Fragmentarium órfico I
Por: Alan Castro Riveros
En una hojita entrepapelada –archivada por decenios en un cajón de un cuarto de una casa situada en una calle sin acera de San Pedro– resurgió en tres fragmentos una trama concentrada sobre el remoto Orfeo. Taipeados a máquina Olympia por Sergio Suárez Figueroa, aquellos extractos aparentaban una unidad espontánea e insoslayable, a la par que enfocaban la imagen que el autor de El tránsito infernal y el peregrino tenía del legendario Orfeo.
El primer apunte de aquella hojita –con una errata de rigor– resumía a cabalidad el descenso infernal del poeta tracio: “Orfeo busca en el reyno de Plutón a Eurídice, su perdida el alma” [sic]. La segunda anotación –12 veces más larga que la anterior y cuatro más que la siguiente– tejía una red histórica que se remontaba de Heródoto a los Brahamanes y concluía que los misterios órficos habían sido transmitidos en épocas anteriores a los caldeos y a los egipcios, siendo que la “ciencia oficial” colocaba a Orfeo 1.200 años antes de JC. Por su lado, y para finalizar, el tercer fragmento apuntaba a discreción que “Christos significa ‘vivir’ y ‘nacido a nueva vida’”, mientras “Chrestos significa en el lenguaje de la iniciación, la muerte de la naturaleza íntima, inferior o personal del hombre” [sic].
Con este último apunte, Suárez Figueroa enlaza de pronto a Orfeo con el misterio de la muerte y la resurrección de Cristo; es decir, con el descenso y el regreso del mundo de los muertos… Y así retornamos al primer apunte.
Las tres anotaciones son citas del quinto tomo de La doctrina secreta de madame Blavatsky.
La primera cita se encuentra en la Sección XVIII –dedicada a señalar algunas coincidencias biográficas entre Jesús, Krishna, Shankarâchârya, Pitágoras y, entre los más antiguos, Orfeo. Una de las coincidencias entre estos hombres es su descenso al infierno.
Blavatsky señala además los matices que diferencian los diversos viajes infernales. Por ejemplo, cuenta que Krishna baja al inframundo para rescatar a sus seis hermanos, que Jesús desciende a los infiernos para sacar el alma de Adán, y que “Orfeo busca en el reino de Plutón a Eurídice, su perdida alma” [137].
En el primer número de la revista Formas (La Paz, junio de 1970: 35-52) –dirigida por la escritora orureña Alcira Cardona– encontramos el ensayo (póstumo) más extenso y elaborado de Sergio Suárez Figueroa: Occidente y Oriente: Fallas y realizaciones del Ser. En este ensayo de casi veinte páginas, el poeta y guitarrista cerrense, haciendo uso del apunte mencionado anteriormente, escribe: “La afirmación de la mística rusa Madame Blabatski [sic] que expresó en uno de sus complejos estudios, que Orfeo bajaba a los infiernos detrás de su alma: Eurídice, resume con un sentido luminoso lo que se sugiere en la frase anterior” [40].
La “frase anterior” a la que se refiere Suárez Figueroa es la siguiente: “Entre dos seres que de pronto al descubrirse hallan que aparte de poseer entre sí una atracción magnética profundamente anímica, –maravillosa complementación– sus rasgos físicos y faciales tendrían los complementos enigmáticos de una hermana y un hermano gemelos, el Amor, por su armonía casi alquímica, brindará las características de un incesto” [ídem].
El ensayo Occidente y Oriente: Fallas y realizaciones de Ser inicia con el siguiente epígrafe del libro apócrifo de Friedrich Nietzsche, Mi hermana y yo: “Los espíritus se elevan hacia las estrellas, los impetuosos espíritus que han sido destinados al infierno, atrapados en el vómito del deseo incestuoso”.
La historia de todo apócrifo es fascinante, pues de la oscilación irresuelta entre un hecho histórico y una intriga fabulosa suele desprenderse una verdad a prueba de infamias aunque plenamente vulnerable a ellas. En ese sentido, Mi hermana y yo es un caso ejemplar.
En el breve prólogo a la primera edición en inglés de My sister and I, el médico, traductor y acreditado investigador de Nietzsche, Oscar Ludwig Levy, cuenta que “se cree que esta la escribió para vengarse de sus familiares más cercanos que conspiraron para impedir la publicación de Ecce Homo en vida de su autor […] Cuando Nietzsche terminó de escribirlo, se hallaba recluido en un asilo para dementes, en Jena [1889-1890], y al no poder confiar su manuscrito a su madre o a su hermana, se vio obligado a entregárselo a un compañero que iba a ser dado de alta”. El libro fue publicado en Nueva York en 1951, por la editorial Seven Sirens Press del célebremente litigado Samuel Roth.
Quienes defienden la legítima autoría de Nietzsche argumentan que los ecos del estilo aforístico del filósofo alemán en Mi hermana y yo son indiscutibles. También hacen notar que la relación de Nietzsche con su madre y su hermana era problemática y casi intolerable al final de su vida. En ese sentido, y teniendo en cuenta que Friedrich sabía que su hermana Elisabeth se encargaría de su archivo, adivinaba también que sería muy cuidadosa con la divulgación de su obra –más aún después de que obstruyó la publicación de Ecce Homo, libro en el que Nietzsche afirmaba que el parentesco con su madre y su hermana era una blasfemia contra su divinidad.
Por otro lado, aquellos que consideran el libro como una falsificación afirman que Mi hermana y yo contradice la filosofía nietzscheana en su conjunto. Sostienen también que el libro está repleto de incoherencias argumentativas, imposibilidades cronológicas y disparates biográficos, amén del escandaloso énfasis amarillista en torno a la relación incestuosa Friedrich-Elisabeth y al amorío del filósofo con la esposa de Wagner. A esto se debe sumar un artículo publicado en mayo de 1952 por el filósofo americano-alemán Walter Kaufmann, en el cual relata la confesión que le había hecho el verdadero autor de Mi hermana y yo, el humorista y escritor fantasma George Plotkin.
Cabe decir que Suárez Figueroa, en Occidente y Oriente, da por sentada la autenticidad del libro de Nietzsche y ahonda a partir del mismo en la obra del filósofo alemán como reflejo del infructuoso pensamiento occidental y su caprichoso pataleo.
Fuente: Letra Siete