Por Andrés Laguna
Desde 2016, Francisco J Mayorga (León, Nicaragua, 1949) comenzó a visitar Bolivia para impartir clases en la UPB. En 2022 fue nombrado Rector de esa universidad y se mudó a Cochabamba. Es un profesional de gran prestigio internacional, entre otras cosas, es doctor en Economía por la Universidad de Yale, trabajó en la banca privada y pública, fue director ejecutivo del Banco Centroamericano (BCIE), funcionario del BID y profesor del INCAE. Fue una figura política de relevancia en su país, lo que lo llevó a ser perseguido y encarcelado en el gobierno de Arnoldo Alemán. Además, publicó varias novelas: La puerta de los mares (2002), sobre la construcción del canal interoceánico, en la que aparecen Rubén Darío y Augusto César Sandino; El hijo de la estrella (2004), sobre el primer mestizo de Nicaragua; El Filatelista (2014) y Cinco estrellas (2016), sobre el ascenso del dictador Anastasio “Tacho” Somoza. En Bolivia, Nuevo Milenio acaba de publicar Memorias de Somoza. Una noche con la muerte. La obra se construye a partir de una conversación ficcional entre Somoza y su esposa, Salvadora “Yoya” DeBayle Sacasa, en su visita a la Casa Blanca, invitados por Franklin Delano Roosevelt. Entre la tragedia la comedia, la novela reflexiona sobre la historia de nuestro continente, sobre las relaciones de poder y sobre la condición humana.
– Eres autor de varios libros todavía no editados en Bolivia, todos ellos son novelas históricas ¿Por qué optas por este subgénero narrativo?
Para escribir una novela la imaginación es esencial. Creo que podría imaginar guiones diferentes a las novelas que escribo. Sin embargo, el tiempo que he tenido para escribir literatura ha sido muy reducido, soy un escritor tardío. Pensé que debía escribir sobre temas que sirvieran para que las nuevas generaciones, no solo de mi país sino de América Latina, pudieran asomarse a la historia con la lente del autor, que rellena un montón de vacíos y recompone su narración. En la historia hay un andamiaje incompleto, en el que me monto para intentar completar el relato.
– Se sabe que comenzaste a escribir ficción en un momento muy difícil de tu vida, cuando estabas en la cárcel por la persecución política. ¿La literatura te ofreció la posibilidad de ser más libre?
No tengo ninguna duda de que meterme a los laberintos de la historia y de la literatura fue inicialmente una terapia. Descubrí una dimensión desconocida de la libertad. La imaginación permite recorrer espacios, visitar lugares, escuchar conversaciones que no han existido. Eso permite desplegar las alas en un vuelo distinto. La imaginación vuela sin pasaporte, como los pájaros. Comencé en esto antes de la cárcel, estaba buscando producir una película sobre Rubén Darío. Eramos un grupo de patrocinadores y alguien preparó una propuesta de guion. Me pareció que era la representación de un Rubén Darío triste, deprimido, de un borrachito que escribía de vez en cuando. Explicar la tristeza de Rubén me parecía una idiotez. En Nicaragua es un héroe nacional, es el que nos pone en el mapa, lo hace a través de la ventana de la belleza, de algo fantástico, es un revolucionario de las letras. Buscando presentar a Rubén como el héroe que es para nosotros, decido reinventar su figura. Luego me mete en la cárcel el dictador de turno. Ahí pensé: tengo que escribir una novela que sirva como base para la película que yo quisiera ver. Monté hechos definitivos de la historia de Nicaragua y de la historia de Rubén en la que creo que podría ser una historia grandiosa.
– A la hora de escribir una novela histórica el trabajo de investigación es esencial. ¿Hasta qué punto el autor puede tomarse libertades creativas?
La novela es la novela y la historia es la historia. Aunque a veces en la historia hay más ficciones que en la literatura y en la novela se revela más sobre la realidad que lo que escriben los historiadores. Viví un episodio muy interesante. Hace años estaba viendo un programa de televisión en el que discutían sobre el canal de Nicaragua. Alguien llamó por teléfono al programa y aseguró que el primero en proponer la construcción fue Rubén Darío. Mi mujer me dijo que debía llamar y aclarar que eso hacía parte de mi novela. Llamé inmediatamente a mi maestro de literatura. Me dijo: “Sé por qué me está llamando. Deje eso. El novelista es un gran mentiroso. El éxito de un novelista consiste en atrapar la imaginación del lector y hacerlo seguir leyendo para que al final quedé satisfecho”. Un escritor puede cambiar la perspectiva de la historia de los lectores.
– Memorias de Somoza se inscribe en la tradición de las novelas de dictadores, como Tirano Banderas de Valle Inclán, Yo, el Supremo de Roa Bastos o El otoño del patriarca de García Márquez. ¿A qué se debe esta fascinación por los caudillos?
Detrás de cada caudillo, de cada líder, hay un drama. Usualmente, es una tragedia. Esa es la razón principal por la que muchos escritores encuentran en un dictador a una musa. Eso es anterior a América Latina, en la Grecia clásica estaban los conflictos de Odiseo o Aquiles. Desde siempre nos preocupa el drama del poder. Pero creo que la palabra “poder” magnetiza menos que la palabra “drama”.
– En esta obra, Somoza es invitado por Roosevelt. La novela trata la relación entre el dictador de un país pequeño y el “líder democrático”…
Nicaragua fue intervenida por los marinos americanos en una escala similar a la de Vietnam. No lograron derrotar a Augusto César Sandino. Dejaron a Somoza, lo nombraron general y jefe del Ejército, siendo solamente un político que hablaba inglés. Con la asesoría del embajador estadounidense crea un tejido para hacer creer a Sandino que firmarían la paz. En el libro hay una foto de Somoza abrazando a Sandino. Pero en la noche lo emboscan y lo asesinan. Ese fue el último acto de guerra de Estados Unidos. Somoza fue su último marino, históricamente se le llamó así. Es un hijo de Estados Unidos, besa su bandera. Esa situación además de ser dramática, tiene las dimensiones cómicas de la opereta tropical bananera.
– ¿Cuál es la fuente principal para construir los diálogos entre Somoza y su esposa? ¿Dar rienda suelta a la imaginación o permitir que el espíritu de Somoza posea a Pancho Mayorga?
No sé qué fantasma empujaron a mi pluma. Puede que hayan sido los de la historia, que me usaron como testigo. En mi país desde la niñez, supe de Somoza, del primero, del segundo y del tercero. Mi abuelo fue un liberal, que se volvió somocista. Le pregunté a uno de sus discípulos qué tenía de admirable ese hombre. Me dijo algo muy profundo, habían visto toda su vida al país en guerra. No quería más muertos, más pobreza y destrucción. Conozco la historia oral, distintas anécdotas. Existen muchas versiones sobre el somozato. La mía la recogí de las conversaciones con mis abuelos, con mis tíos y de lo que viví. La misma noche en la Somoza manda a asesinar a Sandino, manda a la guardia nacional a sus campamentos: asesinaron a ancianos, mujeres y niños. Arrasaron con la posibilidad del renacimiento de la guerrilla. Escribí un poema dedicado al mayor Ross E. Rowell, recordando el primer bombardeo aéreo de la historia, realizado el 16 de julio de 1927 sobre Ocotal. Lo leo: “Epitafio imperial. Aquí yace, reposa para siempre/ sin que nada perturbe su descanso,/ no cosecha ya más aplausos, ni reverencias, ni condecoraciones/ no sufre pesadillas, ni desvelos,/ no escucha el estallido de las bombas que lanzó sin inclemencia/el escuadrón aéreo de los cinco DeHaviland,/ no escucha el llanto despavorido de las madres,/ ni el alarido espantado de los niños/ huyendo del estruendo/ esquivando la metralla/ el traqueteo ensordecedor/ las explosiones bajo el diáfano cielo,/ el tiempo va borrando las letras de la lápida,/ no hay guirnalda marchita, ni lágrimas rececas/ nadie hora por él/ los gatos vienen a mear sobre la losa/ en un ritual fatídico/ las lagartijas merodean sobre el sepulcro/ abajo solo el resplandor fosforescente de sus huesos titila débilmente/ las tinieblas sus cenizas biliosas se encuentran confinadas, inmóviles en la perpetua noche/ umbra sempiterna del olvido”. En Nicaragua las intervenciones americanas fueron aborrecibles.
– ¿Cuál crees que es la función de la literatura?
Es crear belleza. El poeta y el escritor tienen el impulso natural de explorar diferentes dimensiones de la realidad. Sospecho que en esta narrativa de Somoza puede haber más verdad que en muchos textos de historia.
Fuente: La Ramona