesa a causa del régimen de terror instaurado por Robespierre. En su época madura Schiller escribió las tragedias Don Carlos, Wallenstein y María Estuardo, en las cuales se refleja el turbio destino de los seres humanos, inspirados por nobles pensamientos, pero deslumbrados por la ambición y el auto-engaño y empujados por complejas fuerzas históricas que no comprenden. Su tratado sobre la lucha de los Países Bajos contra la dominación española y su drama Guillermo Tell se han transformado en partes integrantes del mito fundacional de Holanda y Suiza, mito inspirado en la idea de la libertad individual y en el carácter heroico de la lucha por la independencia. En estos casos la literatura ayudó a conformar identidades nacionales favorables a ideales libertarios: uno de los más honrosos servicios que la literatura puede prestar al género humano. En 1802 Schiller fue promovido a la nobleza hereditaria por sus méritos literarios, algo muy raro en aquellos años, y que nos muestra la alta estima que su obra y sus labores lograron en los más diversos ámbitos políticos.
En su hermoso tratado Epístolas sobre la educación estética del ser humano, Schiller trató de hacer comprensible la filosofía de Immanuel Kant para la esfera del arte y la política, para que el hombre se civilice interiormente, para que sea capaz de asumir plenamente las nuevas libertades que afloraban desde la Revolución Francesa. Es un programa que muestra lo más rescatable del individualismo: el yo productivo genera su propio mundo, y su forma más sublime es la creación artística y científica. Es también una superación del dualismo kantiano entre el deber severo y la voluntad emocional.
Como dijo Thomas Mann, basándose en un testimonio de Goethe: de la voluntad de Schiller, al mismo tiempo tranquila y poderosa, procede su legado: su intento de crear la síntesis de lo bueno, lo bello y lo verdadero, y de unirlo con la libertad, el amor al arte y el respeto al ser humano.
Fuente: Ecdotica